Kirchner
en Wall Street
El
kazador de inversiones
Si
hay algo que a este gobierno le gusta es hacer gestos que no
dejen lugar a dudas. Y vaya si Kirchner fue expresivo: la
imagen que lo mostró tocando la campana de inicio de
operaciones en el corazón del capitalismo, la Bolsa de
Valores de Nueva York, recorrió todos los noticieros y
tapas de diarios. Por si hacía falta aclarar más, Kirchner
dijo con todas las letras que “este acto representa el
retorno de la Argentina al lugar en el mundo que nunca debió
haber abandonado”. Pero la política capitalista del
gobierno no se agota en los gestos.
La
profesión de fe capitalista no terminó ahí: la senadora (¿candidata?)
Cristina Fernández de Kirchner se encargó de decir en la
Universidad de Columbia de Nueva York que “el capitalismo
es una mejor idea que el comunismo” y que no había
ninguna contradicción en “ver a un progresista en Wall
Street”. ¡Claro que no!
En
verdad, el viaje de Kirchner a EEUU tuvo una serie de
objetivos que apuntan, todos ellos, a ganar sustento en
momentos en que tras la imagen de aparente invencibilidad
política y de crecimiento económico empiezan a notarse
algunas nubes grises en el horizonte del gobierno.
“¡No
me confundan con Chávez!”
Por
lo pronto, uno de esos objetivos fue mejorar la relación
diplomática con EEUU. Ése fue el tema de la reunión de
Tom Shannon, el secretario de Asuntos Hemisféricos de Bush
(o sea, ministro de Patio Trasero), con Alberto Fernández y
Julio De Vido (quien, según la prensa burguesa, está más
a cargo de la relación con Bolivia y Venezuela que la
propia Cancillería).
Se
trata de un tema de conveniencia mutua: según un analista,
“el Departamento de Estado [yanqui] sigue machacando con
la necesidad de no aislar a la Argentina y a Kirchner en una
región donde aumenta la influencia de Hugo Chávez y donde
Bolivia es un verdadero enigma” (E. van der Kooy, Clarín,
24-9-06). Análogamente, Kirchner, en la cena organizado por
el Consejo de las Américas (banda de lobbistas de las
inversiones yanquis en América Latina) reclamó a EEUU
“que apoye a la región” como aporte a la “estabilidad
de nuestros países”.
Y
si de algo se cuidó Kirchner en su estadía en EEUU fue de
cruzarse con Chávez, quien dio un rimbombante discurso en
la misma Asamblea General de la ONU en la que Kirchner
prefirió esta vez un perfil más bajo. En verdad, casi cada
paso que dio el presidente argentino en EEUU buscó marcar
la diferencia con su par venezolano, asegurando a cuanto
funcionario e inversor yanqui tuvo cerca que no sólo no
seguirá los pasos del “díscolo” Chávez (por ejemplo,
Argentina casi ni tuvo presencia en la Cumbre de No
Alineados en Cuba), sino que se puede contar con los buenos
oficios del gobierno argentino para buscar limitar su
influencia.
Y
no es que el presidente venezolano piense tomarse muy en
serio sus propios discursos y cortar las excelentes
relaciones de negocios entre Venezuela y EEUU; todo lo
contrario. En todo caso, si algo refleja la arenga de Chávez
es que la situación de debilidad y falta de consenso de
Bush es tal que tiene que soportar que se burlen de él en
su propia casa sin mayores consecuencias (el intento yanqui
de represalia contra el canciller venezolano fue un papelón).
Seduciendo
al capital
De
todas maneras, el principal objetivo de la gira de Kirchner
fue implementar nuevas formas de seducción del capital
imperialista en búsqueda de inversiones en general... y si
son el campo de la generación de energía en particular,
mucho mejor.
Que
el gobierno está preocupado por la eventualidad de una
crisis energética seria y próxima lo demuestran dos señales:
el acuerdo con Paraguay de canje de deuda por un aumento del
suministro de energía de la represa Yacyretá y la reciente
media sanción de una ley escandalosa que permite la
explotación de la plataforma submarina a las petroleras
privadas en condiciones leoninas que incluyen desgravación
de impuestos.
Las
reuniones con los capitalistas fueron varias. Además de la
del Consejo de las Américas –donde Kirchner aseguró a
los presentes que “si invierten van a ganar dinero”–
estuvo el desayuno en Wall Street. Allí se reunió con la
presidenta de la Bolsa, empresarios argentinos “amigos”
(Rocca de Techint y Brito de Banco Macro) y directivos de la
Exxon, Occidental Petroleum, AES –las tres energéticas–,
Lockheed (aviones, con planta en Córdoba), Cargill (una de
las siete empresas que controlan el mercado mundial de
granos) y Eaton Park, fondo de inversión con fuerte
presencia de la Goldman Sachs. La Occidental Petroleum (Oxy,
la misma que fue expulsada de Ecuador con movilizaciones
populares) y la cadena Wal-Mart hicieron anuncios –muy
moderados en el monto– de compromisos de inversión.
