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Gran
salto de la crisis financiera mundial
Bancarrotas en Wall Street
Un
“mutante” anda suelto
Por Claudio Testa
Finalmente, como decía un titular del Wall
Street Journal del 12/09, se ha producido una “mutación
de la crisis financiera que entra en una fase crítica”...
un peligro desde hace tiempo advertido por los observadores
mínimamente serios, marxistas o no.[1]
Pero esta “mutación” no es como la de los
simpáticos personajes de X-Men. Sucede en la realidad y no
en las pantallas... aunque también, como veremos, tiene su
cuota importante de ficción...
Efectivamente, lo sucedido se podría sintetizar
diciendo que se ha venido abajo el castillo de naipes de
capital “ficticio” levantado en Wall Street y los
mercados financieros del mundo.
En poquísimo tiempo, han quedado fuera de
combate todos los cinco grandes “bancos de
inversión”[2] –Bear Stearns, Lehman Brothers, Merrill Lynch,
Goldman Sachs y Morgan Stanley–, que encarnaban en Wall Street el manejo de las finanzas del
planeta... y que además eran presentados como ejemplos
mundiales de genial “ingeniería financiera”.
La primera baja fue Bear Stearns, en marzo. Ya prácticamente
en quiebra, recibió un generoso préstamo de la Federal
Reserve Board (banco central de EEUU), un auxilio que no
reciben los pobres diablos que pierden su casa por atrasos
en la hipoteca. Luego fue comprado in extremis, por
monedas, por el banco JPMorgan Chase. Este mes, quebró el más
antiguo, Lehman Brothers, fundado en 1850. Al mismo, tiempo Merrill Lynch, también técnicamente en bancarrota, fue comprado a último
momento por el Bank of America. Los tambaleantes
sobrevivientes –Goldman Sachs y Morgan Stanley– han
anunciado que dejarán de ser bancos de inversión,
al tiempo que buscan desesperadamente inversionistas del
exterior y rezan para que el paquete de ayuda dispuesto por
Bush les llegue antes de tener que declararse también en
bancarrota.
En medio de este Apocalipsis que ha hecho prácticamente
desaparecer a los bancos de inversión, cayeron también las
dos más grandes entidades hipotecarias del mundo (Fannie
Mae y Freddie Mac) y la mayor aseguradora mundial, AIG
(American International Group). La quiebra formal se evitó
a último momento, mediante la nacionalización de esas
empresas. Así, el gobierno más privatista del planeta se
ha convertido en el mayor nacionalizador. Al lado de
Bush, Chávez es un pigmeo, porque hacerse cargo de esas
empresas en ruinas implica cifras siderales.[3]
Pero estos son sólo los casos más gigantescos.
Junto ellos ya han caído o están por caer centenares
de otras entidades financieras, como bancos medianos y pequeños,
compañías de ahorro y préstamo, etc. Asimismo, los
famosos hegde funds (fondos de protección) han
quedado a la intemperie y muchos están derritiéndose.
La ruina también amenaza a empresas no
financieras y que incluso pueden ser solventes. Después
de un endeudamiento generalizado y delirante, hoy se ha
impuesto una severa restricción del crédito (“credit
crunch”). Por eso, una empresa ampliamente solvente, pero
que pase por una momentánea iliquidez, puede irse también
a la quiebra.
Para curarse en salud, la patronal
estadounidense desde hace meses está descargando la crisis
sobre los trabajadores, en primer lugar con despidos
masivos. Ahora esto va a arreciar.
¿Cómo se produjo esta crisis?
Volvamos una vez más sobre los mecanismos de la presente crisis
financiera. Hay que distinguir dos planos, o lo que
podríamos llamar las formas y el fondo de la
crisis.
Lo primero –las formas– presenta novedades. Lo segundo –el
fondo– es, en cambio, la misma historia desde que el
capitalismo, en el siglo XIX, inauguró las modernas crisis
financieras y económicas.
En sus formas, esta crisis representa el fracaso rotundo, la reducción
al absurdo, de la “ingeniería financiera” y
demás artificios e “innovaciones” que desde hace
algunas décadas se impusieron con la llamada “globalización
neoliberal” y la amplia desregulación de los mercados
financieros, que además se interconectaron estrechamente
con su cabeza en Wall Street.
