Socialismo o Barbarie, periódico Nº 126, 08/05/08
 

 

 

 

 

 

Paro agrario y polémica en la izquierda (primera parte)

El campo argentino según el PCR

Una fábula que no resiste el menor análisis

Por Rojo José Luis

A medida que han pasado las semanas, se podría decir que el carácter de clase del reclamo agrario se ha ido haciendo cada vez más transparente.[1]

Hay un test infalible: los aumentos siderales de los precios que esta sufriendo la población trabajadora, incuestionablemente potenciados por la situación creada con el lock out patronal. El analista Fabián Amico señala lo siguiente: “Hay que decirlo con todas las letras: este conflicto no se desata por la situación de los pequeños productores. Las entidades rurales que negocian con el gobierno rechazaron las propuestas oficiales porque la discusión real no pasa por la suerte de los productores más chicos, sino por quién se queda con la voluminosa renta agropecuaria. Y, si se la queda el agro, como impacta este resultado en términos de mayor inflación, caída del salario real y aumento de la pobreza. En suma, si se transfieren mas ingresos desde los trabajadores y toda la sociedad hacia el campo”.

Sin embargo, corrientes de “izquierda” como el PCR han mantenido incólume su subordinación a la burguesía agraria, al punto de haber contribuido decisivamente (junto al MST y al PO) a la división de las acciones reivindicativas por el 1º de Mayo. Por eso queremos poner al desnudo los erróneos supuestos teóricos y políticos sobre los que se apoya su vergonzosa posición. Dada la extensión del texto, será publicado en dos partes.

¿Un paro reaccionario como parte de una revolución por etapas?

Con el paro del campo, el PCR ha tenido una oportunidad para aplicar a fondo su posición estratégica de que la clase obrera está condenada a ir a la rastra de algún sector capitalista. Si en el caso actual su frente único es con la fracción burguesa más reaccionaria, es lo de menos...

Según el PCR, con el paro agrario “apareció la parte oculta de la Argentina real: los obreros rurales, pueblos originarios y campesinos pobres y medios [sic]. Esa parte que, como ha señalado el PCR, es esencial en la estructura económica social argentina. Quienes niegan esta realidad, fuerzas como el PO, el PTS y el MAS, se unieron al kirchnerismo en el ataque a la pueblada agraria, votando juntos como en Filosofía y Sociales de Buenos Aires” (Hoy, periódico del PCR, Nº 1211).

Por supuesto, es una redonda mentira que nos hayamos “unido al kirchnerismo” en las asambleas estudiantiles, ya que nuestra condena del lock out patronal –como una medida reaccionaria [2]– la venimos haciendo desde una ubicación de intransigente independencia de clase respecto de ambos bloques patronales. Pero la posición del PCR esconde problemas más de fondo.

Primero, aunque de menor relevancia, está la fantástica afirmación de que en este paro patronal habrían aparecido los “obreros rurales, pueblos originarios y campesinos pobres y medios”. ¿Dónde están? Porque la realidad es que ni una sola de las reivindicaciones de las 4 entidades del campo y de los “autoconvocados” tiene nada que ver ni con los obreros rurales, ni con los pueblos originarios, ni con los “campesinos” pobres y medios de carne y hueso. La rebaja indiscriminada de las retenciones, el aumento del precio de corte de la leche, la liberalización del comercio de exportación de las carnes, y tantas otras exigencias de la dirigencia rural: ¿qué podrían tener que ver con los sectores explotados y oprimidos que, según el PCR, se habrían “hecho ver” en el actual lock out?

En realidad, lo que el PCR pretende no es dar cuenta de la naturaleza del paro agrario tal cual es, sino meter la realidad dentro de sus esquemas, volviendo a reafirmar la anacrónica y oportunista teoría de la revolución por etapas (aunque de manera más “sofisticada”). Es decir, aquella idea según la cual la Argentina no sería un país “plenamente capitalista” y, por lo tanto, estaría “plagado de resabios feudales” –sobre todo en el campo–, y por ende la clase obrera debería ir a la rastra de uno u otro sector burgués. La burguesía “nacional”, al realizar su revolución “democrático-popular”, abriría el paso a un desarrollo capitalista “pleno” para que en una próxima etapa y con las condiciones objetivas “maduras”, se pueda comenzar a pensar en una revolución propiamente obrera y socialista... Que en esta oportunidad el interlocutor burgués “revolucionario” es la fracción más derechista de la misma burquesía, sólo pone de relieve el absurdo de una versión aún más reaccionaria e irreal que la formulación original.[3]

