Socialismo o Barbarie, periódico Nº 126, 08/05/08
 

 

 

 

 

 

Editorial

Mientras sigue la crisis campo–gobierno K

Salir a pegar con los reclamos obreros

Tomemos el ejemplo de FATE y Terrabusi, desbordando a los dirigentes de
las CGT y la CTA que quieren mantener el techo salarial del gobierno

La crisis política que asomó con el conflicto agrario ya se llevó a un ministro. Y no uno menor, sino el de Economía. Pero no por eso la disputa está resuelta: al contrario, cuando esta edición esté en la calle, la soga se habrá vuelto a tensar y parece que se va abriendo un segundo capítulo de cortes y paro agrario.

Al mismo tiempo, y aunque la inflación aprieta, la CGT y la CTA están jugando su habitual rol de contención en medio de las crisis: mantener inmovilizada a la clase obrera, impedir que se haga ver con sus reclamos y programa.

Pero eso es lo que está planteado en este momento: que en medio de esta grave crisis que no cesa y que ya está comenzando a “desangrar” a ambos contendientes patronales, aparezca un tercer actor: ¡que la clase obrera irrumpa con sus reclamos contra la brutal escalada inflacionaria haciendo saltar por los aires el techo salarial K!

Hay que aprovechar que incluso sectores de la propia burocracia sindical tiene en estos momentos dificultades para hacerlo firmar. Dos gremios de importancia como el SMATA y la UOM no están logrando firmar. Es que están levantando reclamos en torno al 30% que las empresas no quieren –hasta ahora– convalidar. Y otro gremio de importancia como es el SUTNA, tiene la paritaria “interrumpida” por las empresas que se han levantado unilateralmente de la mesa de negociación esgrimiendo el quite de colaboración que están llevando adelante los obreros de FATE.

En momentos en que la burguesía aparece dividida, es que hay que pegar: ahora es el momento de golpear agarrándolos con la “guardia baja” e imponiendo que la crisis no la paguemos los trabajadores.

El deterioro de Cristina K

Un dato no menor de la actual coyuntura es el crecimiento del deterioro político que experimenta, de manera cada vez más ostensible, el gobierno de Cristina.

En efecto, un dato central es el aumento del malhumor social respecto del oficialismo, que tiene como primerísimo motor una inflación aún no desbocada pero ya galopante. En menos de cinco meses, el nivel de la caída de la imagen y la popularidad de los Kirchner –especialmente de Cristina– es asombroso por su magnitud y profundidad. Hay incluso odio visceral a los K en ciertos sectores medios y altos, y no es raro oír expresiones del tipo “este gobierno no termina, o termina como De la Rúa”. Si bien esto es una exageración –hay claras diferencias no solo políticas sino sociales con el 2001–, no deja de ser sintomático como manifestación de lo desdibujado que se encuentra el consenso inicial del gobierno.

En cierto modo, son las entidades del campo las que están –por ahora– capitalizando ese sentimiento anti K al aparecer como la única oposición efectiva (con un proyecto patronal, desde ya). El hecho de que el escenario político esté casi completamente ocupado por estos dos contendientes de los de arriba, contribuye a la confusión en amplios sectores que tienden a ver con simpatía los reclamos de la burguesía agraria simplemente porque se opone a los Kirchner.

Es a esta presión de la “opinión pública opositora”, encolumnada con los reclamos agrarios sin entender del todo lo que está en juego, a la que capitulan sectores de izquierda. Es el caso del MST y del PCR, éste incluso con un discurso ideológico justificatorio.

Esta misma confusión que subsiste entre amplios sectores populares podría cambiar si se produjera la irrupción de fuertes luchas de los trabajadores. En ese caso, además, la crisis del gobierno K, podría ser capitalizada por izquierda y por los reclamos de la clase obrera y no, como está ocurriendo hasta ahora, por los sectores privilegiados y satisfechos que encabezan el reaccionario reclamo agrario y al cual le hacen vergonzoso seguidismo aquellos grupos de izquierda que han abandonado toda referencia en los trabajadores.

Por uno u otro camino patronal, los trabajadores somos el “pato de la boda”

Durante la “tregua” con el campo, se instaló en la agenda pública un tema cada vez más difícil de barrer debajo de la alfombra: la inflación. Precisamente, el detonante de la salida de Lousteau puede haber sido su propuesta de enfrentar la escalada inflacionaria con un paquete de medidas de tufillo neoliberal ortodoxo y de las cuales simpatizan varias entidades del campo: “enfriar” la economía, “aumentar un poco el peso”, subir las tarifas, bajar el gasto público (incluidos los subsidios). Es decir: bajar salarios y comenzar una ronda de despidos.     

La respuesta de los K, que le temen como a la peste que retorne la “conflictividad social” y que están juramentados en mantener la “competitividad” de las patronales industriales, fue poner a Carlos Fernández, un disciplinado funcionario de la pareja presidencial. En épocas del menemismo se decía “un contador sin visión política”. En todo caso, Fernández es un contador al servicio de la política económica de los K, y cumplirá sus mandatos políticos sin un miligramo de juego propio (como podía intentar tener Lousteau). Lo mismo que hace Guillermo Moreno, pero en otra función. El mensaje es claro aquí también: los K no aceptan que la inflación sea un problema.

Pero vaya que lo es. Mientras el índice del INDEC ya casi ni es tomado como noticia, las mediciones menos contaminadas por los enjuagues de Moreno son más coincidentes con la percepción popular. Es el caso del índice de marzo en Santa Fe, por encima del 3%. Abril cerrará con no menos del 2% real, y la inflación de todo el cuatrimestre, al menos en los productos de consumo popular, debe andar por arriba del 10%. ¡En cuatro meses ya superó la mitad de la vergonzosa cifra pactada por la CGT para un año y pico!

