Reunión
del G-8: desavenencias en la cumbre y protestas por abajo
Pleno acuerdo en que no estamos
de acuerdo
Por
Claudio Testa
La
agenda de este encuentro del G-8 tenía varios puntos de
especial importancia. Lo significativo es que prácticamente
no hubo acuerdos en los más importantes. Los comunicados
oficiales al cierre de la reunión pueden resumirse con la
frase diplomática “estamos totalmente de acuerdo en que
no estamos de acuerdo”.
La
reunión reflejó así una
situación mundial cruzada por la crisis de dominación de
EEUU a consecuencia del fracaso de las aventuras
imperialistas de Bush. La “superpotencia” ya no puede dictar su ley indiscutida al resto, y se ha abierto una situación geopolítica fluida, donde cada cual
hace su juego, con intereses muchas veces contradictorios.
Y, en este cuadro, el espectro de una guerra nuclear, que se
creía desvanecido al finalizar la “guerra fría”,
vuelve a cobrar vida.
Pero,
además de corroborar esta crisis, la reunión de
Heiligendamm ha certificado la incapacidad de los 8 grandes
bandidos para encarar una solución al problema del cambio
climático, que amenaza la existencia misma de la humanidad.
Se
trata de una situación de “desorden” geopolítico donde
cada elemento tiene una deriva propia. En verdad, la caracterización
de un mundo “unipolar” después de 1989-91 –al
finalizar la “guerra fría” y disgregarse la Unión Soviética–
tuvo más de exageración periodística que de realidad
efectiva.
La
desaparición de la Unión Soviética y su reemplazo por una
Rusia débil y en crisis produjo más bien la liquidación
de un orden internacional –el pactado por la URSS y
EEUU al finalizar la Segunda Guerra Mundial– sin
que éste fuese reemplazado por otro orden clara y
firmemente establecido.
Las
aventuras imperialistas de Bush, por más descabelladas que
aparezcan, tuvieron sin embargo su lógica. Fueron un
intento equivocado de responder a problemas reales de la
hegemonía del imperialismo yanqui sobre el mundo. Como el
tiro le salió por la culata, ahora los problemas son
mayores. Uno de ellos es que en esta situación de
“desorden” geopolítico aparecen (o reaparecen) otros
actores importantes que tienen un juego
propio, como la Rusia de Putin, China e India. Asimismo,
en lo que iba a ser el centro del Imperio Mundial yanqui del
siglo XXI, las catástrofes de Iraq y Afganistán han
elevado a Irán al rango de gran potencia regional. Así,
Washington, mientras amenaza con bombardear al régimen de
Teherán, se ve obligado a rogarle que le dé una mano en el
atolladero de Iraq. Para completar este panorama desolador,
Bush tampoco logra encuadrar disciplinadamente a todos sus
aliados de Europa occidental.
En
este desorden –contra lo que se escucha a veces en la
izquierda latinoamericana y también europea–, no hay ningún
sector más “progresista” o mejor que otro. Ninguno de
estos gobiernos y personajes representa los intereses de sus
masas trabajadoras y populares, sino a sus respectivos
capitalistas y burocracias de estado. Sin embargo, en una
situación mundial de polarización de las luchas sociales y
políticas y de exacerbación de las contradicciones, este
desparramo entre los dueños del mundo no contribuye
precisamente a poner orden y calmar las cosas. Veamos más
concretamente cómo se reflejó esto en la cumbre de
Heiligendamm.
Los
puntos de la cumbre
Las
agendas de estas reuniones suelen tener dos tipos de puntos:
los que verdaderamente importan a los participantes, y los
que se incluyen para “hacer teatro” y posar ante la
opinión pública mundial como “benefactores de la
humanidad”. Asimismo, puede haber temas capitales que no
figuran expresamente en el temario, pero que son centrales y
se discuten en la trastienda.
En
Heiligendamm, la cuota de “teatro” fue principalmente
cubierta por la “ayuda al desarrollo de África”. En
unas vagas resoluciones no vinculantes, se establecen más
fondos para lucha contra el Sida y para programas de
desarrollo de la educación en ese continente.
“«Toda
la declaración (de ayuda a África) es sólo cosmética»,
dijo Ulrich Post, experto en desarrollo de la organización
Welthungerhilfe [Ayuda contra el hambre mundial], una de las
más importantes de Alemania. Post lamentó que la declaración
del G–8 «sólo menciona la agricultura en el continente
con una sola frase. Frente a las más de 200 millones de
personas que sufren de desnutrición crónica, de las que un
80 por ciento vive en áreas rurales, esta actitud es
escandalosa», sostuvo. Otros activistas criticaron la ambigüedad
de la declaración, que no establece plazos para la entrega
de los fondos” (IPS, 8-6-07).
En
los temas que realmente importaban a los reunidos allí, no
se llegó prácticamente a compromiso alguno. Los
gobernantes del G-8 se despidieron sin haber alcanzado un
acuerdo sobre las negociaciones comerciales internacionales
o sobre los subsidios agrícolas en el Norte
industrializado, ni sobre la regulación de los “hedge
founds” (fondos de inversión) que amenazan con detonar
una explosión en los mercados financieros internacionales.
Tampoco se llegó a nada en temas políticos, como el status
de la provincia serbia de Kosovo.
Calentamiento global y “nueva guerra fría”
Pero
lo más significativo fueron los resultados de la cumbre en
dos temas cruciales: el calentamiento
global y la situación
EEUU-Rusia, que ya está siendo denominada como “nueva
guerra fría”.