Así, se señala que se habría “vuelto a demostrar, como viene sosteniendo el PCR, el carácter de la revolución en la Argentina: democrática-popular, agraria y antiimperialista, en marcha ininterrumpida al socialismo (...). La teoría de ‘la revolución socialista de inicio’, aparentemente de izquierda, ha llevado a sus partidarios a juntarse con el kirchnerismo en la Universidad, o acompañarlo en Plaza de Mayo” (Hoy, ídem).

Pero una cosa es el debate acerca del carácter obrero y socialista “de inicio” que defendemos para la revolución en la Argentina en tanto se trata, a todas luces, de un país plenamente capitalista (aun cuando sea un capitalismo dependiente y semicolonial[4]). Y otra cosa distinta es cómo una medida reaccionaria como la que viene llevando adelante el “campo” –un lockout patronal de consecuencias abiertamente antiobreras y antipopulares– podría ser expresión de cualquier teoría de la revolución, “de inicio” o no.

¿Camino prusiano o camino específicamente argentino?

En todo caso, la confusión que introduce el PCR para justificar sus posiciones oportunistas puede aclararse apelando a otros textos de esta corriente. De manera asombrosa, se considera que parte de la flor y nata de la burguesía del campo argentino sería una clase “oprimida” por unos propietarios terratenientes que provendrían –en una línea de continuidad– de un supuesto pasado precapitalista, conservando hasta hoy, en lo esencial, rasgos “feudales o semi-feudales”.

En ese sentido, dado que el campo argentino no sería plenamente capitalista, como opinamos los socialistas revolucionarios[5], habría que ir de la mano de esta burguesía agraria en su supuesta “lucha” contra la opresión terrateniente-feudal en una revolución “democrático-popular, agraria y antiimperialista”, y sólo una vez consumada ésta se podría empezar a hablar de la revolución obrera y socialista. En esto consistiría su carácter “ininterrumpido”. Anacronismos políticos tan evidentes, que niegan que la revolución social en nuestro país sólo puede pasar por la unidad de los trabajadores de la ciudad y el campo en alianza con los auténticos pequeño propietarios –que básicamente no están radicados en la pampa húmeda–, son difíciles de encontrar entre las corrientes de la izquierda. Uno no puede dejar de pellizcarse y volver a preguntarse, ante estos dislates, en qué país vive el PCR.

A modo de justificación de sus posiciones etapistas afirman que “en la actual etapa de nuestra revolución (...) las lacras principales a batir son la dependencia del país del imperialismo y el latifundio en el campo” (Eugenio Gastiazoro, “Lo nuevo y lo viejo en el campo argentino”, revista Teoría y Política).

Es una verdad absoluta que hay que acabar con el carácter semicolonial del país y con el latifundio en el campo. Pero el PCR parece olvidarse que el campo argentino (agricultura, ganadería, caza y silvicultura) no aporta más que alrededor del 10% del PBI del país, y que depende enteramente de la evolución de la economía urbana, que es la que le puede aportar todos los insumos para la producción y el resto de los consumos para su reproducción.[6]

Es decir, parece querer soslayar que la burguesía del campo (terrateniente, propietaria y arrendataria) es parte, y no puede dejar de serlo, de la burguesía de conjunto que domina el país (imperialista y/o de origen argentino, aunque nunca “nacional”). Burguesía que tiene como base material fundamental la explotación de una clase obrera rural y urbana. Clase obrera que, a todas luces, en su abrumadora mayoría, es de radicación urbana: unos 14 millones de asalariados (PEA) de los cuales algo más de un millón trabajan en el campo.

Pero como el PCR parece perder de vista esto, su “revolución” en la Argentina no estaría obligada a enfrentar a la flor y nata de la burguesía industrial, comercial y financiera propiamente dicha, a la cual están unidos por mil y un vínculos los latifundistas. Extraña revolución social la que tiene en mente el PCR.

