Estallido
en Hungría
Mentiras
y algo más
Por
Claudio Testa
Desde
el lunes 18, en Budapest, capital de Hungría, se repiten
escenas que recuerdan las de Buenos Aires cuando el
Argentinazo de diciembre de 2001. Por las noches, decenas de
miles salen a la calles exigiendo la caída del gobierno, y
los choques con la policía son ya de rutina.
Aunque,
a diferencia de nuestro de la Rua, el primer ministro húngaro
Ferenc Gyurcsany no ha tomado aún el helicóptero, es
evidente que su gobierno se encuentra en una posición muy
difícil. Pero, más allá de la anécdota de si se va o se
queda, lo importante es lo que revela al mundo este
estallido político-social, inesperado para muchos
sabihondos analistas... y cuyo entramado, causas y
consecuencias trascienden las fronteras de Hungría. Es que
la revuelta de Hungría está destruyendo la pintura
radiante de la “nueva Europa”, es decir, de los países
“ex-comunistas” de Europa central y oriental, que se están
integrando a la Unión Europea.
¿Sólo
una protesta “moral”?
De
creer a las cadenas de televisión y otros medios, estaríamos
ante una especie de rebelión popular por causas
“morales”. El primer ministro Ferenc Gyurcsany –que
venía de ganar las elecciones en abril de este año– ha
resultado ser un redomado mentiroso... y la gente lógicamente
está indignada.
La
transmisión pública de una grabación del primer ministro
en una reunión reservada desencadenó las protestas. En esa
cinta –que no se sabe cómo se hizo pública–, Gyurcsany
se jacta de que, para ganar las elecciones de abril, “mentimos
desde la mañana a la noche”. Y que luego han
seguido mintiendo las 24 horas del día, como de
costumbre. Autoproclamarse como el político más mentiroso
no sólo de Hungría sino de toda Europa oriental habría
sido un récord irritante para sus cándidos electores.
¿Pero
sobre qué miente Gyurcsany? Ésa es la cuestión que
no se explica mucho en la televisión internacional.
Gyurcsany mintió sobre la situación económica de
Hungría, en total bancarrota luego de dos años de
su ingreso triunfal a la Unión Europea. El desastre fue
“disimulado” con medidas que aquí nos hacen recordar al
trío Menem-Cavallo-de la Rúa, principalmente el
endeudamiento galopante para cubrir un déficit de cuenta
corriente del 9% del PBI y de un 10% del presupuesto
estatal.
Pero,
finalmente, llegó la “hora de la verdad”. ¿Qué
significa eso para el mentiroso arrepentido Ferenc Gyurcsany?
Aplicar un “plan de austeridad” que dispone,
entre otras medidas, el despido masivo de trabajadores de
los servicios públicos especialmente en escuelas y
hospitales, la reducción del 23% de los empleados
administrativos del estado, la privatización de los
ferrocarriles y los servicios de salud, el aumento del IVA
del 15 al 20% sobre los alimentos y otros productos de
primera necesidad, aumentos brutales de las tarifas de
electricidad y gas, liquidación de la enseñanza
universitaria gratuita, derogación del aguinaldo para los
trabajadores que aún lo perciben, reducción general de
salarios, etc. O sea, arrojar a la mayoría de los
trabajadores a un abismo de miseria... sin que ninguna
medida afecte los bolsillos de las corporaciones y de
millonarios como él.
Entonces,
el estallido político-social y la indignación de la gente
no sólo tiene que ver con la moral y las buenas
costumbres...
¿Bandas
de “extrema derecha”, vándalos y “barrabravas”?
El
estallido de indignación ante las mentiras del gobierno de
Gyurcsany y su terrorífico plan de austeridad ha sido
pintado por la prensa europea como una movilización de
la “extrema derecha” en alianza con “vándalos
saqueadores” y “barrabravas” del club de fútbol
Ferencvaros
(que parece ser peor que las peores de Buenos Aires).
“La
inmensa mayoría de la gente que hace manifestaciones
–denuncia indignado Arpad Szabadfi , subjefe de policía
de Budapest– son jóvenes [¡horror!] y en gran proporción
son conocidos como barrabravas de los clubes de fútbol”
[1]
A
esta visión interesada de la policía de Budapest ha
adherido sin críticas la mayoría de la TV mundial y de la
prensa europea, incluso la que luce como “progre”. Sin
embargo, aunque no somos testigos directos, brilla como una
falsedad demasiado burda la de pintar las cosas como si en
esta crisis el primer ministro Gyurcsany y sus secuaces del
Partido “Socialista” fueran la “izquierda”, y los
manifestantes indignados por las mentiras y el plan de
ajuste fueran sólo pandillas de delincuentes y fascistas.
La cosa, evidentemente, es mucho más contradictoria.
En
primer lugar, es indudable que esta crisis trata de ser
aprovechada por todas las corrientes políticas. Esto sucede
tanto con el partido opositor “conservador” –la
Alianza Cívica Húngara (FIDESZ), cuyo programa no se
diferencia sustancialmente del de Gyurcsany–, como con
corrientes mucho menores que efectivamente son de “extrema
derecha”.
