Socialismo o Barbarie, periódico Nº 129, 19/06/08
 

 

 

 

 

 

Barreda y el Monstruo de Austria:

La continuación de la familia por otros medios

Agrupación Las Rojas

“La actitud marxista frente a la familia, la idea de que la familia fomenta la opresión clasista y sexista, puede hacer creer que los socialistas están intentando destruir el único refugio que le queda al ser humano. De hecho, esto es lo contrario de lo que defienden los marxistas. Nuestro objetivo es destruir aquella forma de vida ante la cual hay que refugiarse para poder vivir. Es situar las relaciones humanas sobre la base del respeto mutuo, la igualdad y el afecto genuino, aboliendo el chantaje económico y la desigualdad sobre los que está construido el sistema familiar”.
Mary A. Waters, feminista socialista

El austríaco encerró a su víctima en un sótano con un código electrónico en la puerta. Dijo que ella se había ido con una secta, y le hacía escribir cartas que lo confirmaban. Trajo a la casa a los hijos de la violación más llorones, para que no los descubrieran por el ruido que hacían. Y todo para ocultar su perversión ante los vecinos, la justicia y el resto de la familia. Si hubiera vivido en un barrio pobre de Argentina, se hubiera ahorrado tiempo y dinero.

Donde vive la mayoría de la humanidad (o sea en la pobreza), no hacen falta sótanos ni operaciones de inteligencia para mantener a las víctimas encerradas. Alcanza con la imposibilidad de independencia económica, con el desamparo absoluto por parte del Estado, con la maternidad compulsiva que obliga a las mujeres, primero a ser madres aunque no quieran ni puedan, y luego a ser las únicas responsables de la suerte de sus hijos. Alcanza con un sistema que insiste en considerar “problemas familiares” a todo lo que sucede adentro de una casa.

Es tan notorio y difundido el crecimiento de los asesinatos, violaciones y actos de violencia en general contra mujeres y niños perpetrados dentro de la familia, que no vamos a detenernos en esos números. Queremos pensar otro aspecto del asunto.

El discurso oficial (e incluso el sentido común) suele atribuir el abuso hacia mujeres y niños por parte de familiares a una “anomalía” de la familia. El mecanismo sería así: la crisis social (pobreza, marginalidad, enfermedad, drogas, pecado o lo que sea) destruye los lazos familiares. Esa destrucción es la que abre las puertas al abuso y la violencia, y la solución, por lo tanto, sería “recomponer la familia”, formar familias “sanas” (entendiendo por esto la familia monogámica biparental heteronormada y patriarcal, donde uno trabaja y otro –otra– cría a los hijos; institución que en adelante, para abreviar, llamaremos familia burguesa).

No creemos que la familia burguesa esté fallando. “La guerra es la continuación de la política por otros medios”, decía Von Klausewitz. Tenía razón: la guerra, los genocidios, las matanzas étnicas, no son producto de una eventual falla en el sistema: se trata del Estado de explotación y opresión funcionando a pleno, echando mano de todas sus armas para autoconservarse tal como es, y mostrando por eso todo su horror, que en tiempos de “normalidad” se mantiene latente.

Al interior de la familia, la violencia y el abuso también son la expresión extrema de unas relaciones de opresión que están asentadas en la propia constitución de la familia burguesa y en el rol que el capitalismo le otorga.

La negativa rotunda del Estado a permitir la independencia económica de las mujeres destinando recursos para guarderías, viviendas y creación de fuentes de trabajo para ellas, condena a la mayoría de las mujeres y niños al abandono, abusos y violencia puertas adentro, que se suman a los del trabajo, la calle y la escuela, con los que están fuertemente relacionados.

El sostenimiento del ideal de familia heteronormada condena a las personas pertenecientes a “minorías” sexuales a sentirse degradados, anormales y a sufrir discriminación y redoblados abusos.

La represión sexual que impone la familia crea mercado para la prostitución, con las consecuencias de esclavitud que ya conocemos.