Y la proyección para todo el año, suponiendo que la crisis con el campo no siga, que la estrechez energética no haga de las suyas y que otras variables por el estilo no hagan olas, anda por el 30% como estimación conservadora pero bien real. Es este panorama, que todo el mundo percibe como una amenaza tangible cada vez que va a hacer las compras, el que está metiendo tensión creciente en el plano salarial. Y el que demuestra que con el “enfriamiento” de los agrarios neoliberales o la economía “caliente” inflacionaria de los K, los que somos el “pato de la boda” somos los trabajadores.

Pobreza con trabajo

El año en curso será recordado como el fin de la bonanza K, que ellos mismos creían eterna. En todos los planos –político, económico, social– asoman problemas cuando hasta hace poco todos los indicadores les sonreían.

Ya hicimos referencia al deterioro político, justo cuando los K se disponían a aprovechar el 46% obtenido en las elecciones. Sin cargar en exceso las tintas, puede afirmarse que el gobierno hoy tiene cuestionado el consenso mayoritario del que indudablemente gozaba al asumir.

Ese período ha terminado, y difícilmente vuelva. Por más que los valores de las exportaciones argentinas sigan siendo altos, un hilo de agua, la inflación, empieza a horadar una piedra que, por otra parte, nunca fue tan sólida. En un contexto internacional de carestía, aumentos en alimentos y energía, crisis financiera que amenaza pasar al plano de la economía “real” y creciente agitación social (ver nota en este número), los buenos precios de los granos ya no resuelven todos los problemas.

Por lo pronto, la inflación mete presión sobre un tipo de cambio artificialmente alto, pero que es el centro del “modelo K” y la razón de ser de los famosos “superávits gemelos”. Si el peso se aprecia respecto del dólar, el resultado es que las exportaciones argentinas serán menos “competitivas” y los costos internos en dólares subirán. También se afectará la recaudación fiscal (fuente de los subsidios) y bajará el superávit comercial. Ante esta perspectiva, como señalábamos en la edición anterior, los intereses de los agro–exportadores y las necesidades del gobierno divergen necesariamente: unos piden dólar real más barato (sin retenciones) y los K saben que si ceden en eso ponen en peligro todo el esquema. La oposición burguesa, en esto, tiene una ventaja sobre el gobierno: ya reconoce que hay que hacer algo con la inflación, además de dibujar las estadísticas.

La inflación, además, erosiona el modelo K en uno de los aspectos que hasta ahora le daban balance positivo: la situación social. Néstor y Cristina viven vanagloriándose de la mejora en los índices de pobreza y desocupación, lo cual no era tan falso hasta el año pasado, si bien partiendo de los niveles catastróficos de 2001–2002. Ahora bien, desde 2007 y sin ninguna duda en 2008, la pobreza ha vuelto a crecer, de la mano de la caída en el salario real como producto de una inflación por encima de las paritarias de Moyano. Esta sí que es una creación pura del modelo K: la pobreza con trabajo. De paso, digamos que los índices de productividad del trabajo no paran de crecer, demostrando cómo el aumento de la explotación obrera está en el corazón del “milagro” kirchnerista.

Salario y condiciones de trabajo como banderas políticas contra el gobierno K

Por ahora, como dijimos, los contendientes son dos: el gobierno K y las organizaciones del campo hegemonizadas por los grandes productores. No hay un “tercer actor” que talle en la pelea, que debería ser el movimiento obrero, con sus propias reivindicaciones y programa independiente de los dos actores capitalistas. Para que esta irrupción aún no haya tenido lugar ha sido fundamental el papel de las burocracias de la CGT y la CTA, y en primer lugar de Hugo Moyano, que al adelantar la paritaria de su gremio y cerrar por el 19,5% marcó el camino al resto de la burocracia. Que este rol es decisivo para sostener el andamiaje K lo demuestra la gratitud de Néstor Kirchner hacia Moyano, ungido como número 3 (detrás de Scioli y Kirchner) en la estructura del PJ.

Hasta ahora la burocracia logró controlar al movimiento obrero y evitar que salga a una pelea salarial contra la carestía de la vida que podría cambiar todo el escenario. Un subproducto de esto es que las posiciones de la vanguardia en el seno del movimiento obrero quedan más aisladas y expuestas. La represión a los compañeros de Mafissa es un ejemplo de este cuadro.

Pero no está escrito en ningún lado que los trabajadores vayan a aceptar mansamente el deterioro salarial acompañado de condiciones de trabajo en muchos casos de semiesclavitud. La propia burocracia está olfateando ya el peligro: según un analista, “los sindicalistas empiezan a presumir que los acuerdos salariales convenidos no durarán más allá de octubre” (Clarín, 27–4). ¡Esos traidores ya reconocen que la paritaria “anual” que firmaron no sirve ni para seis meses!

Esta situación ya podría estar ocurriendo: mientras el SMATA y la UOM no logran firmar su paritaria, mientras la del SUTNA está “suspendida”, crece el descontento entre más amplios sectores de trabajadores por el deterioro salarial (como es el caso de alimenticias de importancia como Kraft–Terrabusi y muchas otras empresas). Incluso se está hablando de acciones coordinadas como podría ser un corte de la Panamericana.

La procesión va por dentro, y puede estallar a la vuelta de cualquier mecha prendida. Para esa perspectiva hay que prepararse.