Socialismo o Barbarie, periódico Nº 127, 22/05/08
 

 

 

 

 

 

A 40 años del Mayo Francés

Las barricadas que despertaron al mundo

Por Alejandro Kursh y Manuel Rodríguez

Pasaron 40 años desde que la juventud estudiantil y obrera de París impactara al mundo con las jornadas de mayo y junio de 1968. Sus barricadas de adoquines, la huelga general que paralizó esta metrópoli imperialista, la unidad obrero-estudiantil y su crítica radical y total al “aburrido” e imperialista capitalismo galo, personificado en el reaccionario general Charles De Gaulle, son referencias obligadas de todo el ascenso de la lucha obrera y popular que sacudió al imperialismo yanqui y a la burocracia estalinista en la década del ‘60. Va aquí un recuerdo militante.

Ni tan Mayo, ni tan Francés

Al finalizar la carnicería imperialista de la Segunda Guerra Mundial, cuando las potencias victoriosas acuerdan repartirse el mundo, la burocracia estalinista entrega, en un pacto mundial de no agresión con las potencias imperialistas, no sólo la lucha revolucionaria del pueblo trabajador soviético contra el nazismo sino la perspectiva de la revolución socialista en los países capitalistas avanzados, perspectiva bien concreta en Italia y Francia. El Partido Comunista Italiano y el Partido Comunista Francés obligaron a las guerrillas y movimientos antifascistas de sus países a desarmarse y unirse a los gobiernos burgueses de “reconstrucción nacional”, de “unidad nacional” (el PCF se sumó por algunos años al gobierno del nacionalista reaccionario Charles De Gaulle). Como en los ‘30, el estalinismo repetía su política de la participación como pata de izquierda de proyectos burgueses, traicionando cualquier perspectiva de lucha política independiente de la clase trabajadora, dada su hegemonía en el movimiento obrero junto con la amarilla socialdemocracia. Así la perspectiva revolucionaria en la posguerra encontró cauce en los márgenes del sistema capitalista mundial con la revolución en China, Bolivia y Cuba, la guerra de la independencia de Argelia y Vietnam como principales frentes de la lucha de clases.

El ascenso obrero y popular mundial que se desarrolla a fines de la década del ‘60 viene a cambiar esta tendencia. Continúa la lucha antiimperialista, cuyo emblema era la lucha del pueblo vietnamita por su independencia frente al imperialismo francés primero y al yanqui después. Para respaldarla, surgen fuertes movimientos juveniles contra la guerra en los países imperialistas, como Japón, Gran Bretaña, Francia, Alemania y en especial Estados Unidos, y contra las dictaduras pro-imperialistas del “Tercer Mundo”. El ejemplo y el llamado del Che en la Tricontinental de hacer “Uno, dos, tres Vietnam” encuentran un auditorio de masas a nivel internacional. Se luchaba contra el imperialismo y sus guerras asesinas, su hipocresía de ser el “mundo libre” y sostener el apartheid de Sudáfrica, al fascista entidad sionista (“Israel”) y la OAS, franceses paramilitares que masacraron impunemente en la guerra de Argelia y que luego entrenaron en la tortura y desaparición a las fuerzas armadas argentinas que actuaron en la dictadura de Videla y Viola. Con un profundo carácter internacionalista, rodearon de solidaridad la causa vietnamita, cubana, china y palestina, entendiéndola también como lucha contra el imperialismo en su propia metrópoli. Al mismo tiempo en los propios Estados Unidos, la comunidad negra sale a luchar por sus derechos civiles y resurgen con fuerza los movimientos feminista y de liberación de las minorías sexuales. Estos movimientos fueron un factor y producto de la radicalización en la juventud. Nunca antes había irrumpido la  juventud, estudiantil y también obrera, como actor específico de la lucha de clases.

Pero también fue un ascenso obrero. Por décadas antes del 68, el estalinismo, la socialdemocracia y el nacionalismo burgués mantuvieron en chalecos de fuerza la combatividad y espontaneidad del proletariado. En el ascenso de fines de los 60s, las jóvenes generaciones obreras arrancaron millones de su clase de estas amarras, llevándolos a la lucha de clases directa, con ocupaciones de plantas, recuperación de organismos sindicales y acciones directas en las calles en Italia, Francia, Inglaterra, Alemania, Japón y el cono sur latinoamericano. Así, el Mayo Francés comparte esta tribuna obrera con el Otoño Caliente Italiano y el Cordobazo (ambos de 1969), con el proceso de movilización y organización del pueblo trabajador chileno en los Cordones Industriales (no en la Unidad Popular), el proceso de las Comisiones Obreras contra el franquismo y la Revolución Portuguesa.

