Socialismo o Barbarie, periódico, Nº 104, 14/06/07
 

 

 

 

 

 

Reunión del G-8: desavenencias en la cumbre y protestas por abajo

Pleno acuerdo en que no estamos de acuerdo

Por Claudio Testa

La agenda de este encuentro del G-8 tenía varios puntos de especial importancia. Lo significativo es que prácticamente no hubo acuerdos en los más importantes. Los comunicados oficiales al cierre de la reunión pueden resumirse con la frase diplomática “estamos totalmente de acuerdo en que no estamos de acuerdo”.

La reunión reflejó así una situación mundial cruzada por la crisis de dominación de EEUU a consecuencia del fracaso de las aventuras imperialistas de Bush. La “superpotencia” ya no puede dictar su ley indiscutida al resto, y se ha abierto una situación geopolítica fluida, donde cada cual hace su juego, con intereses muchas veces contradictorios. Y, en este cuadro, el espectro de una guerra nuclear, que se creía desvanecido al finalizar la “guerra fría”, vuelve a cobrar vida.

Pero, además de corroborar esta crisis, la reunión de Heiligendamm ha certificado la incapacidad de los 8 grandes bandidos para encarar una solución al problema del cambio climático, que amenaza la existencia misma de la humanidad.

Se trata de una situación de “desorden” geopolítico donde cada elemento tiene una deriva propia. En verdad, la caracterización de un mundo “unipolar” después de 1989-91 –al finalizar la “guerra fría” y disgregarse la Unión Soviética– tuvo más de exageración periodística que de realidad efectiva.

La desaparición de la Unión Soviética y su reemplazo por una Rusia débil y en crisis produjo más bien la liquidación de un orden internacional –el pactado por la URSS y EEUU al finalizar la Segunda Guerra Mundial– sin que éste fuese reemplazado por otro orden clara y firmemente establecido.

Las aventuras imperialistas de Bush, por más descabelladas que aparezcan, tuvieron sin embargo su lógica. Fueron un intento equivocado de responder a problemas reales de la hegemonía del imperialismo yanqui sobre el mundo. Como el tiro le salió por la culata, ahora los problemas son mayores. Uno de ellos es que en esta situación de “desorden” geopolítico aparecen (o reaparecen) otros actores importantes que tienen un juego propio, como la Rusia de Putin, China e India. Asimismo, en lo que iba a ser el centro del Imperio Mundial yanqui del siglo XXI, las catástrofes de Iraq y Afganistán han elevado a Irán al rango de gran potencia regional. Así, Washington, mientras amenaza con bombardear al régimen de Teherán, se ve obligado a rogarle que le dé una mano en el atolladero de Iraq. Para completar este panorama desolador, Bush tampoco logra encuadrar disciplinadamente a todos sus aliados de Europa occidental.

En este desorden –contra lo que se escucha a veces en la izquierda latinoamericana y también europea–, no hay ningún sector más “progresista” o mejor que otro. Ninguno de estos gobiernos y personajes representa los intereses de sus masas trabajadoras y populares, sino a sus respectivos capitalistas y burocracias de estado. Sin embargo, en una situación mundial de polarización de las luchas sociales y políticas y de exacerbación de las contradicciones, este desparramo entre los dueños del mundo no contribuye precisamente a poner orden y calmar las cosas. Veamos más concretamente cómo se reflejó esto en la cumbre de Heiligendamm.

Los puntos de la cumbre

Las agendas de estas reuniones suelen tener dos tipos de puntos: los que verdaderamente importan a los participantes, y los que se incluyen para “hacer teatro” y posar ante la opinión pública mundial como “benefactores de la humanidad”. Asimismo, puede haber temas capitales que no figuran expresamente en el temario, pero que son centrales y se discuten en la trastienda.

En Heiligendamm, la cuota de “teatro” fue principalmente cubierta por la “ayuda al desarrollo de África”. En unas vagas resoluciones no vinculantes, se establecen más fondos para lucha contra el Sida y para programas de desarrollo de la educación en ese continente.

“«Toda la declaración (de ayuda a África) es sólo cosmética», dijo Ulrich Post, experto en desarrollo de la organización Welthungerhilfe [Ayuda contra el hambre mundial], una de las más importantes de Alemania. Post lamentó que la declaración del G–8 «sólo menciona la agricultura en el continente con una sola frase. Frente a las más de 200 millones de personas que sufren de desnutrición crónica, de las que un 80 por ciento vive en áreas rurales, esta actitud es escandalosa», sostuvo. Otros activistas criticaron la ambigüedad de la declaración, que no establece plazos para la entrega de los fondos” (IPS, 8-6-07).

En los temas que realmente importaban a los reunidos allí, no se llegó prácticamente a compromiso alguno. Los gobernantes del G-8 se despidieron sin haber alcanzado un acuerdo sobre las negociaciones comerciales internacionales o sobre los subsidios agrícolas en el Norte industrializado, ni sobre la regulación de los “hedge founds” (fondos de inversión) que amenazan con detonar una explosión en los mercados financieros internacionales. Tampoco se llegó a nada en temas políticos, como el status de la provincia serbia de Kosovo.

Calentamiento global y “nueva guerra fría”

Pero lo más significativo fueron los resultados de la cumbre en dos temas cruciales: el calentamiento global y la situación EEUU-Rusia, que ya está siendo denominada como “nueva guerra fría”.

