Socialismo o Barbarie, periódico Nº 124, 17/04/08
 

 

 

 

 

 

Neoliberalismo agrario vs. “progresismo” K

Dos vías capitalistas para que los trabajadores
paguemos la crisis

“Es necesario que demos una gran batalla cultural para hacerles comprender a las elites que no deben ver a los gobiernos que luchan por la distribución del ingreso como enemigos” (Cristina Fernández de Kirchner).

El trasfondo de la pelea campo vs K

La crisis económica internacional

Para entender el porqué de esta creciente disputa alrededor de la economía nacional, hay que partir de la coyuntura económica mundial. La crisis financiera abierta por el derrumbe del mercado de hipotecas en los Estados Unidos sigue teniendo nuevos desdoblamientos, abarcando más y más áreas de la economía mundial.

Resumidamente, su mecánica ha operado así: de la crisis por la quiebra masiva de las hipotecas se fue pasando a una crisis que viene provocando caídas en la mayor parte de las bolsas de comercio internacionalmente. Esta crisis termina traduciéndose en una crisis bancaria, dado que los bancos más importantes tenían alta exposición en carteras hipotecarias “basura”. La suma de ambas crisis (que configura una crisis del capital en dinero), se está trasladando ahora a la “economía real”. Es decir, una restricción en los préstamos, desalentando el consumo, así como el financiamiento de la producción y las inversiones. Producto de todo esto, se ciernen amenazas cada vez más ciertas de que la economía del amo del Norte se encuentre en recesión, con una perspectiva similar no sólo España e Irlanda, sino otros países de Europa y también Japón.

Ya está sonado otra señal de alarma: un proceso inflacionario mundial en niveles que no se han visto en décadas, como producto de varios factores entre los que se encuentran la persistente devaluación de dólar (que todavía sigue siendo la moneda de cambio mundial) y el aumento del valor del barril de petróleo, por razones económicas (el irreversible agotamiento de las reservas) y políticas (empantanamiento de Estados Unidos en Irak).

A esto se agrega otro factor: los altísimos precios de las llamadas “commodities” (no sólo el petróleo; también la mayor parte de los productos de la minería y de las materias primas alimenticias), que han aumentado enormemente producto de que países como China e India están inmersos en una suerte de “revolución industrial” del siglo XXI y/o un aumento descomunal del consumo urbano, acaparando una proporción inmensa de la producción mundial en esos rubros.

Los altísimos precios de los productos agrícolo-ganaderos (que ingresan directamente en el consumo popular y en el valor del salario) obedecen a factores tan disímiles como la creciente producción de biocombustibles, la especulación bursátil con títulos sobre los cereales, etc., en lo que parecen estar dando origen a una suerte de crisis alimentaría internacional. Ya se están desatando movilizaciones, revueltas o rebeliones populares en países tan disímiles como Egipto, Indonesia, Tailandia, México, Pakistán, Burkina Faso y Haití. El aumento de los productos de consumo popular tiene como consecuencia directa el encarecimiento potencial de la fuerza de trabajo... o una posible tendencia a un nuevo aumento en el desempleo en el orden mundial.

“La generalización de la crisis de los alimentos ya provoco la aparición de un término nuevo, agflation, que combina agricultura con inflación (...). La primera y principal causa de la suba de los alimentos hay que buscarla en (...) la incorporación de millones de nuevos asalariados urbanos en China e India, que demandan cada vez más alimentos (...). El punto que no parece tan positivo es el incremento de la demanda de granos provocada por la industria del biocombustible (...). En tono dramático, el subsecretario general para asuntos humanitarios de la ONU, John Holmes, advirtió que un aumento generalizado de los alimentos podría provocar inestabilidad política en todo el mundo: «no se deben subestimar las consecuencias de la crisis alimentaría para la seguridad (...) se informa ya de motines provocados por falta de alimentos»” (La Nación, 13/4).