A partir del disparate anterior, los nuevos se apilan unos tras otros. Para el PCR, el campo argentino habría seguido “el llamado camino prusiano” que “implica el injerto de relaciones de producción capitalista sobre la base del mantenimiento del latifundio y de relaciones atrasadas (...). Por eso, en nuestro caso, (...) nos vamos a encontrar con aquello que decía Lenin en 1920 (...) de que subsisten todavía restos de explotación medieval, semifeudal, de los pequeños campesinos por los grandes terratenientes” (Gastiazoro, ídem).

Como venimos señalando, la verdad es que hay que padecer alucinaciones para seguir afirmando que en el campo argentino del siglo XXI podrían subsistir “restos de explotación medieval, semifeudal”. Esto es redondamente falso y un disparate por varias razones, no sólo actuales sino también históricas.

La primera es que en Latinoamérica (hispánica y lusitana), nunca hubo feudalismo. Lo que hubo fue una suerte de “capitalismo colonial” que se apoyó mayoritariamente en relaciones de producción salariales bastardas que, en realidad, lo que hacían era esconder relaciones de esclavitud de tipo particular[7].

Al mismo tiempo, todo el mundo sabe que en el territorio colonial de la Argentina (Virreinato del Río de la Plata) nunca hubo vastas proporciones de población originaria ni de esclavos de color. Por esto, la estructura del campo argentino (una formación sui generis, como veremos enseguida), promediando el comienzo del siglo XX, tuvo en un polo a grandes propietarios-terratenientes-capitalistas de la tierra (no a terratenientes “feudales”) y, en el otro, a pequeños chacareros no propietarios originados de la inmigración europea (pero no siervos de la gleba) que las más de las veces eran explotados –vía arriendo o aparcería– como unidad familiar de conjunto por estos grandes propietarios-terratenientes-capitalistas de la tierra. Al mismo tiempo, a partir de este escenario, se fue desarrollando un creciente proletariado agrícola.

Decía Milcíades Peña al respecto: “El monopolio terrateniente de la tierra y la subordinación de la agricultura a las necesidades de la ganadería extensiva impidieron que los chacareros se asentasen como productores familiares propietarios de sus tierras, y que a través de la competencia se produjera la paulatina diferenciación entre una burguesía agraria y una masa creciente de proletarios y semi-proletarios rurales. Es decir, no se produjo lo que Lenin denominaba el desarrollo tipo [norte]americano de la agricultura. 

Por otra parte, tampoco se dio en la Argentina lo que Lenin denominara ‘desarrollo prusiano’, vale decir, la transformación de los terratenientes en capitalistas agrarios que explotan grandes haciendas empleando mano de obra asalariada. O, mejor dicho, este tipo de desarrollo se produjo en la ganadería. En la agricultura, en cambio, tuvo lugar un ‘desarrollo argentino’ consistente en impedir el acceso de los inmigrantes a la propiedad de la tierra y en explotarlos no como asalariados, sino como productores familiares (arrendatarios, medieros, apareceros, etc.)” (M. Peña, Industria, burguesía industrial y liberación nacional, Buenos Aires, Ediciones Fichas, 1974, pp. 178-9).

En un sentido similar se había manifestado –incluso antes que Peña- el especialista en el campo y socialista revolucionario José Boglich: “Boglich defenderá con énfasis (...) la tesis del carácter capitalista del campo argentino, extensivo a la formación social argentina en su conjunto. Se trata, para el autor de ‘La cuestión agraria’, de un país capitalista agrario atrasado y semicolonial. Él equívoco de entender el atraso como ‘resabios feudales en el campo’, sostiene, proviene del ‘error inveterado de suponer a nuestra clase campesina y a nuestra economía agropecuaria en un plano de igualdad con la de los viejos países agrícolas’. El campesinado ‘independiente’ o semiproletario del viejo mundo proviene de la sociedad feudal, del siervo de la gleba, ‘mientras que el agricultor argentino surge sobre la base del capitalismo colonizador, que le imprime modalidades peculiares y crea paralelamente a él un proletariado agrícola puro’. Allá ese campesinado es autóctono, aquí llega con el aluvión inmigratorio” (Horacio Tarcus, El marxismo olvidado de Silvio Frondizi y Milciades Peña, Buenos Aires, El cielo por asalto, p. 98).