También
hubo un encuentro con el jefe de gobierno italiano, Romano
Prodi, con una de cal (posibilidad de inversiones en el
rubro energético) y dos de arena: regularizar la deuda
con el Club de París (U$S 6.000 millones) y la situación
de los bonistas italianos.
Parte
del operativo de dar “garantías” y “previsibilidad”
al capital extranjero fue el anuncio de que el gobierno
pagará al CIADI cualquier fallo contra el Estado argentino
(El Cronista, 18-9-06). Se trata nada menos
que de los juicios que les hicieron las privatizadas al
Estado por la falta de aumentos de tarifas, que suman
reclamos por casi 20.000 millones de dólares.
Finalmente,
el ministro De Vido hizo una presentación en el Hotel
Waldorf Astoria de Nueva York ante 50 empresarios. locales y
extranjeros. A John Morgan y David Powell, de la Oxy; Kevin
Dushnisky, de la minera Barrick, y directivos de las energéticas
Exxon, Texaco, AES y Chevron se les sumaron ejecutivos
argentinos de Wal-Mart, Banco de Galicia y Marcelo Mindlin,
del grupo financiero Dolphin (Edenor y Transener). Sin duda,
la crisis energética se
perfila como un gran negocio,
gracias a los precios bajos de los activos energéticos y
las urgencias del gobierno (El Cronista, 20-9-06).
El
gobierno cierra filas con la burguesía local
A
más de tres años de asumido este gobierno, resulta risueño
recordar las elucubraciones de algunos sectores
“progres” que soñaban con que Kirchner se apoyara en
sectores distintos al capital más concentrado, como las
pymes o incluso las fábricas recuperadas (la CTA y los
Calcagno en Le Monde diplomatique, por ejemplo). Se
acabó el verso de la “burguesía nacional”, y Kirchner
parece asumir que, como dice el dicho inglés, “lo que
se ve es lo que hay”.
En
efecto: si se quiere hacer una política capitalista
coherente –y ésa es la intención de Kirchner– no hay
otros actores económicos que los grandes inversores
extranjeros, por un lado, y los sectores capitalistas
locales más fuertes, con presencia en el mercado
internacional –sobre todo regional: las llamadas
“multilatinas”– y cuyos intereses no incluyen en
absoluto ninguna veleidad de desarrollo “autónomo”,
“integrado”, “redistributivo” ni menos que menos
“antiimperialista”. Quien quiera vender ilusiones de
otra cosa, vende espejitos de colores.
Se
explica que en Nueva York hayan aparecido como laderos
presidenciales Paolo Rocca (Tenaris) o Marcelo Mindlin: en
la Bolsa de Wall Street ya cotizan 11 empresas radicadas en
Argentina. Pero además, como dijo el embajador de Chile
ante la ONU, Heraldo Muñoz, en un panel sobre integración
latinoamericana al que asistió Cristina Fernández de
Kirchner, “la integración se está dando de manera
invisible a través de las multilatinas que invierten en
nuestros países y que no están pendientes de Wall Street
sino del Merval o del Bovespa [las bolsas de Buenos Aires y
San Pablo respectivamente]” (Clarín, 20-9-06).
Es
a esta combinación de grandes capitalistas locales y
extranjeros que Kirchner envió señales de su vocación por
trazar un horizonte de previsibilidad. Por ejemplo, cuando
anunció que los “seguimientos de precios” terminarían
después de las elecciones de 2007, que “las puertas
de Argentina están abiertas a las inversiones
extranjeras” y que “no hay ni habrá control a los
capitales; sólo a los especulativos”.
La
actual coyuntura, como ya hemos señalado en ediciones
anteriores, ofrece un panorama relativamente controlado en
lo económico. Pero el propio gobierno sabe que en más de
un plano se acumulan contradicciones que tendrán que
afrontarse tarde o temprano: la infraestructura energética,
la inflación reprimida, y un viento a favor internacional
(precios y tasas de interés) que no durará por siempre.
Una
cosa es segura: los trabajadores, en especial su sector más
consciente y combativo, deben prepararse para cuando las
cosas cambien y se plantee en toda su crudeza la necesidad
de enfrentar a un gobierno que defenderá de manera cada vez
más evidente los intereses de los capitalistas contra los
sectores populares.
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