México:
Grandes movilización de protesta por el alza del precio de
los alimentos
“Crisis
de la tortilla”
Por
Claudio Testa
No
se habían cumplido dos meses desde la asunción del
presidente del fraude, Felipe Calderón (popularmente
apelado FeCal). El 31 de enero una “megamarcha” volvía
a llenar las calles del Distrito Federal y terminaba
colmando la inmensa plaza de El Zócalo. Simultáneamente,
en muchas ciudades de diez estados mexicanos, miles de
manifestantes salían también a protestar.
No
era para menos. En pocos días, bajo el nuevo gobierno de
Fecal, el precio de la tortilla de maíz –el alimento
popular mexicano– ha aumentado un 150%. Imaginemos qué
pasaría en Argentina si repentinamente subiesen así la
carne, el pollo y los fideos.
Días
después, el 3 de febrero, en Oaxaca, la APPO (Asamblea
Popular de los Pueblos de Oaxaca) salía nuevamente a
manifestar con una marcha gigantesca. Las brutales
represiones iniciadas por Fox y continuadas por Fecal, las
decenas de muertos y desaparecidos, y la prisión de los
principales dirigentes y activistas de la APPO no pudieron
aplastar el movimiento. Con todos los golpes recibidos, los
trabajadores y el pueblo de Oaxaca volvieron a ponerse de
pie y desbordaron otra vez las calles de la ciudad.
Estos
sucesos confirman que las “turbulencias” políticas y
sociales registradas en el 2006 se continúan este año bajo
el nuevo “presidente”. México, el mayor país de América
Latina después de Brasil, ha dejado de ser uno de los
pilares de la estabilidad política y social (y de la sumisión
a EEUU) en el continente. Es un hecho de inmensa
importancia, que se da en el marco de la crisis de dominación
que sufre el imperialismo yanqui bajo la conducción de Bush.
No
sólo el nuevo gobierno mexicano inicia su gestión políticamente
deslegitimado por el fraude y rechazado en las calles.
Muchas otras cosas están en tela de juicio, desde el régimen
político (las instituciones y la misma Constitución
mexicana) hasta la relación colonial con EEUU plasmada en
el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA).
Es
por eso que la megamarcha del 31 de enero no fue sólo una
movilización por bajar el precio de la tortilla de maíz y
otros alimentos, sino que expuso abierta y explícitamente
las grandes cuestiones políticas y económicas. Pero,
al mismo tiempo, la hegemonía que las corrientes
reformistas tienen en el movimiento de masas, hizo que esto
se presentase bajo la forma ilusoria de buscar un “nuevo
Pacto Social”.
Efectivamente,
la megamarcha no sólo fue encabezada por López Obrador
–el ex candidato del PRD (Partido Revolucionario Democrático)
al que le fue arrebatada la presidencia mediante el
fraude– sino que desfiló oficialmente bajo un programa
tan conciliador como irreal. Fue la llamada “Declaración
del Zócalo”, que se presentó como el
“compromiso de unidad de las organizaciones
participantes”.
La
“Declaración”,
después de pasar revista al desastre social de México,
sostiene para solucionarlo que la “tarea fundamental” es
“la reforma social y democrática del Estado”. “Para
alcanzarla se requiere de un nuevo pacto social
incluyente... Planteamos un nuevo pacto social que modifique
la política económica para asegurar la inclusión social,
la equidad, la competitividad internacional, el empleo y la
alimentación de todos los mexicanos, así como el control y
la administración eficiente de la nación sobre sus bienes
básicos y estratégicos.”
Pero,
como sucede en estos casos, cuando la “Declaración
del Zócalo”
va a las medidas concretas para lograr eso, todo se
esfuma en los buenos deseos, como “democratizar la economía”...
pero sin expropiar a los grandes capitalistas que en estos años
han aumentado sus ganancias en la misma proporción de la
miseria popular. O solucionar el desastre agrario y
alimentario provocado por el NAFTA... pero sin romper con
ese tratado colonial...
El “pacto social incluyente...” de los grandes
capitalistas y banqueros y hasta del mismo imperialismo
yanqui (ya que no se trata de liquidar el NAFTA) no luce muy
efectivo...
Este
hecho nos remite al gran problema que encaran los
trabajadores, los campesinos y las masas mexicanas que se
han puesto en movimiento: cómo desarrollar programas, políticas
y direcciones independientes del PRD y de las
corrientes burguesas y burocráticas que agrupa. Esto, desde
ya, tampoco lo garantiza el autonomismo estéril de Marcos y
los zapatistas. Al negar a las masas la perspectiva de
combatir por el poder político, las llevan a luchar con las
manos atadas a la espalda.
En
contraste con todo eso, la experiencia de la APPO –más
allá de las falencias políticas de muchas de las
corrientes que intervinieron allí– apunta en un
sentido independiente. Es sólo por ese camino que los
trabajadores mexicanos podrán avanzar.
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