Semejante alza en la lucha de clases también puso en tela de juicio el capitalismo “reformado”, “de bienestar”, que el cinismo socialata y estalinista quiere vender como “los años dorados”. Señalan como salida, aún en los países sometidos por el imperialismo, ese conjunto de conquistas obreras y populares corrompidas por el consumismo de masas e hipotecadas con constantes aumentos de productividad, de ritmos de trabajo y de “racionalización” de la producción. A estas “mieles” capitalistas la joven generación obrera y estudiantil apuntó todas y cada de sus críticas. Y al hacerlo, denunciaron y expusieron el carácter contrarrevolucionario, traidor de la burocracia estalinista, que cubriéndose de la gloria de la revolución que sepultó, propició, además, la “coexistencia pacífica” con el imperialismo yanqui y la adaptación y asociación al imperialismo europeo. Con la ayuda de las rebeliones e insurrecciones obreras de Berlín, Budapest y Poznan (Polonia), durante la década del ’50, y con el levantamiento obrero y popular checoeslovaco, la “Primavera de Praga” ese mismo 68, hicieron estallar la ficción de las “democracias populares” y pusieron en duda el carácter revolucionario y obrero del estalinismo para grandes sectores populares y obreros. Por otra parte, la juventud estudiantil, el movimiento de liberación de las mujeres y las minorías sexuales, lo mejor de la vanguardia obrera, intelectual y artística salieron a combatir de mil y una formas el entramado cultural, ideológico y social que hace naturalizar al capitalismo. Le declararon la guerra a muerte al puritanismo moral y conservadurismo cultural, hijos del anticomunismo triunfantes luego de la Segunda Guerra Mundial. La juventud estudiantil y obrera, protagonista junto con los pueblos del “Tercer Mundo” y los oprimidos por raza, género y sexualidad, levantaron una feroz crítica en las calles, con adoquines y molotovs en mano, al capitalismo, al imperialismo, a sus cómplices estalinistas y a la ideología que los encubría.

“Obreros y estudiantes / unidos, adelante”

En Francia, la juventud estudiantil, universitaria y secundaria, radicalizada y organizada en la lucha contra la guerra de Argelia y de Vietnam, salió también por sus reclamos específicos: los contendidos educativos y las anquilosadas y autoritarias de la educación. El horizonte de una educación para ser funcional al “bienestar” artificial y limitado de un capitalismo asesino y explotador crujía con el avance de la lucha y conciencia del estudiantado. “La belleza está en la calle” (Le beauté est dans la rue) declaraban los graffitis de la calles parisinas en mayo del ‘68. La bella escuela de la lucha de clases en las calles, con las barricadas, la organización para resistir la represión, la toma de las facultades y la unidad y solidaridad con los obreros, le plantearon a una generación entera otro horizonte de vida, la posibilidad de reventar toda la mugre que se vendía como “democracia y modernización”. La juventud obrera se hizo eco de esta posibilidad de romper con lo establecido, o sea, con la explotación y creciente miseria, por más dorada que se disfrace. Así logró arrastrar detrás de sí y detrás de los estudiantes a sectores obreros enteros, arrancados de las amarras del PCF. La gran huelga general de mediados de mayo, con la toma de La Sorbona y de la Renault-Billiancourt y la marcha de masas del 13 de mayo consolidó la unidad entre estudiantes y obreros en el camino de la revolución socialista.

No fue un fetiche obrerista lo que movilizó a los estudiantes a las fábricas. Fue la comprensión de la necesidad de ganar al conjunto del proletariado para su lucha en las calles contra el reaccionario De Gaulle. Esto lo comprendió un sector importantísimo de la vanguardia obrera, su juventud. Porque jóvenes obreros combatieron a la policía y fuerzas de choque codo a codo con los estudiantes en las barricadas de Gay-Lussac, discutieron en La Sorbona la política para el momento y la estrategia revolucionaria. Encontraron los jóvenes obreros en la lucha estudiantil las ideas y referencias que buscaban para comprender y actuar contra el sistema que los explotaba. La unidad política en la acción y concepción revolucionarias es lo que unió y lo único que puede verdaderamente fusionar a obreros y estudiantes. Cualquier otra concepción de la unidad obrero-estudiantil corre el riesgo o de ser estéril pedantería pequeño burguesa (por más roja o radical que se presente) o de ser negación de la conciencia y autoactividad en la lucha socialista revolucionaria por el burocratismo y/o sindicalismo de direcciones impotentes para intervenir en la realidad. Esta naturaleza de la unidad obrero-estudiantil es una asignatura pendiente para la mayoría de las organizaciones estudiantiles que se reclaman clasistas y revolucionarias en la actualidad.