El
juego de la FIDESZ ha sido aprovechar la crisis para desgastar
al Partido Socialista (MSZP) y a su coalición de gobierno
con el Partido Liberal (SZDSZ), pero encuadrando la
disputa en el terreno electoral, no en la calle. Da la
casualidad de que ahora hay elecciones municipales, y el
FIDES trata de convertirlas en un plebiscito contra el
gobierno de Gyurcsany y a favor suyo mediante el mecanismo
del “voto castigo”. Siguiendo ese juego –que busca
encarrilar todo en la marco de las instituciones
burguesas–, la FIDESZ llamó a sus partidarios a no
participar en la última gran manifestación, la
realizada el sábado 23.
En
las movilizaciones también aparecen, efectivamente,
organizaciones de extrema derecha que se reivindican
“nacionalistas”, como el MIEP (Partido Húngaro Vida y
Justicia) y el Jobbik (Movimiento por una Hungría Mejor).
También se vieron banderas con la Cruz y la Flecha, la
insignia de los antiguos nazis húngaros, aplastados en
1945. Sin embargo, caracterizar las protestas masivas por la
presencia de estas formaciones es una burda falsificación.
En
verdad, el fenómeno político central (que
caracteriza no sólo a Hungría sino a toda la Europa del
Este) no es la presencia de sectores de extrema derecha,
sino la ausencia y/o enorme debilidad de corrientes
o movimientos independientes de izquierda, de la clase
trabajadora y el socialismo (el verdadero, no el del
bandido Ferenc Gyurcsany). Ésa es la diferencia que más
resalta cuando comparamos lo de Hungría con hechos
similares de los últimos años, como las crisis y
rebeliones latinoamericanas o los grandes movimientos y
luchas que han tenido lugar en Francia y otros países de
Europa occidental.
El
ajuste y la conciencia de los trabajadores
El
ataque económico-social del gobierno húngaro (y las
mentiras que lo rodean), el feroz plan de ajuste propuesto, tiene
por blanco principal a la clase trabajadora, a la que se
quiere hacer pagar el desastre de la integración a la Unión
Europea. Y es evidente que la multitud que salió a la calle
está formada principalmente por jóvenes estudiantes y
trabajadores de Budapest (a la que luego se agregaron
campesinos pobres), y no mayoritariamente por delincuentes,
“barrabravas” y desclasados, como se quiere pintar. Pero
esta presencia de jóvenes de las clases trabajadoras se
da atomizada, sin organizaciones sociales ni corrientes políticas
que expresen sus intereses de clase; es decir, sin
organizaciones independientes ni programas obreros y
(verdaderamente) socialistas. Por eso, en las explosiones de
furia popular, las corrientes políticas que aparecen son
casi exclusivamente de derecha o extrema derecha.
El
movimiento obrero es sumamente débil y está dividido en
trece centrales sindicales, ninguna de las cuales, por otra
parte, sostiene políticas combativas y anticapitalistas.
Existen también pequeñísimas formaciones a la izquierda
del Partido “Socialista”, pero lamentablemente algunas
de ellas habrían vacilado, adoptando la política del
“mal menor” (en este caso, apoyar la continuidad del
mentiroso primer ministro ante el “peligro de la
derecha”). En cambio, otros grupos llamaron correctamente
a luchar por la caída de Gyurcsany.
El
problema de fondo es que en Hungría (como en todos los países
donde gobernó el estalinismo) quedó un “agujero
negro” en la cabeza de la gente y en la conciencia de
clase de los trabajadores, una confusión completa sobre
el significado del socialismo. Como explica un luchador
marxista húngaro, para mucha gente “la «izquierda»
significa la pobreza, el gobierno de los millonarios, la
mentira, las falsedades y la arrogancia de los
poderosos”.[2] La obra destructora del estalinismo continúa
así más allá de su desaparición...
Sin
embargo, lo más probable es que Hungría y el Este europeo estén
ingresando también en una nueva época. Comienzan a
aparecer condiciones para que esta inmensa confusión
pueda empezar a superarse. Por un lado, la integración
al capitalismo de la Unión Europea no ha significado el
feliz “ingreso al Primer Mundo” para las masas
trabajadoras y pobres. Por otro lado, las corrientes de
derecha o extrema derecha son orgánicamente incapaces
de dar alguna alternativa a este desastre económico-social.
En
Hungría esta incapacidad quedó patente en la crisis. El
gran partido de derecha, la FIDES, sólo balbucea sermones
“morales”, ya que comparte el programa capitalista
neoliberal del PS. Y la extrema derecha también
“olvida” la raíz del problema: la subordinación de
Hungría a las corporaciones de la Unión Europea y el
acatamiento a la desastrosa política neoliberal dictada
desde Bruselas. La extrema derecha se limita a agitar
disparates delirantes, como la “reconstrucción de la Gran
Hungría” (lo que exigiría invadir a los países limítrofes
para sacarles territorios).
Este
“vacío político” que dejan tanto la derecha como la
extrema derecha es ahora un nuevo dato de la realidad.
Notas:
1.-
“Far-right 'hijacking' Hungary protests”, The
Observer, 24/09/06.
2.-
G. M. Tamás, Crisis in Hungary, Socialist Worker,
30/09/06.
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