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Carta
de lectores
Jueves
negro
La
espesa humareda que tiñó el cielo del oeste del conurbano
bonaerense la mañana del 5 de setiembre, más que
sorprendernos, nos obliga a reflexionar acerca de hasta dónde
el Argentinazo es actualidad o es pasado. Es que estas
manifestaciones de ira popular se deben entender en el marco
de otras similares acontecidas recientemente, y en las
nuevas condiciones de explotación instaladas en el
presente. Es que a este modelo basado en la ecuación suerte
y soja más la superexplotación potenciada de los
trabajadores le entra a faltar el aire, y resulta cada vez más
evidente que mientras unos pocos se enriquecen, los
problemas del pueblo no sólo siguen irresueltos, sino que
se proyectan dramáticamente. En medio del festival de las
4x4 y los delirios del tren bala, los trabajadores viajamos
como ganado al matadero, y lo menos que podemos esperar es
que esto genere bronca e indignación.
En
la mañana del jueves negro, mientras caían las bolsas de
todo el mundo, la estación Castelar ardió: lo que empezó
con un chispazo en el sistema de frenos de un tren culminó
en un dantesco incendio, en una descontrolada y caótica vorágine
de hechos característicos de una manifestación espontánea
de ira popular.
Pero
como si lo sucedido no fuera lo suficientemente grave, el
gobierno de lady K a través de su ministro Fernández salió
a apagar el incendio con nafta. Haciendo gala de su
simplismo fascista al führer
no se le ocurrió mejor idea que responsabilizar de los
hechos, en una espectacular macarteada mediática, a un plan
orquestado por el Partido Obrero y dirigido personalmente
por el compañero activista docente José María Escobar, de
una reconocida trayectoria militante política y social.
Fenómenos
sociales como éste o los saqueos tienen diversos elementos:
legítima ira popular, vandalismo y hasta en algunos casos
elementos de activismo social. En cuanto a los dos primeros,
la ira es la lógica consecuencia de la constante agresión
a la dignidad de los trabajadores; el vandalismo es el
resultado de la decadencia cultural de una sociedad que se
preocupa muy poco por educar a sus miembros, pero cuando ve
los resultados de su desidia se pone histérica y moralista.
Y el activismo –sí, señor Fernández, los socialistas
viajamos en tren– y cuando las circunstancias nos
sorprenden en situaciones como las acontecidas, es nuestra
obligación intervenir para aportar a la organización y
movilización de los trabajadores, no para destruir el
producto de nuestro ingenio y sudor; del caos y de la
destrucción los responsables son ustedes.
Pero
estas declaraciones del patético señor ministro ni
siquiera tienen el mérito de ser originales, como
testimonia la carta póstuma de un mártir proletario: “La
historia se repite. En todo tiempo los poderosos han creído
que las ideas de progreso se abandonarían con la supresión
de algunos agitadores; hoy, la burguesía cree detener el
movimiento de las reivindicaciones proletarias por el
sacrificio de algunos de sus defensores… En todas las épocas,
cuando la situación del pueblo ha llegado a un punto tal
que una gran parte se queja de las injusticias existentes,
la clase poseedora responde que las censuras son infundadas,
y atribuyen el descontento a la influencia deletérea de
ambiciosos agitadores”.(*)
No por eso son menos peligrosas para el movimiento de
los trabajadores, y por lo tanto merecedoras de nuestro
repudio.
Por
eso, desde las organizaciones que se reclaman democráticas,
defensoras de los derechos humanos, partidos de izquierda,
desde la nueva vanguardia emergente en la clase obrera,
debemos rechazar
cualquier intento de procesamiento y exigir
el desagravio público del compañero Escobar, la
libertad de los trabajadores presos en los incidentes de
Castelar y la renuncia inmediata del ministro Fernández.
Fraternalmente,
Pizu
(*)
Extracto de la carta póstuma de Adolph Fischer, mártir de
Chicago, 1° de noviembre de 1887.
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