Es síntesis: ni vía “prusiana”[8] ni vía “americana”: un específico y sui generis “desarrollo argentino” de la agricultura, donde luego entre los chacareros se fue produciendo una creciente diferenciación social, con la creciente emergencia a partir de los años 70 a 90 del siglo XX de una vía de desarrollo más o menos “clásica” y/o “inglesa”: rentistas grandes y pequeños; desarrollo de figuras capitalistas “arquetípicas” en la producción agraria como los pools de siembra y los contratistas de servicios, y la asalarización de todo un sector.

“La perspectiva pareciera ser que de no mediar modificaciones se avanzara lenta pero fatalmente hacia un agro cada vez más capitalista: con grandes arrendatarios capitalistas o productores mediano-grandes que combinan una parte en propiedad con otras en alquiler, pequeños y medianos rentistas, y predominio de la mano de obra asalariada (algunos con altos niveles de capacitación). Esta tendencia será inexorable en la medida en que se pierdan las características familiares de las unidades de producción (...). El resultado [es] la expansión de un modelo ‘inglés’ de agro capitalista” (“El desvanecimiento del mundo chacarero”, Javier Balsa, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 006, p. 264).

Es un hecho que siempre se ha tratado en nuestro país de un campo capitalista que tuvo y tiene por objetivo principal la producción para el mercado mundial y la realización de una sideral renta agraria diferencial en él. Y aunque inicialmente fuera parte de un capitalismo colonial, estuvo en las antípodas de cualquier “feudalismo”, caracterización que sirvió siempre de coartada para las capitulaciones del estalinismo en nuestra región, y que el PCR sigue defendiendo hasta hoy contra toda evidencia. De hecho, en un campo tan capitalista como el argentino, donde las tendencias “modernizantes” han avanzado tanto en las últimas décadas, hablar de “restos de explotación medieval” sonaría como una fábula... si no fuera un escandaloso atajo teórico para apoyar un paro ultrarreaccionario.

¿Quiénes son los que cortan las rutas?

A partir de esta incomprensión de las características históricas del campo argentino y de su evolución real, el PCR se desliza a una pintura de los cortes de ruta totalmente irreal, hablando de ellos como “la mayor rebelión de obreros rurales y campesinos pobres y medios de la historia argentina” (Hoy 1221).

Agrega que “lo que estalló en el campo venia de antes (...). (La) sojización provocó un genocidio agrario, expulsando obreros rurales, pueblos originarios y campesinos sin tierra a sobrevivir en villas de emergencia; y los que tenían pequeñas parcelas debieron irse a los pueblos como mini-rentistas sin futuro. Los grandes usureros formaron los pools y, junto a los grandes terratenientes ‘nacionales’ y extranjeros acapararon gigantescas extensiones de tierra como no se veía desde la época de oro de la vieja oligarquía vacuna” (ídem). Pero aunque esta descripción se ajusta a la realidad, el PCR no parece haberse notificado de que el paro agrario (y en general el conflicto “campo” vs. gobierno) para nada hace referencia a los problemas que se señalan aquí.

Lo que el PCR no logra explicar es por qué en el paro agrario real (no el que tienen los compañeros en la cabeza) los “terratenientes”, los “capitalistas agrarios” e, incluso, los "pequeños y medianos productores" están actuando en un –hasta ahora, al menos– sólido frente único, y no en una lucha bajo líneas de clase como fue el famoso Grito de Alcorta de 1912. Allí, chacareros de carne y hueso (que no eran burgueses sino pequeño burgueses del campo) se levantaron contra los impagables arrendamientos que les cobraban los grandes propietarios. Que el paro agrario de hoy tenga una lógica de clase que en nada se parece a la de hace un siglo, debería hacer reflexionar acerca de su carácter.[9]

“¿Cómo era el campo hace algunas décadas? Una gran proporción en manos de un puñado de terratenientes que manejaban la producción y distribución a expensas de medianos y pequeños productores (...) que labraban la tierra con sus herramientas, en forma personal, acopiando las mejores semillas para las próximas siembras. Gran parte de su producción, que era variada, era destinada al mercado interno. Estas últimas cuestiones les daban cierta independencia de las multinacionales y una relación con la población (...). El sector que hoy tiene más protagonismo en los piquetes rurales y que más diferencias suscita entre la izquierda son los pequeños y medianos productores ligados al modelo. Son un sector que está recibiendo una parte minoritaria de la fabulosa renta en juego, pero que le ha servido para enriquecerse sobremanera en estos últimos años. Yo diría que han pasado de ser pequeño burgueses rurales a ser burgueses pequeños o medianos” (Eduardo de Córdoba, mimeo).