“Meramente cultural”

Está de moda plantear que el Mayo Francés fue una “revuelta o rebelión o revolución” meramente cultural. Entre entusiastas y retractores, de derecha y de izquierda, aquéllos que ven en este ascenso el origen de todos los males o todos los avances contemporáneos, suelen plantearse el Mayo Francés como una mera transformación cultural. En el mejor de los casos de la cultura, las ideas y la familia. Hay un interés evidente y expreso en muchos casos (como lo hace el estalinista Eric Hobsbawm en su comercial “Historia del Siglo XX”) en negarle el carácter político al Mayo Francés. (*)

El Mayo Francés cuestionó al arte establecido y a las vanguardias. Los artistas e intelectuales comprometidos se pusieron al servicio de la revolución y su política, su lucha cotidiana. No sólo fue el graffiti, el cine y el teatro comprometidos “con la causa”. Se le exigió a las vanguardias renovar los artes y las culturas para expresar las nuevas formas de actuar y pensar, al mismo tiempo que se les exigió estar también políticamente a la altura de las circunstancias. Ser vanguardia en todo sentido. Pero no sólo puso bajo una crítica radical a la cultura. La familia, la sexualidad, los medios de comunicación, la ideología y la educación también fueron cuestionados, criticados y transformados por la acción revolucionaria del Mayo Francés y del ascenso obrero y popular mundial. Cada etapa revolucionaria plantea un desafío radical y total a cada esfera de la vida humana, y esto es profundamente político porque problematiza el sentido y el fin de cada aspecto y las bases que lo sostienen.

Entonces, ¿qué sentido tiene decir que no fue político? ¿Acaso el cuestionamiento de la cultura no es un hecho político? ¿Acaso la cultura, la familia, el género y la sexualidad no son hechos políticos? Es imposible negarle el carácter político a un movimiento que buscó conscientemente desestructurar ámbitos tan centrales a la vida de cada individuo y de toda la sociedad. “Lo personal es político” decretaron las feministas revolucionarias, marcando que también lo que pasa en las casas y en las camas es materia de política. Reducir el Mayo Francés a algo “meramente cultural”, o que es lo mismo, negarle su carácter político, no es sólo ocultar la realidad histórica y recortarlo brutalmente, sino admitir la voluntad reaccionaria de no transformarla o bien la impotencia de no poder hacerlo. ¿Por qué? Negarle a semejante avanzada revolucionaria, que sacudió los cimientos de la V República Francesa, su carácter político, es convertirse en un conservador consumado, es aceptar la sociedad tal cual es y desentenderse de la lucha revolucionaria por y contra el poder político burgués que ordena esta sociedad. Es limitarse a cambios “simbólicos” o “pequeños” en algún “ámbito de la sociedad” y no la lucha contra todo el capitalismo. Ubicar como “cambio cultural” al Mayo Francés lo reduce a una breve provocación adolescente y niega toda la tremenda crisis política que generó, niega que su objetivo era atacar al sistema en su conjunto y a sus baluartes de derecha y de izquierda. Concebir al Mayo Francés como “revuelta o rebelión o revolución cultural” es una bandera del gaullismo contemporáneo.

Mayo y poder

Las jornadas de Mayo de 1969 en Francia fueron una lucha política contra el gobierno del reaccionario De Gaulle. Se obtuvo una victoria al conseguir al poco tiempo su agotamiento y su renuncia, su muerte política. En este sentido fue una lucha para decidir sobre los destinos de la sociedad, por el poder político. La gran huelga general de 10 millones de obreros con 122 fábricas ocupadas, que paralizó Francia por dos semanas, las marchas de decenas de miles, centenares e incluso un millón de personas en París contra el gobierno y por un cambio revolucionario fueron una clara disputa política contra un régimen capitalista conservador y represivo.

“Fuera del poder, todo es ilusión”, afirmó Lenin. Y así parecieron entenderlo los protagonistas del Mayo Francés. Lo mejor de la vanguardia no rehuía ni de la política, ni de los partidos, ni del poder. Crecieron las organizaciones de la “extrema izquierda” (dentro de las cuales se encuentra el trotskismo pero no sólo éste), se ocuparon 122 fábricas en el marco de una gran huelga general, se crearon Comités de Huelga y de Acción. Hubo embrionarias experiencias de doble poder, como en Nantes.