En síntesis: la combinación de las tendencias recesivas en los Estados Unidos con el crecimiento de la inflación a escala internacional podría dar lugar a un fenómeno económico llamado “stagflation”: recesión más inflación. Un verdadero cóctel explosivo porque –entre otras muchas cosas– hacen mucho más difíciles (y contradictorias) las recetas económicas para combatirlo.

El larguísimo paro agrario puso de relieve un problema de enorme importancia: comenzó a insinuarse una importante fractura entre sectores de la clase dominante alrededor del “modelo económico K”. Es decir, acerca de si mantener o no organizada la economía alrededor del presupuesto de un peso devaluado contra el dólar por 3 a 1. Esto no ocurre en cualquier momento. Pasa cuando se está profundizando la crisis de la economía mundial.

Ante esta realidad, los distintos sectores patronales (gobierno K, ruralistas y empresarios), ya están actuando con “reflejos condicionados”. Es decir, buscan descargar la crisis para que la pague otro. Otro que, en definitiva, bajo las condiciones de una economía capitalista como la de nuestro país, siempre son los trabajadores. De ahí los recurrentes halagos de Cristina K a la CGT y la CTA por su “responsabilidad” a la hora de “no hacer olas” y respetar a rajatabla un techo salarial para este año 2008 (el 19,5%), que significará, sin lugar a dudas, una categórica caída del salario real contra la inflación.

Pero mientras las entidades ruralistas y el gobierno K siguen negociando quién será el que pague los platos rotos de la crisis (negociación que no se puede descartar que termine en un nuevo paro agrario), desde Venezuela sonó un campanazo. Quince mil obreros del grupo de los Rocca en ese país (la siderúrgica Ternium-Sidor, tercera de Latinoamérica), luego de una durísima lucha de 14 meses (con represión chavista incluida), terminaron imponiendo la estatización (por ahora parcial; ver aparte en esta misma edición) de la planta.

Lo más importante de este hecho es que, al imponer esta medida, marcaron –en medio de las crecientes disputas interburguesas que caracterizan la coyuntura regional– una salida independiente de los trabajadores frente a la crisis que amenaza con enseñorearse en toda Latinoamérica.

La inflación como mecanismo de trasmisión de la crisis

El creciente aumento de la inflación en el orden internacional (ver recuadro) es actualmente uno de los mecanismos más poderosos de la trasmisión de la creciente crisis económica mundial a todas las regiones y países. Junto con los factores propiamente “nacionales”, ésta es una de las tendencias en obra en el ámbito mundial que impacta directamente en la Argentina. El brutal salto en la inflación desnuda las “patas cortas” de los discursos K acerca de “blindajes” y “desenganches” de la economía nacional respecto de la internacional. La noticia es que vía el paro del campo y la creciente inflación, la crisis ya llegó y parece haber venido para quedarse.

Precisamente, el reclamo de rebaja indiscriminada de las retenciones que las entidades ruralistas sostienen en la negociación con el gobierno K ha pegado en el corazón de este problema. No porque sea verdad la campaña hipócrita de Cristina K de que el gobierno las use para “redistribuir la riqueza”... Son los propios números del oficialismo los que demuestran que la parte del león de las retenciones van al pago de la deuda externa y a subsidiar a los más variados sectores capitalistas.

Lo que sí es verdad es que opera como mecanismo para “desconectar” parcialmente los precios nacionales de los internacionales (lo que en primerísimo lugar sirve para abaratar el valor de la mano de obra para todos los capitalistas). Si rigiera la libre exportación de todos los productos como exigen los ruralistas, la mayoría exportaría toda su producción... o la vendería en el mercado interno sólo a precios internacionales. A modo de ejemplo, digamos que entonces un kilo de nalga para milanesa alcanzaría la cifra de 50 pesos, y algo similar ocurriría con la leche, el pan, las frutas y verduras, y demás productos del consumo popular.