Sobre este sector de “productores” enriquecido en los últimos años, el autor agrega que “en forma mayoritaria, y cada vez más creciente, se dedican al cultivo de soja (...) son pocos los que viven aún en el campo (...) sus características más definitorias son: están ligados totalmente al mercado externo. Por esto están pendientes de la cotización de los granos de Chicago y no prestan ninguna atención al poder adquisitivo del salario de los trabajadores; mantienen dependencia comercial y técnica de los pulpos exportadores, en especial Monsanto (que maneja todos los granos de soja). Su representación es la FAA. ¿Se equivoca al aliarse la FAA con la SRA, con Monsanto y los pools? No. Son sus socios menores, y se enriquecen con las ‘migajas’ que le quedan de tan fabulosa renta; no dependen más del mercado interno ni del poder adquisitivo de los trabajadores” (ídem).

En el mismo sentido, Javier Balsa[10] explícitamente rechaza la asociación del PCR de los pools de siembra como operadores “no capitalistas” y los pone en el mismo saco con los contratistas como actores capitalistas agrarios de pleno derecho.

“En la década de 1990 incrementaron su importancia tres tipos de capitalistas agrarios relativamente novedosos: los grandes contratistas tanteros, los contratistas de servicios y los ‘pools de siembra’(...). Entonces, cuando la dinámica económica se desenvolvió con niveles de intervención estatal menos intensos (más cercanos al patrón neoliberal) y las explotaciones debilitaron sus rasgos familiares, el desarrollo agrario presenta una tendencia hacia el modelo ideal descrito por Marx, y casi olvidado en el cajón de las ideas equivocadas; aunque, en la Pampa, los que arriendan sus campos son más bien pequeños rentistas que grandes terratenientes” (“El desvanecimiento...”, cit., p. 264).

Una vez más, se verifica que los actores centrales de la “zona núcleo” (pampa húmeda) del campo argentino han pasado a ser los grandes arrendatarios capitalistas, los productores mediano-grandes que combinan una parte en propiedad con otras en alquiler y los pequeños y medianos rentistas (que no parecen tener tan poco futuro...), todo bajo el predominio de la mano de obra asalariada, en muchos casos con altos niveles de capacitación y disminución relativa de su cantidad.

Todo esto se puede poner en números con el último censo agropecuario del 2002: de las 300.000 explotaciones agropecuarias, 170.000 (el 57%) son en promedio de hasta 100 hectáreas y ocupan sólo 5.000.000 de hectáreas en total. Retengamos que un propietario chico, de hasta 50 hectáreas, en la pampa húmeda, puede ingresar 25.000 dólares de renta anualmente (es decir, en su calidad de rentista, alquilando su campo y no haciéndose cargo directamente de la producción), lo que, aun siendo una cifra no despreciable, configura en todo caso al sector pequeño propietario que debería, pese a todo, ser aliado de los trabajadores urbanos y rurales y no ir a la rastra de la Sociedad Rural.

En el otro polo, existen 936 propietarios (el 0,3%) con más de 20.000 hectáreas promedio cada uno, que suman en total la friolera de 35 millones de hectáreas. Es decir, la expresión directa de la histórica estructura de concentración de la tierra en la Argentina, que bajo el gobierno K no sólo no ha retrocedido sino que se ha agravado.

¿Qué pasa en los estratos “intermedios”? Para focalizar en el sector propietario medio-medio y medio-grande enriquecido en los últimos años (una de las figuras más activas en los cortes de ruta), subrayemos que en la región pampeana, y según el calculo del presidente del INTI, Enrique Martínez), la renta se multiplica a razón de 50.000 dólares cada cien hectáreas. Entonces, para un universo de entre 500 y 5000 hectáreas, tenemos que 45.000 productores pueden embolsarse entre 250.000 y 2.500.000 dólares al año sólo a modo de renta (Enrique Martínez, “El conflicto agrario: mirada desde el INTI”).

