Socialismo o Barbarie, periódico, Nº 82, 06/07/06
 

 

 

 

 

 

Carta desde el Chaco

Olor a tierra alambrada

Por Hugo, de Colonia Benítez

En nuestro número anterior dábamos cuenta de la lucha de los pueblos originarios del Chaco contra el racismo y la opresión personalizados en el intendente de Villa Río Bermejito, Heffner. Reproducimos una carta de un compañero de la zona donde ofrece elementos para un contexto histórico del problema.

El Chaco, antes de la llegada de la invasión “blanca”, ya estaba habitado por sus pueblos originarios, wichi, tobas y mocovíes. Estos pueblos originarios vivían de la caza, la pesca y la recolección de frutos, que satisfacían todas sus necesidades; la sobreabundancia de alimentos les hacía llevar una vida holgada y sin mayores sobresaltos. Estaban organizados en comunidades, donde la autoridad era el cacique, anciano u hombre sabio, una persona mayor, que se ganaba la autoridad por su sabiduría, respeto, solidaridad, valentía y fortaleza.

Sus tareas cotidianas eran realizadas con placer, un trabajo para nada alienante, pues consistía en la búsqueda de alimentos, medicinas, construcción de sus chozas, la confección de sus vestimentas. La mayor parte de su tiempo la dedicaban a la convivencia, la educación y cuidado de los niños. Lo hacían en grupo, para satisfacer las necesidades de la comunidad toda, y no para la satisfacción de necesidades personales, su forma de vida era la práctica de un comunismo primitivo, en una profunda y envidiable simbiosis con la naturaleza. Así vivían los “salvajes” pueblos originarios, los “negros de mierda”, como los califica hoy el racista intendente radical Heffner, de Villa Río Bermejito.

Pero con la llegada de la “civilización blanca” se destruyó todo esto, pues ésta tenía objetivos distintos a la de los pueblos originarios: imponer y desarrollar el capitalismo agro-ganadero-forestal. Y para eso necesitaban sus tierras, que ya habían sido repartidas con anticipación (en grandes latifundios) en Buenos Aires, entre cogotudos, funcionarios, diplomáticos, militares, familiares y amigotes del poder de la época.

A poco más de un siglo de esto, la historia se repite con la “colonización radical del Impenetrable”; algunos de estos viejos latifundios perduran hasta hoy.

El “gobierno blanco”, con la “autoridad” de la “justicia”, las “leyes de los blancos” y sus papeles, les permitió hacer pie en el Chaco. Hubo un avance vertiginoso para imponer este incipiente capitalismo agro-ganadero-forestal, a pesar de la resistencia de los pueblos originarios, y no precisamente de la “Resistencia” oficial, por la que se denomina a la hoy capital del Chaco.

¿Por qué fue tan acelerado el avance de la “civilización blanca”? Porque apeló a una de sus principales instituciones y fuente de sustentación, las Fuerzas Armadas. Venían por las tierras y sólo lo podían hacer a sangre y fuego, con el poder de los fusiles; así, la “civilización” triunfó sobre la “barbarie”.

Los “bárbaros”, pueblos originarios, cazaban animales del monte, y sólo los que necesitaban para alimentarse; en cambio,  la “civilización blanca” cazaba indígenas, en un principio para “incluirlos” (sofisma que traducido al idioma burgués de la época sería mano de obra semiesclava) y años más tarde para exterminarlos, como en la masacre de Napalpi, con 450 muertos, entre guerreros, ancianos, mujeres y niños, en 1924.

La manifiesta negativa de la mayoría de los indígenas a trabajar 15 o más horas diarias se expresó en paros de brazos caídos. Por décadas, a pesar de su “pasividad” y en forma paralela, comenzaron a asociarse con las huelgas y duras luchas de enfrentamiento directo, piquetes armados incluidos, de los obreros inmigrantes y criollos, en ingenios y empresas forestales. Luchas principalmente dirigidas por anarquistas, sindicalistas, socialistas y comunistas contra los que pretendían hacerles cumplir jornadas agotadoras, por dos galletas duras, un pedazo de charque amohosado y medio kilo de arroz con gorgojos, con el único objetivo de satisfacer las necesidades del nuevo sistema implantado, el capitalismo.

La nueva sociedad, no conforme con haberles arrebatado las tierras, pretendía esclavizarlos para engrosar aún mas los bolsillos de un puñado de parásitos (en este caso blancos), con el magnánimo y divino objetivo de apropiarse de sus tierras y al mismo tiempo superexplotarlos.

Así nace en el Chaco el derecho a la propiedad privada (la de los ricos), tan calurosamente defendida por el conjunto de las reaccionarias instituciones que hoy en día representan a la clase dominante y explotadora, empezando por el intendente Heffner, un racista nazi que tiene esvásticas dibujadas en su despacho.