Se vendió al mundo la falsedad de que unos señores –magos de la
finanzas o, mejor aun, expertos en “ingeniería
financiera” (al parecer, una nueva ciencia exacta)– habían
encontrado la forma de evitar las crisis del sistema y
lograr una estabilidad invulnerable de los “mercados”.
De yapa, estos “ingenieros” prometían a los inversores
una disminución cualitativa del riesgo en sus
colocaciones particulares.
¿Cómo lograba esos milagros la moderna “ingeniería financiera”?
Repartiendo el riesgo de cada inversión.
Es un sistema copiado de las compañías de seguros. Por
ejemplo, una compañía debe asegurar un rascacielos. Si
viene un incendio y queda destruido, el monto del seguro
podría hacer quebrar a la aseguradora. Entonces, la regla
es que la póliza se “reasegure”, se distribuya el
riesgo entre muchas compañías.
Este mecanismo se aplicó entonces a todas las operaciones
financieras, como deudas estatales y privadas, obligaciones,
movimientos de los mercados de valores y materias primas,
etc., convirtiéndolas en títulos. Esto dio lugar a una
ristra de siglas y nombres impresionantes de operaciones de
“ingeniería financiera”, que dejaban con la boca
abierta a los simples mortales, como CDS (credit default
swaps), ABS (asset-backed securities), CDOs (collateralized
debt obligations), las MBS (mortgage backed
securities) que se utilizaban para los títulos
hipotecarios, etc., etc.
Tras esos nombres rimbombantes, la operaciones eran en el fondo
parecidas: se tomaba una montaña de títulos (que podían
ser hipotecas, deuda pública de Tanganika, bonos de tales o
cuales empresas u otras obligaciones), se hacía un paquete
y sobre él se emitían títulos, ABS, MBS si eran
hipotecas, etc. Sobre estos títulos se podía a su vez
repetir y repetir la operación, haciendo más y más CDOs.
También usted, con un CDS, podía tomar una especie de
seguro por si no le pagaban, haciendo un “pase” (swap),
que lo protegía contra el incumplimiento de créditos, etc.
Estos seguros, que en 2001 eran un monto insignificante, hoy
suman 63 billones de dólares... o sea, más de
seis veces la deuda pública de EEUU. Ahora, como el
default es sistémico (comenzando por los mismos que
aseguraban, como por ejemplo la AIG) ya se está hablando de
la imposibilidad de pagarlos.
Es que una cosa es repartir el riesgo de asegurar un rascacielos (que
tiene un valor mensurable y cuyas probabilidades de
incendiarse están razonablemente calculadas), y otra es
asegurar promesas de pago escritas en papeles... que
empezaron a resultar incobrables (comenzando por las famosas
hipotecas subprime). Esto funciona, cuando se trata
de casos aislados. Pero si reflejan problemas generalizados
de la economía, el “reparto del riesgo” es como
“repartir” una infección.
Otro ingrediente completó la mezcla explosiva:
el leverage o “apalancamiento”, que
significa hacer estas operaciones financieras no con dinero
propio sino prestado. Así, se llegaba a operaciones
con un “apalancamiento” 50 ó 100 veces mayor que el
propio capital. Esto era facilitado por las bajas tasas de
interés fijadas por la Reserva Federal durante un tiempo.
En verdad, el “reparto del riesgo” resultó ser todo lo
contrario: las hipotecas, títulos y bonos “basura” contaminaron
al conjunto de las obligaciones “titularizadas” o
“securitizadas”. El “apalancamiento” añadió
otra dimensión al desastre: cualquier pérdida y/o variación
de tasa de interés tenía un efecto multiplicador arrasante
del capital propio.
Ahora, estos maravillosos “productos” –¡así se los
llamaba!– de la “industria” (!!!) financiera han
cambiado de nombre. ¡Hoy se los llama “activos tóxicos”
que llenan las bóvedas de las entidades y les provocan la
quiebra... La “industria financiera” y sus
“ingenieros” sólo construyeron castillos de naipes.
El fondo de la crisis
Debajo de estas anécdotas, han actuado, por enésima vez, las leyes
propias de la reproducción o valorización del capital, y
de sus crisis, analizadas por Marx, especialmente en Tomo
III de El Capital.