Ambas
cuestiones no son menores. Tienen que ver nada menos que con
la supervivencia de la humanidad, amenazada por el cambio
climático y por una reedición del despliegue de armas atómicas
entre los protagonistas de la primera “guerra fría”.
La
cuestión del calentamiento
global no sólo figuraba expresamente en la agenda, sino
que era su punto más importante.
En
una solemne declaración, los ocho jefes de gobierno se
comprometieron a tomar "acciones fuertes y
tempranas" en la materia... pero no aclararon cuáles
serían esas “acciones fuertes”. Además, para que nadie
se confunda, la canciller de Alemania, Angela Merkel, se
apresuró a aclarar que "ninguno de los documentos del
G-8 es de carácter obligatorio". O sea que cada cual
seguirá haciendo lo que quiera en cuanto a contaminación.
En
ese rubro, EEUU (cabeza a cabeza con China) lidera el
ranking mundial de envenenadores. Y Bush se ha negado desde
el principio a hacer nada al respecto, porque eso afectaría
las ganancias del capitalismo estadounidense. Así, una de
las primeras medidas de su gobierno fue retirar la firma de
EEUU del Protocolo de Kyoto (1997), tratado que establecía
un programa de reducción de las emisiones de dióxido de
carbono (CO2).
En
verdad, las medidas de este Protocolo de Kyoto son miserables e insuficientes ante la magnitud y celeridad con que se
está desarrollando este fenómeno que pone en cuestión la
supervivencia del género humano. Sólo una reorganización
socialista de la producción mundial podría revertir drásticamente
esta marcha al abismo. Pero Bush ni siquiera está dispuesto
aplicar las cataplasmas y aspirinas de Kyoto. En la cumbre,
tuvo otro apoyo: tampoco Putin quiere hacer nada al
respecto. Ni la nueva burguesía rusa ni la reciclada
burocracia del Kremlin quieren perturbar el crecimiento de
la economía... y de sus ganancias.
El
resultado de esto es el vergonzoso comunicado del G-8, donde
después de reconocer la gravedad del problema... se decide
patear todo para el 2012, cuando finalice la vigencia del
Protocolo de Kyoto.
El
punto de la “nueva
guerra fría” EEUU-Rusia era un tema informal en el
G-8, pero no por eso menos fundamental. Aunque Bush y Putin
coincidieran en defender la libertad de contaminar el
planeta, sus acuerdos no fueron mucho más allá de eso. Los
intereses económicos y geopolíticos de Washington y el
Kremlin han ido desarrollando contradicciones y roces
crecientes en los últimos años.
La
situación de Rusia como gran exportador de hidrocarburos en
un período de auge de los precios mundiales le ha permitido
salir del abismo económico y financiero de los 90. Además,
en este rubro, Rusia combina una fuerte posición que no se
presenta en otros países: es al mismo tiempo fuerte
productor de petróleo y de gas. Asimismo, en otro ejemplo
mundial de “desarrollo desigual”, Rusia ha dado también
saltos en algunas ramas, esencialmente la industria del
armamento, cohetería y aviación militar, de la que ya poseía
una sólida base en los tiempos de la Unión Soviética.
Nada de esto es del agrado de Washington.
Las
cosas empeoran a nivel geopolítico. La recuperación de la
crisis económica y el establecimiento bajo Putin de un
“estado fuerte”, con una burocracia que proviene casi
directamente de los antiguos aparatos soviéticos, entre
ellos la KGB y las fuerzas armadas, han permitido al nuevo
estado ruso volver a tallar en el escenario internacional.
En primer lugar, en el de Asia central.
Las
derrotas de Bush en el “gran Medio Oriente” fueron
dejando un vacío que no sólo Irán se apresuró a ocupar.
Rusia ha puesto en pie un nuevo pacto militar con la mayoría
de las ex repúblicas de la Unión Soviética de Asia
Central y el ejército del Kremlin mantiene allí bases
lindantes con Iraq, Irán, Afganistán, Pakistán, etc. Es
decir, con los principales escenarios de la debacle
estadounidense y británica. Por otro lado, Rusia y China
han montado una “Organización
de Cooperación de Shanghai”, en cuyas reuniones no sólo
acuerdan temas políticos y económicos sino también
militares. Y mientras EEUU está excluido de la movida,
Rusia y China hacen participar a Irán en carácter de
“observador”.
Por
su parte, la política de EEUU venía siendo la de cercar
militarmente a Rusia metiendo en la OTAN (Organización del
Tratado del Atlántico Norte) a los países limítrofes.
Esta línea era plenamente compartida por sus aliados
europeos.
Pero
Bush decidió recientemente dar
un salto en el enfrentamiento con Rusia: desplegar en
Polonia y la República Checa un “escudo antimisiles”.
Hizo esto por cuenta propia, sin plantearlo en la OTAN ni
pedir la aprobación de sus aliados europeos, varios de los
cuales se oponen.
El
justificativo de Bush no puede ser más grotesco:
“defender” a Europa de los misiles nucleares... de Irán.
Pero Irán no sólo carece de armas atómicas. Sus escasos
misiles de corto y mediano alcance son absolutamente
incapaces de llegar a Europa.
El
cuento de “las armas de destrucción masiva” de Saddam,
con que se justificó la invasión de Iraq, podía crear
dudas. Pero ahora las mentiras de Bush son más flagrantes.
Basta medir un mapamundi para comprobar que ningún misil de
Teherán (y menos de Corea de Norte), puede alcanzar Europa.
Se trata, simplemente, de montar una pistola que apunte a la
cabeza de Rusia. Y Putin ya anunció que no se quedará
cruzado de brazos.
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