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Las perspectivas económicas para
el 2008
Inflación y deterioro salarial k
La cuestión de la inflación
hace rato que está en el centro de las preocupaciones
cotidianas de los trabajadores y los sectores populares. Las
indignantes cifras oficiales no hacen más que alimentar la
bronca popular frente a un sueldo que alcanza cada vez
menos. Ahora se vienen las paritarias, en las que muchos
tienen expectativas de conseguir un aumento digno. Pero
muchos otros desconfían –con justicia– de que Moyano y
Cía. quieran realmente torcerle el brazo a un gobierno que
ya está mostrándose duro con los trabajadores. Por eso hay
que prepararse para muy duras luchas por el salario y las
condiciones de trabajo más allá del show que arme la
burocracia sindical con las patronales.
Inflación regional
En verdad, habría que hablar de
un aumento mundial
de la inflación, ya que luego de dos décadas o más de
relativa estabilidad empieza a haber señales de aceleración
de los precios en varias de las principales economías del
mundo, empezando por EE.UU. En este marco general, hay
elementos que están en la base del crecimiento de la
inflación que son comunes a la mayoría de los países latinoamericanos.
En efecto, el comportamiento económico
de Sudamérica,
desde principios de esta década y en particular en los últimos
cinco o seis años, se caracteriza por inéditos niveles de
superávit fiscal y de balanza comercial, que son en buena
medida el producto de un aumento de los precios
internacionales de las materias primas y commodities que
exportan esos países. También Argentina se ha visto
beneficiada por esta “ola”, por lo que, como señalamos
muchas veces desde estas páginas, el “milagro
argentino” no tiene nada de milagroso y mucho menos de
argentino.
Sin embargo, esta mejora de las
cuentas fiscales –esto es, de la disponibilidad de caja
del Estado– y cierta recuperación de la actividad económica,
que permitieron un período de crecimiento continuo en la
región, no llegan a configurar un ciclo de acumulación
capitalista nuevo. Más bien, lo que se da es lo contrario: gobiernos
que aprovechan políticamente la
bonanza económica temporaria, pero sin
dar pasos que conduzcan a sacar a nuestros países del
atraso estructural y el subdesarrollo crónico.
Venezuela, por ejemplo, goza de un recurso hoy día caro, el
petróleo, que le provee ingresos extraordinarios, pero a la
vez carece de infraestructura industrial importante y
depende de la importación para abastecerse de bienes de
consumo, especialmente alimentos. Y a pesar de los discursos
de Chávez sobre el “socialismo del siglo XXI”, esa
Venezuela desigual y atrasada no
ha cambiado. Su dependencia de las importaciones hace
que, a pesar del control de precios, hoy tenga la inflación
más alta del continente. Algo parecido sucede con
Bolivia, que parte de más atrás, y donde la
“nacionalización” del gas de Evo Morales se está
revelado como lo que siempre fue: una medida muy limitada
para negociar las
condiciones del atraso y la dependencia, no para salir
de ellos.
Deterioro salarial
En nuestro país, los problemas de
fondo no son tan distintos: el Estado cuenta con muchos
más recursos que antes, pero la debilidad estructural en rubros clave como energía y transportes,
así como la falta de
inversión necesaria para sostener un ciclo de
crecimiento genuino, hacen que se esté llegando rápidamente
a “cuellos de botella” en la oferta, con la consiguiente
disparada de los precios.
Desde 2006 se intentó un sistema
de precios semicontrolados o “pactados” con los grandes
productores y la cadena comercializadora. Pero, tal como era
de prever, ese mecanismo se fue desgastando hasta volverse,
en 2007, casi inutilizable. En consecuencia, se pasó
a una variante muy “argentina”. Mientras en muchos países,
para que los índices de inflación no se desboquen, se
buscan vías de control de precios,
aquí se hace algo mucho más simple: que los precios vayan
por donde quieran; total, lo que se controla es el índice
oficial. Sin duda, en todas partes hay quejas de que la
medición de precios tiene distorsiones. Pero sólo en
Argentina se tiene un índice al que nadie (empezando por el propio Estado) toma en serio.
Así, se entiende que, mientras
para el INDEK la inflación de 2007 fue del 8,5%,
para el resto del país – consultoras privadas, bancos,
economistas, sindicatos y, sobre todo, el bolsillo del
trabajador– haya tenido un piso del 20%. Precisamente, los técnicos desplazados del INDEC
hicieron un trabajo serio de estimación de la inflación
real, considerando varios escenarios, y concluyeron que fue del
23 al 26%!
Lo cual echa por tierra todo el discurso K de la
“recuperación salarial continua”.
Digamos las cosas como son: entre
2003 y 2006 puede haber habido, de manera desigual, algo de
recuperación del poder de compra salarial (si bien nunca
alcanzó a compensar lo perdido en la crisis de 2001-2002).
Pero desde 2007 hasta ahora, ya puede hablarse de deterioro
salarial con respecto a la inflación entre amplísimos
sectores de trabajadores. Y a no engañarse: los K
quieren que sea esta
tendencia (la del deterioro en términos reales)
la que se afiance en
las paritarias que se vienen.
La pelea por el salario: una
cuestión política
El escenario que se viene en el año
es de deterioro económico. Sin embargo, Cristina K
viene afirmando que “la argentina está para ir por más y
vamos a ir por más. Vamos a hacer todo lo posible y lo
imposible también para que ese sueño de crecer todos los años
10% en la actividad se nos dé” (Clarín, 2/2/08).
Efectivamente, la gran carta de triunfo de los K es el
crecimiento que ha venido teniendo el país en los últimos
años. ¿Pero cómo harán para sostener una alto crecimiento
en un contexto deteriorado de la economía mundial?
Independientemente que logren esos índices (cosa cada vez más
discutible) una cosa ya está clara: una de las
variables para “anclar” el crecimiento y la estabilidad
económica será hacerles pagar a los trabajadores los
costos de una eventual crisis.
Y lo anterior, traducido al
salario, significa que los aumentos que se concedan en esta
nueva ronda paritaria, se buscaran que queden por detrás
no solo de la inflación real sino de las ganancias que van
logrando los capitalistas en concepto de productividad
(mayor cantidad de bienes producidos por hora de trabajo).
Es decir a costa de un aumento de la explotación de los
trabajadores.
En estas condiciones se entiende
el porque de tanto celo gubernamental por tener bien atadas
las negociaciones paritarias y la razón por la cual cada
lucha que logre desbordar el corsé
gobierno-patronal-burocracia tendrá no solo un impacto económico
sino que apuntará a un aspecto central del andamiaje político
de los esposos K.
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