La negativa del gobierno K, en connivencia con el Papa, a legalizar el derecho al aborto, se está llevando la vida de miles de mujeres en abortos clandestinos.

Estas desgracias, que han sucedido siempre durante el régimen capitalista con su familia burguesa como “base de la sociedad”, y que en estos tiempos de crisis se agudizan a un grado monstruoso, hacen infeliz a toda la gente, pero para las mujeres, que son el 99 por ciento de las víctimas de violencia familiar y las víctimas absolutas de la maternidad obligatoria, se han vuelto una cuestión de vida o muerte.

¿Por qué el capitalismo protege la institución familiar?

No se trata de una cuestión moral, cultural ni religiosa. Todo eso es construcción ideológica posterior. La razón es, como todo en el capitalismo, una cuestión de dinero. El sometimiento de la mujer en la familia le trae a la clase dominante grandes beneficios, en varias formas. Por ejemplo, la subordinación de la mujer al hombre hace aceptable considerarlas como una mercancía en la prostitución y la publicidad.

También y muy importante, la idea de que fuera de su casa la mujer está fuera de su ámbito “natural”, hace “natural” que se la relegue a los puestos de trabajo peor pagados e informales, y que no se cuente a las desocupadas en los índices de desempleo. Esto no es moco de pavo: basta ver la pasión con que el gobierno K aplica las bellas artes a los índices de desempleo, de trabajo en negro y de salarios por debajo del índice de pobreza. ¿Qué pasaría si contaran a las mujeres? Los números se irían al doble.

Pero la principal razón económica que hace que el capitalismo no pueda prescindir de la familia, es esta: la familia burguesa es la institución capaz de reproducir (procrear y criar) fuerza de trabajo en la forma más barata posible para este sistema. En base al trabajo esclavo (no pagado) de las mujeres en la casa, la clase dominante se ahorra los recursos que le costaría la crianza de los niños, el cuidado de los viejos y los enfermos, la comida y la ropa del trabajador, si estas tareas fueran parte de la producción, con costos y salarios incluidos. Y cuando hay crisis, cuando no hay trabajo, la familia pobre se encargará de morir con dignidad puertas adentro, o bien de matarse unos a otros. Y cuando esta situación provoca el abandono de los niños, la adicción a las drogas de los jóvenes y la prostitución de las chicas, la gente dirá: ¿dónde está la madre de ese chico?, y nunca ¿dónde está el Estado? Esto se llama un negocio redondo.

Economía, cultura y legalidad

Por estos días asistimos al nacimiento de un nuevo héroe nacional: ¡el odontólogo Barreda! Ese que cumplió su sueño de ser el hombre de la casa por la vía de asesinar a esas brujas que lo feminizaban. Cuando la justicia K, siempre atenta al reclamo popular, decidió liberarlo, los padres de familia opinaron por TV: “Está bien, pobre hombre, hay que darle otra oportunidad…”. Da para un libro aparte. Por lo pronto, alcanza para despejar dudas acerca de la hipocresía del discurso televisivo y religioso sobre la familia. Y nos invita a preocuparnos más aún por realizar las transformaciones económicas y sociales necesarias para darles otra oportunidad a las mujeres y niños víctimas de violencia familiar.

La falta de independencia económica no es la única razón que condena a las mujeres al abuso. El rol obligatorio de esposa y madre es una fuertísima compulsión cultural, y la lucha por la legalización del aborto, por protección legal a las víctimas, etc., deben ser parte primerísima de nuestro programa. Pero hay otra vuelta de tuerca que darle al asunto. ¿De qué sirve la chorrera de propaganda televisiva acerca de “conocer tus derechos” si, una vez conocidos, no pueden practicarse? Me convenzo de que tengo derecho a los anticonceptivos, a la pastilla del día después si me violan, a ligarme las trompas, pero voy al hospital y no hay anticonceptivos, pastilla ni ligadura. Me convenzo de que no debo seguir viviendo con el señor que me golpea o me viola, pero no tengo dónde vivir ni de qué trabajar. La propaganda sirve sólo para pintarle la cara al gobierno, y tapar la vergüenza de que una presidenta mujer mantenga a las mujeres de su país sumidas en semejante abandono estatal frente al abuso.