La renta agraria: ¿una relación económica no capitalista?

Como dijimos, a los problemas fácticos y políticos de la posición del PCR se le agregan los anacronismos teóricos que le sirven de fundamento a sus posiciones.

Así, se quejan de aquellos que hablamos de “capitalismo agrario” y no del “capitalismo en el agro, borrando lo específico de la producción en el campo, que es que para poder concretarse necesita de la tierra” (E. Gastiazoro, cit).

Se desliza así que los capitalistas agrarios, por culpa de los terratenientes, carecerían de tierra para poder desarrollar sus negocios. Y como remate, se agrega: “Nos encontramos ante una situación en que, predominando las relaciones capitalistas de producción, lo que rige en lo fundamental la producción agrícola (como ocurre también en la minería) es la búsqueda de una ganancia extraordinaria por los monopolizadores de la tierra subordinando a esa búsqueda al capital agrario y su búsqueda de la ganancia normal” (E. Gastiazoro, cit.).

Aquí se confunde todo, porque el PCR parece olvidar que la renta agraria es ni más ni menos que la forma de valorización de la propiedad de la tierra bajo el capitalismo; es decir, una relación económico-social plenamente capitalista independientemente del hecho que, efectivamente, el “productor” capitalista le paga una renta al propietario capitalista en concepto de uso de su tierra. O que, en el caso de ser él mismo el dueño de la tierra, se pague la renta a sí mismo “autoexplotándose” (en términos del PCR).

Lo que al PCR se le escapa, es el origen tanto de la renta agraria extraordinaria, como de la ganancia normal que se obtienen en la producción capitalista en el campo. Como es sabido para cualquier marxista digno de ese nombre, el origen es uno y sólo uno: el trabajo no pagado del asalariado del campo. Dice Marx: “En el modo capitalista de producción, el supuesto es el siguiente: los verdaderos agricultores son asalariados, ocupados por un capitalista, el arrendatario, que sólo se dedica a la agricultura en cuanto campo de explotación particular del capital, como inversión de su capital en una esfera peculiar de la producción. Este arrendatario-capitalista le abona al terrateniente, al propietario de la tierra que explota, en fechas determinadas (...) una suma de dinero fijada por contrato (exactamente de la misma manera que el prestatario de capital dinerario abona un interés determinado) a cambio del permiso para emplear su capital en este campo de la producción particular. Esta suma de dinero se denomina renta de la tierra, sin que importe si se la abona por tierra cultivable, terreno para construcciones, minas, pesquerías, bosques, etc. Se la abona por todo el tiempo durante el cual el terrateniente ha prestado por contrato el suelo al arrendatario, durante el cual lo ha alquilado. Por lo tanto, en este caso la renta del suelo es la forma en la cual se realiza económicamente la propiedad de la tierra, la forma en la cual se valoriza” (Karl Marx, El capital, Tomo 3, volumen VIII, p. 796, México, Siglo XXI, 1981).

Que en este marco, estas dos fracciones componentes de la burguesía (productores-agrarios-capitalistas y propietarios-terratenientes-capitalistas-de la tierra) puedan disputarse el reparto de la renta agraria –o incluso si lo hacen con su propio gobierno burgués– en nada menoscaba que la relación de renta agraria es una relación plenamente capitalista, una relación supuesta por el capitalismo y que sólo podría ser liquidada expropiando a los capitalistas y propietarios agrarios como un todo por una revolución socialista.

Esto último es lo que señalaba Marx: “La forma de propiedad de la tierra que consideramos es una forma específicamente histórica de la misma, la forma trasmutada, por influencia del capital y del modo capitalista de producción, tanto de la propiedad feudal de la tierra como de la agricultura pequeño campesina” (ídem, pp. 791-2). Y agregaba lapidariamente: “El monopolio de la propiedad de la tierra es una premisa histórica, y sigue siendo el fundamento permanente del modo capitalista de producción (...). Pero la forma en la que el incipiente modo capitalista de producción encuentra a la propiedad de la tierra no se corresponde con él. Sólo él mismo crea la forma correspondiente a sí mismo mediante la subordinación de la agricultura al capital; de esa manera, también la propiedad feudal de la tierra (...) se trasmuta en la forma económica correspondiente a este modo de producción, por muy diversas que sean sus formas jurídicas” (ídem, p. 794).

