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Carta desde el
Chaco
Olor a tierra alambrada
Por Hugo, de Colonia Benítez
En nuestro número anterior dábamos cuenta de la lucha de los
pueblos originarios del Chaco contra el racismo y la opresión personalizados en
el intendente de Villa Río Bermejito, Heffner. Reproducimos una carta de un
compañero de la zona donde ofrece elementos para un contexto histórico del
problema.
El Chaco, antes de la llegada de la invasión “blanca”, ya estaba
habitado por sus pueblos originarios, wichi, tobas y mocovíes. Estos pueblos
originarios vivían de la caza, la pesca y la recolección de frutos, que
satisfacían todas sus necesidades; la sobreabundancia de alimentos les hacía
llevar una vida holgada y sin mayores sobresaltos. Estaban organizados en
comunidades, donde la autoridad era el cacique, anciano u hombre sabio, una
persona mayor, que se ganaba la autoridad por su sabiduría, respeto,
solidaridad, valentía y fortaleza.
Sus tareas
cotidianas eran realizadas con placer, un trabajo para nada alienante, pues
consistía en la búsqueda de alimentos, medicinas, construcción de sus chozas, la
confección de sus vestimentas. La mayor parte de su tiempo la dedicaban a la
convivencia, la educación y cuidado de los niños. Lo hacían en grupo, para
satisfacer las necesidades de la comunidad toda, y no para la satisfacción de
necesidades personales, su forma de vida era la práctica de un comunismo
primitivo, en una profunda y envidiable simbiosis con la naturaleza. Así vivían
los “salvajes” pueblos originarios, los “negros de mierda”, como los califica
hoy el racista intendente radical Heffner, de Villa Río Bermejito.
Pero con la
llegada de la “civilización blanca” se destruyó todo esto, pues ésta tenía
objetivos distintos a la de los pueblos originarios: imponer y desarrollar el
capitalismo agro-ganadero-forestal. Y para eso necesitaban sus tierras, que ya
habían sido repartidas con anticipación (en grandes latifundios) en Buenos
Aires, entre cogotudos, funcionarios, diplomáticos, militares, familiares y
amigotes del poder de la época.
A poco más de
un siglo de esto, la historia se repite con la “colonización radical del
Impenetrable”; algunos de estos viejos latifundios perduran hasta hoy.
El “gobierno
blanco”, con la “autoridad” de la “justicia”, las “leyes de los blancos” y sus
papeles, les permitió hacer pie en el Chaco. Hubo un avance vertiginoso para
imponer este incipiente capitalismo agro-ganadero-forestal, a pesar de la
resistencia de los pueblos originarios, y no precisamente de la “Resistencia”
oficial, por la que se denomina a la hoy capital del Chaco.
¿Por qué fue
tan acelerado el avance de la “civilización blanca”? Porque apeló a una de sus
principales instituciones y fuente de sustentación, las Fuerzas Armadas.
Venían por las tierras y sólo lo podían hacer a sangre y fuego, con el poder de
los fusiles; así, la “civilización” triunfó sobre la “barbarie”.
Los “bárbaros”,
pueblos originarios, cazaban animales del monte, y sólo los que necesitaban para
alimentarse; en cambio, la “civilización blanca” cazaba indígenas, en un
principio para “incluirlos” (sofisma que traducido al idioma burgués de la época
sería mano de obra semiesclava) y años más tarde para exterminarlos, como en la
masacre de Napalpi, con 450 muertos, entre guerreros, ancianos, mujeres y
niños, en 1924.
La manifiesta
negativa de la mayoría de los indígenas a trabajar 15 o más horas diarias se
expresó en paros de brazos caídos. Por décadas, a pesar de su “pasividad” y en
forma paralela, comenzaron a asociarse con las huelgas y duras luchas de
enfrentamiento directo, piquetes armados incluidos, de los obreros inmigrantes y
criollos, en ingenios y empresas forestales. Luchas principalmente dirigidas por
anarquistas, sindicalistas, socialistas y comunistas contra los que pretendían
hacerles cumplir jornadas agotadoras, por dos galletas duras, un pedazo de
charque amohosado y medio kilo de arroz con gorgojos, con el único objetivo de
satisfacer las necesidades del nuevo sistema implantado, el capitalismo.
La nueva
sociedad, no conforme con haberles arrebatado las tierras, pretendía
esclavizarlos para engrosar aún mas los bolsillos de un puñado de parásitos (en
este caso blancos), con el magnánimo y divino objetivo de apropiarse de sus
tierras y al mismo tiempo superexplotarlos.
Así nace en el
Chaco el derecho a la propiedad privada (la de los ricos), tan calurosamente
defendida por el conjunto de las reaccionarias instituciones que hoy en día
representan a la clase dominante y explotadora, empezando por el intendente
Heffner, un racista nazi que tiene esvásticas dibujadas en su despacho.
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