El origen del capital y sus ganancias es la explotación del trabajo
asalariado, única fuente de productos que tienen valor.
La razón de ser del capital es valorizarse; es
decir, obtener ganancias que, a su vez, en gran parte
se transforman en nuevo capital; es decir, se suman al
capital existente. De esa forma, tienden a ampliar cada vez
más la masa total de capital, que así se va valorizando,
reproduciendo.
Pero, por razones que sería largo de explicar aquí, existe una
tendencia, a lo largo del tiempo, de caída del
porcentaje de las ganancias en relación a la masa
total y creciente de capitales. Así se llega a
situaciones en que sumas importantes de capitales no
encuentran colocación rentable en la producción; o
sea, en la explotación de los trabajadores en fábricas,
campos y empresas.
Estos capitales que no pueden valorizarse directamente en la
producción, se orientan entonces hacia las finanzas. Allí,
en parte, pueden reciclarse en la producción. Por ejemplo,
el inversor que compra acciones emitidas por una empresa
destinadas a instalar una nueva fábrica. Sobre estas
acciones recibirá dividendos; o sea, parte de las ganancias
producidas por la empresa.
Pero, en gran medida, cuando hay una superabundancia de
capitales, estos asumen distintas formas de lo que Marx
llamaba “capital ficticio”. Es decir, que da
una renta, pero sin que exista detrás de él ninguna
actividad productiva. Por ejemplo, si compro un bono del
Tesoro de EEUU, ese dinero no se emplea para hacer andar fábricas,
ni emplear trabajadores productivos, ni producir valor
alguno, sino para asesinar iraquíes o pagarle el sueldo a
Bush, por ejemplo.
El bono parece un capital, porque me da una ganancia, bajo la
forma de los intereses que paga. Pero esto es ficticio,
porque no sale de producir nada, sino de hacer una “punción”
sobre lo que produjeron otros; por ejemplo, en este caso,
cobrando impuestos con los que se paga la deuda pública.
Pero, a medida que, por un lado, crece la masa de capitales
ficticios que aspiran a ser remunerados, y, al mismo
tiempo, en la mal llamada “economía real”, va
bajando la tasa de ganancia, llega el momento en que se
produce un “cortocircuito”.
Estallan entonces las crisis financieras, que tienen a su vez
consecuencias económicas más o menos amplias, según los
casos. Por un lado, destrucción masiva de capitales,
tanto ficticios como reales (olas de quiebras como las que
estamos viendo en EEUU). Por el otro, medidas para hacer
pagar a los trabajadores los platos rotos de la crisis:
desempleo masivo, aumento de la explotación, caída de los
salarios reales y del “salario social” (salud,
jubilaciones, etc.) Con
todo eso, el capitalismo tiende a reestablecer su tasa de
ganancia.
Notas:
1.- Sobre los momentos de
este curso y los problemas estructurales que hay detrás,
puede verse un análisis amplio en la revista SoB Nº
21 (noviembre 2007) “Causas y consecuencias del
tembladeral financiero”, y también artículos en los
periódicos SoB: "¿Bailando sobre el
Titanic?" (22/06/06), “Corridas en Wall Street
y las bolsas del mundo” (17/08/07), “La economía
yanqui en el ojo de la tormenta” (24/01/08), “De
mal en peor” (20/03/08), “Avanza la crisis”
(17/07/08) y “Las cosas no mejoran” (28/08/08).
2.- La estructura bancaria de EEUU
diferencia los llamados “bancos de inversión” de los
“bancos comerciales” que manejan cuentas corrientes, de
ahorro, etc. La crisis también está afectando a los bancos
comerciales, pero en forma más desigual.
3.- En verdad, nadie sabe
cuánto costará la fiesta al Tesoro norteamericano.
Inicialmente se habló de 300.000 millones para Fannie y
Freddie y 85.000 millones para AIG. ¡Pero ése sería
apenas el “piso”! Es imposible saber cuánto se podrá
recuperar de los 12 billones de dólares que tienen
de papeles de hipotecas, más lo que debería pagar AIG por
obligaciones de “securitización”. Ahora Bush pide
700.000 millones para apagar el indendido. Algunos
analistas, como Nuriel Roubini, hablan de un agujero de por
lo menos 2 billones de dólares en Wall Street.
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