Los esfuerzos por combatir la cultura patriarcal y la lucha por la legalización de los derechos de las mujeres, tienen que ser parte de un objetivo mayor: abolir el modo de organización familiar donde la mitad de la humanidad está relegada a trabajar gratuitamente en la crianza y el cuidado de los demás, y construir una sociedad que asuma el trabajo doméstico como parte de la producción social.

Esto significa bastante más que un salario para el ama de casa, aunque hoy por hoy sería una gran conquista. Significa abrir plenamente las puertas del trabajo productivo a las mujeres en la industria, las profesiones, etc., garantizando no sólo su propia educación para ello, sino también el cuidado de los hijos durante el trabajo y el estudio en guarderías estatales. Significa lavaderos y comedores en cantidad y calidad suficiente para que toda la población acceda a ellos con buenos resultados. Significa absoluto poder de decisión de las mujeres sobre su maternidad, garantizando el aborto legal y gratuito y la protección social a madres y niños. Significa educación sexual y de salud reproductiva pública desde la escuela, que permita de una vez separar sexualidad de reproducción, y dar a cada una de estas funciones la jerarquía y los cuidados que merece. Significa acabar con el sistema opresor que presenta la necesidad de mano de obra barata para la explotación en la forma de directivas morales sobre las maravillas de la maternidad.

Por un movimiento feminista y de lucha contra la opresión capitalista y patriarcal

Este programa para rescatar a las mujeres de la maternidad compulsiva, y rescatar a todas las personas de la familia burguesa –familia como unidad económica obligatoria para la reproducción–, muy difícilmente pueda realizarse en una sociedad de explotación como el capitalismo. La modernidad capitalista es el tren bala, no la recuperación de los ferrocarriles donde viajan los trabajadores. Y sus “derechos de la mujer” son los derechos de una burguesa a gobernar igualito que un hombre, mientras los monstruos de Austria del subdesarrollo proliferan cada día más a la vista de todos. Y su respeto a las minorías sexuales es un hotel de lujo para consumo de burgueses gays, o a lo sumo el permiso para casarse y “formar una familia” que parezca lo más normalita posible.

La realización de un programa de liberación de las mujeres requiere que la sociedad organice su producción en función de satisfacer el bienestar de todos, y no en función de la ganancia de unos pocos. Es decir, la abolición de la familia burguesa requiere del socialismo.

Esta afirmación de los marxistas ha provocado que las feministas burguesas nos acusen de pretender dejar la lucha por los derechos de la mujer para después de la revolución, como si subordináramos la lucha feminista a la lucha socialista. Por el contrario, para nosotras la necesidad de abolir la familia burguesa para lograr la liberación de las mujeres hace que la liberación de la mujer y la lucha por el socialismo sean objetivos hermanados, y no sea posible realizar uno sin el otro. Liberar las relaciones personales de toda compulsión económica, es la base material para combatir la opresión cultural de las mujeres, la violencia y la prostitución. Y también la represión a las minorías sexuales, ya que la familia heteronormada como base de la sociedad pone a los homosexuales, de hecho, fuera de la sociedad, por más Inadi, matrimonio gay y “tolerancia” cultural que haya. Y a la vez, el reino de la libertad que es el socialismo no puede construirse con la mitad de la humanidad sumida en la opresión y el aislamiento doméstico, ni criando a las futuras generaciones en la represión y la violencia.

Por eso impulsamos un movimiento de mujeres unido a la lucha de la clase trabajadora por construir una sociedad sin explotadores ni explotados, donde la abolición de las diferencias de clase y de las fronteras de género libere a la humanidad de todas sus cadenas, las de la propiedad, el Estado y la familia.