Socialismo o Barbarie, periódico Nº 124, 17/04/08
 

 

 

 

 

 

María Eugenia Sampallo Barragán

Valiente pelea contra sus apropiadores

Por Ana Vázquez

En las últimas semanas ha habido una serie de novedades en el terreno de la lucha contra la impunidad. La justicia española está a punto de expedirse por si o por no a la extradición de Isabel Perón. Por otra parte, en una resolución por demás aberrante, la Corte Suprema de Justicia dejó en firme la injusta condena a Romina Tejerína (ver artículo en esta edición) y como si esto fuera poco, de “yapa” ordenó que Luís Abelardo Pati sea restituido en su cargo y ahora ha quedado en libertad. En este contexto, acaba de culminar el juicio al entregador y a los apropiadores de María Eugenia Sampayo Barragán, hija de un matrimonio secuestrado en 1977.

Con la sentencia que condena a los tres acusados culmina una etapa de su lucha incansable por su identidad y por el castigo a los responsables de su apropiación. Pelea que se fue engendrando en el robo de los brazos de su madre secuestrada, en el maltrato de sus apropiadores, en la certidumbre de que no era hija del matrimonio que la estaba criando y en la incertidumbre sobre su verdadera filiación.

Pero María Eugenia no bajó los brazos. En su transcurso tuvo muchos escollos. Mentiras y malos tratos por parte de sus falsos padres, un test de identidad que le dio resultado negativo a los 11 años porque los datos de sus padres desaparecidos no estaban registrados aún en el Banco Nacional de Datos Genéticos.

Cuando finalmente, al realizarse el segundo test, confirmó su origen en el 2001, se encontró con su familia e inició el primer juicio de una nieta contra sus captores como querellante y como testigo.  Debió enfrentar una contracausa por falso testimonio contra ella y otros testigos abierta por Osvaldo Rivas (su padre apropiador) y José Enrique Berthier (el militar que la entregó) como respuesta a su denuncia.

En el inicio del juicio, en medio de amenazas y persecuciones a ella, a otros testigos, y al mismo secretario del juzgado actuante, sus supuestos “padres”, Osvaldo Rivas y Cristina Gómez Pinto, quedan detenidos y el militar Berthier se fuga. Confiando tal vez en que la impunidad lo protegería de por vida, estuvo un mes y medio prófugo, hasta que una patrulla de la Policía Federal lo detiene.

El año pasado, después de 6 años de juicio, fue cuestionado su ADN y debió reiterarlo junto a su familia.

Fueron 7 años donde no tuvo tregua, en una pelea permanente por imponer la verdad y lograr castigo para sus captores.

Los delitos de lesa humanidad deben tener condenas acordes a su gravedad

La sentencia fue de 10 años de prisión para Berthier, 7 y 8 para la madre y el padre apropiador, respectivamente. Tanto la Fiscalía como la querella había pedido la pena máxima, de 25 años, prevista en la ley 24.4410 del año 1994.

Dependerá de los fundamentos, que serán expuestos el próximo viernes, si el militar queda libre. Está detenido desde poco más de 5 años y dependerá del Tribunal si considera que hasta que la condena quede firme, no vuelva a prisión, además de que se está considerando un pedido de excarcelación.

Los supuestos padres estuvieron cuatro años presos, fueron excarcelados y pueden volver a prisión si, cuando la condena quede firme, no tienen cumplido los dos tercios de la misma.

Con este resultado, se asemejan, con poca diferencia en el monto de las condenas a otros casos resueltos. En éste sin embargo, es la primera vez que se logra una condena de tantos años (7) para la mujer que usurpó su identidad. En los casos previos no se la culpó o tuvo penas mínimas.

¿Esto significa que María Eugenia y los que la acompañaron lograron justicia plena en sus reclamos?

Tanto su abogado, Tomás Ojea Quintana, como las Abuelas de Plaza de Mayo consideraron las penas un logro, aunque insuficientes sus montos.

El defensor lo explica así en declaraciones a Página 12: “Porque esta apropiación se cometió en el marco de la dictadura militar, en el marco de un plan sistemático para el robo de bebés, y porque la supresión de identidad se prolongó durante décadas, fue un delito continuado. Pero los jueces tomaron los delitos en forma individual, con penas que son iguales o menores a las que se aplican para los delitos contra la propiedad. Es decir, los tribunales condenan con mayores penas a quienes violan la propiedad (el que roba un auto con armas tiene entre 5 y 15 años, en el secuestro extorsivo, si la víctima es un menor, la pena máxima es de 25 años) (1) que a quienes vulneran la identidad de una persona durante décadas. Para nosotros tiene además una gravedad en términos de que se trata de delitos de lesa humanidad, lo que en principio parece que el tribunal no consideró.”

Estos delitos, aunque se consideran de lesa humanidad desde el punto de vista que son imprescriptibles (de acuerdo a la ley de Obediencia y Punto Final que excluye a los represores del perdón en estos casos), el abogado se refiere a la falta de consideración de la gravedad de los mismos al momento de considerar los años de prisión.

La misma foja de servicios de este señor Berthier, que actuaba como represor de un centro clandestino, según consta en los archivos de la Conadep (Comisión Nacional de Desaparición de Personas), confirma la validez de esta afirmación del defensor. No fueron delitos aislados ni cometidos por fuera del ámbito de las fuerzas que manejaban los hilos represivos. Quitarle la identidad a los hijos de los “desaparecidos”, robárselo a su familia, era también el intento de hacer desaparecer su “memoria”, el vínculo con sus raíces, para que no quedara testimonio vivo de ellos en su descendencia.

Que sean condenados con la mayor pena

La Justicia tardó años en considerar delitos de lesa humanidad a las desapariciones forzadas de personas cometidas por la dictadura. Más aún a los crímenes cometidos por la Triple A, tipificados recientemente de esta forma.

¿Por qué no lo son aún, a pesar de todas las evidencias, la apropiación de bebés arrancados a las madres secuestradas por esos mismos represores?

Para lograr que entregadores y apropiadores vayan presos, la restitución a sus familiares de los más de 400 jóvenes aún sin identidad, debemos seguir la lucha por la unificación de las causas, por considerarlos delitos en el marco del genocidio. Con propagandizar solamente que quien dude de su identidad, recurra al Banco de Datos Genéticos, como hace el gobierno a través de los medios de comunicación, no se va a conseguir.

“Que sean condenados con la mayor pena”, declaró María Eugenia durante el desarrollo del proceso. Nos hacemos eco de sus palabras y abogamos porque su caso y accionar, emblemático y valiente, ayude a continuar la movilización para imponer el juicio y castigo a los victimarios.


Nota:

1- Afirmación del mismo abogado en otra parte del reportaje citado.