Esto hasta lo reconoce un insospechado vocero de posiciones “proteccionistas” como es el diario La Nación: “Desde hace varios meses, los alimentos que integran la canasta básica registran aumentos prácticamente todas las semanas. Frente a la aceleración de la inflación, el gobierno decidió subir las retenciones a los granos con el objetivo de reducir el impacto en el mercado local de las alzas internacionales de las commodities (...). Esta sucesión de hechos describe lo que está pasando en la Argentina. Sin embargo, perfectamente se podría aplicar a Ucrania, que también esta apostando a un esquema de limitación de las exportaciones y controles de precios (...). La solución argentina y ucraniana es una de las recetas que aplican los diferentes países del mundo para hacer frente a la llamada crisis internacional de los alimentos o, como lo definió el semanario inglés The Economist, el fin de los alimentos baratos” (La Nación, 13/4). Países tan disímiles como México, Rusia, China, Australia, Bolivia, Camboya, Vietnam y Egipto están aplicando instrumentos “antiinflacionarios” similares. Está claro, entonces, que el alza de los precios de los alimentos en el ámbito mundial y su traslado a la economía de cada país es uno de los elementos por excelencia del traslado de la crisis internacional.

Junto con las causas internacionales de la inflación, están las “locales”. Se puede listar la constante emisión de pesos para comprar dólares provenientes del superávit comercial; el sostener la devaluación del peso contra una moneda que también se devalúa, como es el caso del dólar; la remarcación constante de los precios en una carrera para mantener los salarios retraídos en términos reales, y también los esbozos de un incipiente desabastecimiento de determinados productos (como el aceite de maíz), escasez que propende al aumento de precio de esos productos; la crisis energética, etc..

Neoliberales “revaluacionistas”...

Como hemos señalado, la emergencia de la crisis genera reflejos condicionados entre los diversos sectores patronales y el gobierno a la hora de decidir quién pagará la crisis. También de esto se trata el paro del campo.

“La defensa oficial de las retenciones como instrumento redistributivo es otro punto polémico. Es cierto que contribuyen a desconectar los precios internacionales de los internos, pero ésta no es toda la verdad. Los alimentos podrían ser aún más caros en dólares, pero también más baratos si el tipo de cambio no se mantuviera tan por encima de su nivel de equilibrio, aunque ello implicaría costos sociales indeseables en términos de empleo. Pero en un contexto inflacionario en que casi todos los precios suben y no sólo los de los productos alimenticios, los salarios se deprimen y los más pobres están peor. De esta manera, queda en jaque el modelo de tipo de cambio alto y retenciones crecientes para otorgar subsidios más abultados y masivos (para pobres y ricos), mientras la permanente intervención del Estado en los mercados estropea el clima de inversiones para apuntalar el alto crecimiento económico” (Néstor Scibona, La Nación, 13/4).

El paro del campo termina detonando lo que se venía acumulando como elementos de “deterioro” y/o agotamiento de la economía K, desatando la mayor discusión interburguesa alrededor del plan económico desde la crisis final del 1 a 1.

Llevando adelante una medida de fuerza corporativa y reaccionaria (vergonzosamente apoyada por sectores de la “izquierda” como el PCR y el MST), los productores agrarios exigen gozar las mieles de los precios internacionales quedándose con toda la renta agraria extraordinaria sin importar que esto signifique, inevitablemente, una irrefrenable tendencia al empobrecimiento de los trabajadores y al aumento del desempleo.

Por si quedara alguna duda, un vocero “popular” de este egoísta reclamo y mascarón de proa de la Federación Agraria como el entrerriano Alfredo De Angeli declaró que “la única forma de arreglar con el gobierno es si retrocede con las retenciones móviles. Caso contrario, estamos listos para volver a las rutas (...). No me importa lo que digan en el gobierno. Nosotros vamos por lo nuestro, y si no cumplen con nuestras expectativas, volvemos a las rutas” (La Nación, 16/4).

