Pakistán
Se va un dictador, pero queda un país en caos y
amenazado por la
intervención militar yanqui
Por Claudio Testa
La
renuncia a la presidencia del ex dictador Perverz Musharraf
(1999-2008) cierra un ciclo de nueve años de la política
pakistaní. Es, al mismo tiempo, un triunfo de las masas
populares que el año pasado salieron a la calle, y con
huelgas y manifestaciones salvajemente reprimidas pusieron
en crisis a este general que se había hecho reelegir como
presidente... por diez años más.
Musharraf
fue el hombre de Washington en Islamabad. Como un
anterior dictador –el general Zia–ul–Haq
(1977–88)– cumplió un papel fundamental a sus órdenes.
Ul–Haq fue el encargado de organizar, armar e
impulsar desde Pakistán las guerrillas islamistas contra el
gobierno pro-Moscú de Kabul, primero, y luego también
contra las tropas soviéticas que el Kremlin cometió el
disparate de enviar a Afganistán. En ayuda de estas
guerrillas vino gente de Arabia saudita y otros países,
entre ellos el joven millonario Osama bin Laden, al
que la CIA encargó organizar una base de datos de estos
voluntarios... lo que en árabe se llama Al Qaeda (la
base).
En esa tarea, a Washington y sus servidores en la
región, no se les ocurrió mejor idea que impulsar la
“islamización” de las masas populares a uno y otro lado
de la frontera. Pensaban que el fanatismo religioso sería
el gran antídoto de las ideas de izquierda.
Para eso, EEUU, Arabia Saudita y la dictadura de
Pakistán financiaron las escuelas islámicas (madrasas)
para los pakistaníes más pobres y los refugiados afganos.
En ellas no se aprende mucho más que a recitar el Corán.
La escuelas modernas (muchas de ellas privadas) quedaron
para la elite.
Al alumno de esas escuelas religiosas se lo llama talib
(estudiante), cuyo plural es talibán... El
imperialismo yanqui y los militares pakistaníes acababan de
crear su monstruo de Frankestein.
Sin embargo, al principio estos “estudiantes” (talibán)
parecieron muy útiles a los militares de Pakistán y a
Washington. En general, los combatientes “islamistas” no
eran los “terroristas” de hoy, sino los “freedom
fighters” de Rambo, los “luchadores por la
libertad” que Hollywood ensalzaba.
Cuando los rusos finalmente se retiran en 1989 y Afganistán se hunde
en el caos de los “señores de la guerra”, los servicios
pakistaníes –el Interservices Intelligence Agency (ISI)– y la CIA deciden poner
orden. Así, los talibán, ya creciditos, toman Kabul en
1996... pero su rumbo no fue el que esperaban sus sponsors.
Y su huésped, Osama bin Laden, había tomado también un
curso conflictivo... poniendo bombas en las embajadas de
EEUU.
Musharraf había hecho su gran carrera en el ejercito llevando
adelante esa política de promoción del islamismo. Pero,
después del 11 de septiembre, fue obligado por
Washington a hacer un giro total: “Desde la época del
general Zia, a los soldados se les había venido inoculando
ideología islamista. Después del 11–S, Musharraf se
encontró explicando a esos mismos soldados que el objetivo
había cambiado. Tenían que matar a «terroristas», esto
es, a otros musulmanes... pero Musharraf permaneció leal a
Washington y vicevecersa.” [1]
Finalmente las cosas fueron empeorando para el dictador. La “cuesta
abajo” del poder estadounidense en todo el mundo, la
extensión del talibán a una amplia zona del mismo Pakistán,
la crisis económica, la rebelión del año pasado de los
abogados y los jueces, las huelgas y manifestaciones, lo
dejaron sin bases de apoyo en ningún sector de la sociedad.
Su caída ha sido un triunfo de las masas trabajadoras y populares.
Sin embargo, graves peligros acechan: el actual
gobierno “civil” sigue siendo un títere de Washington y
el “islamismo” es también una alternativa reaccionaria.
Y, lo más peligroso: en EEUU, uno de los grandes debates de
las elecciones es redoblar la intervención militar en la
región, como propone Obama. O sea, las tropas yanquis
actuando también en Pakistán.
Notas:
1.-
Tariq Alí, “Musharraf fue sordo a los gritos de dolor
de su pueblo”, The Independent, 20/08/08.
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