En síntesis: lo que nos esta diciendo Marx es que los monopolizadores de la tierra hacen lo propio sobre una forma de propiedad que ha sido transmutada en uno de los fundamentos del modo capitalista de producción: la propiedad privada de la tierra, que sólo podría ser liquidada mediante una revolución proletaria que avance en la estatización de toda la tierra.


1 Hacemos este artículo en homenaje a los verdaderos trabajadores y trabajadoras agrícolas, de los cuales nadie en la Argentina “oficial” y parte importantísima de la izquierda habla hoy en oportunidad del lock out agrario patronal, como han sido las recientes y duras luchas de los obreros frutihortícolas de Río Negro y las trabajadoras del ajo en Mendoza.

[2] Hace casi 50 años Milcíades Peña pintaba con toda precisión el carácter reaccionario de la reivindicación de los propietarios capitalistas sobre la renta agraria, más allá que la figura del “chacarero” hoy se haya desvanecido por completo: “El latifundio significa que los terratenientes se apoderan bajo la forma de renta agraria de un elevado porcentaje del producto de la agricultura, y la masa de la renta agraria indica la masa de poder de compra restado a la economía nacional y, por tanto, la medida en que se reduce el mercado interno para la industria. Entre el 60 y 80% del valor de la cosecha levantada por arrendatarios es transferido a los terratenientes. En manos de los chacareros, ese poder de compra se transformaría en demanda de medios de producción para sus establecimientos y de bienes de consumo para sus familias. Esta demanda campesina contribuiría a aumentar, a la vez, la producción agrícola y el mercado para la industria. Por el contrario, en manos de los terratenientes, este poder de compra perjudica por varios caminos a la economía nacional, sirviendo ante todo para aumentar la demanda de importaciones de lujo –agravando el déficit de divisas– y para incrementar la especulación en tierras, etc.”. Milcíades Peña, Fichas, abril 1964.

[3] No debe sorprender que, por ejemplo en Venezuela, las corrientes maoístas sean parte de la dirección del reaccionario movimiento estudiantil antichavista de la UCV.

[4] Es precisamente por este carácter del país que la revolución socialista que tiene planteada la Argentina (como parte de la revolución en toda la región) no puede dejar de asumir tareas democracias y antiimperialistas irresueltas desde la constitución misma de la nación, pero que no por ello cuestionan el carácter obrero y socialista de la revolución.

[5] En este sentido, el PCR se queja de los que “hablan de capitalismo agrario y no del capitalismo en el agro” (Gastiazoro, ídem). Traducido: en la Argentina habría capitalistas en el campo... pero la estructura económico-social del campo no sería capitalista. Volveremos sobre esto.

[6] El PCR parece olvidar que Argentina a comienzos del siglo XXI no es la China de la revolución de 1949, aunque esa misma China estaba subordinada también al mercado capitalista mundial.

[7] Estas relaciones de esclavitud fueron de orden “ilegal” en el caso de la explotación española de la población originaria, o “legal” en el caso de la abierta esclavitud de los afrodescendientes en el Brasil y el sur de Estados Unidos.

[8] Lenin conceptualizó el desarrollo prusiano como “vía junker”, en la que los terratenientes de origen feudal asumían también el papel de capitalistas, pero estableciendo nuevos tipos de obligaciones sobre la población rural, sujetándolos nuevamente a la tierra a través de formas atrasadas de tenencia.

[9] Naturalmente, esto no significa que no existan en el campo argentino pequeños productores expoliados por los grandes capitalistas y propietarios de la tierra. Pero, en este caso, no se trata de los capitalistas agrarios de los cuales habla el PCR sino de pequeños propietarios (en general extra pampeanos) que las más de las veces poseen minifundios y explotan su propio trabajo y no el ajeno. Aquí sí estaríamos en presencia de los “campesinos pequeños y medios” de los que hablaba el PCR al principio de esta nota. Pero, como es sabido, estas capas, representadas por ejemplo en el MOCASE, se expidieron categóricamente en contra del actual paro agrario.

[10] Su trabajo, el citado “El desvanecimiento del mundo chacarero”, es digno de mención por su solvencia y su manejo enriquecedor de las perspectivas marxista y weberiana.