Esta disputa tiene su lógica: lo que los productores agrarios (grandes y pequeños) expresan es una clara tendencia a negociar directamente con el mercado mundial (que ofrece precios tan suculentos) desentendiéndose de la suerte del mercado interno (y urbano).

Pero es precisamente en esas condiciones que se caerían pilares fundamentales del esquema económico K. El “enganche” de los precios del mercado interno con los internacionales produciría tres efectos inmediatos: uno es que la única manera de adquirir los productos exportables (desde granos, aceites y carnes hasta combustibles) seria comprándolos a los astronómicos precios internacionales. Dos, que se deterioraría el “clima de negocios” de los empresarios amigos de los K que usufructúan muy bajos salarios y demás costos a valor dólar (al tiempo que traería un mayor grado de “conflictividad social” por el inevitable aumento de la desocupación). Finalmente, porque “forrados” en divisas los productores pondrían tan enorme presión sobre las importaciones que se liquidaría en un santiamén el todavía subsistente (aunque a la baja) superávit comercial.

Es decir, el “paraíso” para las cuatro entidades del agro se parecería como una gota de agua a la otra a un retorno a las condiciones de la “libertad de mercado” de los 90.

... versus “progresistas devaluacionistas”

A pesar de que Cristina se llena la boca todos los días hablando de la “redistribución de la riqueza” y llamando a las elites a “ser solidarias como en las sociedades desarrolladas”, el gobierno K y sus capitalistas amigos apuntan en una dirección tan capitalista y antiobrera como sus “adversarios” neoliberales puros y duros.

Porque lo que se busca vía el mecanismo devaluatorio es el mantenimiento del “paraíso K” de los últimos años (con salarios y costos en pesos devaluados y exportaciones en “moneda dura”), sosteniendo las “condiciones de competitividad” de la economía logradas con el 3 a 1.

Esto significa una receta muy “clásica”: profundizar el rumbo devaluatorio a costa de remachar con mil clavos la superexplotación de los trabajadores para lograr “ganancias de productividad” (más productos en igual tiempo de trabajo) que actúen como contrapeso a las tendencias inflacionarias. Junto con lo anterior, otra receta “clásica”: pactar salarios a la baja en términos reales. Es decir, que los aumentos salariales queden por detrás de la inflación, como ya ocurrió en 2007.

Dicho de otra manera: como mantener el tipo de cambio alto genera presiones adicionales sobre la creciente inflación nacional, para “contener” esto no hay “magia” que valga: la única receta es tender –cada vez mas descaradamente– a la depresión de los salarios en términos reales, justo cuando recién se estaba llegando a los miserables niveles del 2001. Y a esto, repetimos, se agrega el aumento en las condiciones de esclavitud laboral por la vía de un aumento de la productividad del trabajo.

En ese marco, no ha sido casual que el ministro de Economía Martín Lousteau se haya dado una vuelta por la sede del FMI en Washinton para sondear la “buena predisposición del organismo” a no trabar un posible arreglo con el Club de Paris por la deuda en default por 6.000 millones de dólares. También sondeó la posibilidad de que diversos organismos internacionales concedan renovados y multimillonarios préstamos a la Argentina para “un nuevo canje de la deuda”. Parece que más temprano que tarde volveremos a la noria del endeudamiento creciente... Digamos que en el plano político, esto se complementa con la reciente visita del secretario de Asuntos Hemisféricos del gobierno de Bush, Tom Shannon, que ponderó la “importancia de la Argentina como factor de estabilidad regional”.

Seguramente Lousteau escuchó atentamente las “recomendaciones” de un viejo y conocido funcionario del FMI: Anoop Singh. Hombre consecuente, recordó que “en un contexto inflacionario, la prioridad central es evitar las negociaciones salariales para no fomentar precios aún más elevados”. Una vez más, el remanido cantito de que la culpa de la inflación la tendría el salario obrero.

Así, de la mano del “progresismo” K o de neoliberales como los dirigentes agrarios, los trabajadores seremos siempre el pato de la boda.