De ahí lo funesto de la derrota impuesta por el PCF al movimiento de Mayo. Esta formidable máquina de organizar derrotar y preparar traiciones, que contaba con la hegemonía en el movimiento obrero, actuó de nuevo, como a fines de los ‘30 y ‘40, como último bastión del imperialismo francés y del capitalismo europeo. Hizo todo en su poder para desprestigiar a los estudiantes y aislarlos de los obreros. Entregó una gigantesca huelga general por un miserable aumento salarial y la participación en las elecciones. Por esto, podemos decir que el odio abierto de lo mejor de la vanguardia hacia el PCF refleja de manera más o menos consciente la necesidad de dotarse de una dirección y organización revolucionarias que luchen por el poder político en la perspectiva de la revolución socialista, por una dictadura del proletariado que tenga por aliados al conjunto de explotados y oprimidos.

Faltó la solidez política de los cuadros revolucionarios para poner en pie un núcleo que comience a presentar una alternativa socialista revolucionaria de organización y dirección. La debilidad política de las organizaciones del trotskismo, su débil estructuración en el movimiento obrero y la heterogeneidad ideológica del movimiento (que aparte del trotskismo contenía al maoísmo, el escéptico idealismo marcusiano y al anarquismo más despolitizante) contribuyeron a la disolución del movimiento, que significó su derrota. Si bien los grupos revolucionarios crecieron y diversas luchas se siguieron profundizando (como la lucha por liberación de las mujeres y de las minorías sexuales), la descomposición, la desmoralización y el cinismo sentaron las bases para las corrientes postmodernas, las cuales negaron la lucha política, los sujetos sociales y la perspectiva revolucionaria (ni hablar ya del socialismo). El desencanto de amplios sectores con el estalinismo, que identificaban con el marxismo, y la profundización unilateral de pensadores como Foucault llevaron al desgastante pantano de la inactividad postmoderna, su elitismo e intelectualismo. Aquellos que ven en el Mayo Francés los orígenes del postmodernismo confunden el proceso con su resultado, de la misma manera que los derrotados y desmoralizados del Mayo Francés, y del ascenso obrero y popular de los ‘60 en general, suelen confundir al estalinismo con la revolución socialista y el partido de la clase obrera.

Legado

El Mayo Francés fue uno los puntos cúlmines del ascenso de la lucha de clases de fines de los ‘60. En “Consideraciones sobre el marxismo occidental” dice Perry Anderson: “La revuelta francesa de mayo de 1968 señaló (…) un profundo cambio histórico. Por primera vez en casi cincuenta años se produjo un levantamiento revolucionario masivo en el capitalismo avanzado, en tiempos de paz y en condiciones de prosperidad imperialista y democracia burguesa. (…) La reaparición de masas revolucionarias fuera del control de un partido burocratizado hizo potencialmente concebible la unificación de la teoría marxista y la práctica de la clase obrera una vez más”. Este tremendo ascenso obrero, sumando a la lucha juvenil y popular, en el Oeste, en el Este y el Sur, permitieron la ruptura política de la vanguardia con el estalinismo, reabriendo la oportunidad para el socialismo revolucionario de empalmar con la clase obrera y los sectores explotados y oprimidos en sus barricadas, en la unidad obrero-estudiantil, en su grandiosa huelga general y en su cuestionamiento radical y total al capitalismo.

Para los revolucionarios la historia no es mera memoria histórica, como lo es para los progresistas. Es una fuente de lecciones para la acción política. Así el Mayo Francés y el ascenso de la lucha de clases del que formó parte, exceden lo anecdótico, lo contestatario y la nostalgia. Con toda su fuerza y a pesar de sus limitaciones, el Mayo Francés nos marca el camino que debemos seguir para acabar con la barbarie capitalista: la lucha de la clase obrera por el poder político para abrirle el paso a la revolución socialista mundial.


Nota:

(*) En esta misma posición, lamentable espectáculo presta quien fuera uno de los principales dirigentes estudiantiles del Mayo Francés, Daniel Cohn Bendit. Caracteriza hoy en día al Mayo Francés como un “fracaso político” y llama a enterrarlo. Actualmente este renegado es un eurodiputado que sirve fielmente, vestido de “Verde”, a la Europa neoliberal (hizo campaña por la reaccionaria Constitución Europea). Se ubica de esta forma junto al derechista Sarkozy, quien prometió “liquidar” la herencia del Mayo Francés.