Ambas cuestiones no son menores. Tienen que ver nada menos que con la supervivencia de la humanidad, amenazada por el cambio climático y por una reedición del despliegue de armas atómicas entre los protagonistas de la primera “guerra fría”.

La cuestión del calentamiento global no sólo figuraba expresamente en la agenda, sino que era su punto más importante.

En una solemne declaración, los ocho jefes de gobierno se comprometieron a tomar "acciones fuertes y tempranas" en la materia... pero no aclararon cuáles serían esas “acciones fuertes”. Además, para que nadie se confunda, la canciller de Alemania, Angela Merkel, se apresuró a aclarar que "ninguno de los documentos del G-8 es de carácter obligatorio". O sea que cada cual seguirá haciendo lo que quiera en cuanto a contaminación.

En ese rubro, EEUU (cabeza a cabeza con China) lidera el ranking mundial de envenenadores. Y Bush se ha negado desde el principio a hacer nada al respecto, porque eso afectaría las ganancias del capitalismo estadounidense. Así, una de las primeras medidas de su gobierno fue retirar la firma de EEUU del Protocolo de Kyoto (1997), tratado que establecía un programa de reducción de las emisiones de dióxido de carbono (CO2).

En verdad, las medidas de este Protocolo de Kyoto son miserables e insuficientes ante la magnitud y celeridad con que se está desarrollando este fenómeno que pone en cuestión la supervivencia del género humano. Sólo una reorganización socialista de la producción mundial podría revertir drásticamente esta marcha al abismo. Pero Bush ni siquiera está dispuesto aplicar las cataplasmas y aspirinas de Kyoto. En la cumbre, tuvo otro apoyo: tampoco Putin quiere hacer nada al respecto. Ni la nueva burguesía rusa ni la reciclada burocracia del Kremlin quieren perturbar el crecimiento de la economía... y de sus ganancias.

El resultado de esto es el vergonzoso comunicado del G-8, donde después de reconocer la gravedad del problema... se decide patear todo para el 2012, cuando finalice la vigencia del Protocolo de Kyoto.

El punto de la “nueva guerra fría” EEUU-Rusia era un tema informal en el G-8, pero no por eso menos fundamental. Aunque Bush y Putin coincidieran en defender la libertad de contaminar el planeta, sus acuerdos no fueron mucho más allá de eso. Los intereses económicos y geopolíticos de Washington y el Kremlin han ido desarrollando contradicciones y roces crecientes en los últimos años.

La situación de Rusia como gran exportador de hidrocarburos en un período de auge de los precios mundiales le ha permitido salir del abismo económico y financiero de los 90. Además, en este rubro, Rusia combina una fuerte posición que no se presenta en otros países: es al mismo tiempo fuerte productor de petróleo y de gas. Asimismo, en otro ejemplo mundial de “desarrollo desigual”, Rusia ha dado también saltos en algunas ramas, esencialmente la industria del armamento, cohetería y aviación militar, de la que ya poseía una sólida base en los tiempos de la Unión Soviética. Nada de esto es del agrado de Washington.

Las cosas empeoran a nivel geopolítico. La recuperación de la crisis económica y el establecimiento bajo Putin de un “estado fuerte”, con una burocracia que proviene casi directamente de los antiguos aparatos soviéticos, entre ellos la KGB y las fuerzas armadas, han permitido al nuevo estado ruso volver a tallar en el escenario internacional. En primer lugar, en el de Asia central.

Las derrotas de Bush en el “gran Medio Oriente” fueron dejando un vacío que no sólo Irán se apresuró a ocupar. Rusia ha puesto en pie un nuevo pacto militar con la mayoría de las ex repúblicas de la Unión Soviética de Asia Central y el ejército del Kremlin mantiene allí bases lindantes con Iraq, Irán, Afganistán, Pakistán, etc. Es decir, con los principales escenarios de la debacle estadounidense y británica. Por otro lado, Rusia y China han montado una “Organización de Cooperación de Shanghai”, en cuyas reuniones no sólo acuerdan temas políticos y económicos sino también militares. Y mientras EEUU está excluido de la movida, Rusia y China hacen participar a Irán en carácter de “observador”.

Por su parte, la política de EEUU venía siendo la de cercar militarmente a Rusia metiendo en la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) a los países limítrofes. Esta línea era plenamente compartida por sus aliados europeos.

Pero Bush decidió recientemente dar un salto en el enfrentamiento con Rusia: desplegar en Polonia y la República Checa un “escudo antimisiles”. Hizo esto por cuenta propia, sin plantearlo en la OTAN ni pedir la aprobación de sus aliados europeos, varios de los cuales se oponen.

El justificativo de Bush no puede ser más grotesco: “defender” a Europa de los misiles nucleares... de Irán. Pero Irán no sólo carece de armas atómicas. Sus escasos misiles de corto y mediano alcance son absolutamente incapaces de llegar a Europa.

El cuento de “las armas de destrucción masiva” de Saddam, con que se justificó la invasión de Iraq, podía crear dudas. Pero ahora las mentiras de Bush son más flagrantes. Basta medir un mapamundi para comprobar que ningún misil de Teherán (y menos de Corea de Norte), puede alcanzar Europa. Se trata, simplemente, de montar una pistola que apunte a la cabeza de Rusia. Y Putin ya anunció que no se quedará cruzado de brazos.