Ley Nacional de
Educación K
¡La culpa la
tienen los maestros!
Por Marina Alonso
Secretaria de DD HH SUTEBA Gral. Sarmiento
El gobierno
K ha presentado la “nueva” ley educativa. La CTERA y el SUTEBA –como ocurrió
con las leyes en los 90- han salido a apoyar; lo propio están haciendo los
“especialistas en educación” que ayer redactaron las leyes que hoy critican y
que son, precisamente, los redactores de la nueva ley. Incluso los mismos
empresarios y la iglesia que ayer aplaudieron... hoy vuelven a aplaudir. La
“nueva” ley, que de nueva tiene poco, es más bien un intento continuista y
legitimador de la estructura educativa heredada de la década pasada.
Las reformas
impulsadas por el Banco Mundial en los 90 transformaron el sistema educativo
nacional en un “mercado persa” con ofertas de todo tipo, precio y calidad,
logrando lo que buscaban: que cada sector reciba una “educación” que refuerce
su condición social de origen; un sistema educativo que acompañe y
reproduzca la atomización social de la nueva argentina con millones de
desocupados, trabajadores en negro y salarios miserables.
Las armas para
lograrlo tuvieron 5 ejes:
- La
descentralización de los “servicios” educativos.
- La sanción
por ley de subsidios para salarios en la escuela privada como manera de fomentar
la expansión de la educación como un negocio privado.
- El cambio del
principio de “igualdad” (muy socavado ya, por cierto) por el de “equidad”,
afirmando que no todos tenían necesidad de una igual educación, sino que ésta
debía adaptarse a las necesidades “de origen”.[1]
- La libertad
para cualquier empresario de abrir una escuela privada a su antojo.
- La
estratificación y pauperización de los salarios de los trabajadores de la
educación junto con un brutal ataque a las condiciones de trabajo.
Está claro que
luego de más de una década de aplicación de la Ley Federal de Educación el
resultado ha sido tan evidentemente desastroso que ahora, luego de que las
jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 evidenciaron el quiebre de la
Argentina de los 90, el gobierno se apresta a un vasto operativo continuista de
relegitimación de los criterios más de fondo de la estructura educativa heredada
de la década pasada, introduciendo cambios superficiales que en nada van a
revertir la actual situación de destrucción educativa.
Parámetros de
la nueva “Ley Nacional de Educación”
La ley que está
presentando el gobierno y que ha despertado cierta expectativa entre sectores de
los docentes y de la población en general, hay que decirlo, es un trampa de
frente y de perfil. ¿Por qué? Porque es una estafa que no retrotrae ninguno
de los efectos de las leyes “menemistas” que dieron origen al actual sistema
educativo que la mayoría de la población critica.
Veamos un poco
más de cerca la cosa:
- Fija a través
de la nueva LFE (Ley de Financiamiento Educativo) un “compromiso” prácticamente
igual al de la LFE (Ley Federal de Educación) de aumento al 6 % del PBI anual a
destinar a educación, pero para... una década más tarde.
- Mantiene los
subsidios a las escuelas privadas.
- Mantiene la
famosa “descentralización” que significa un Ministerio de Educación “sin
escuelas” y que cada provincia y municipio financien con sus presupuesto sus
propias escuelas. No hay que ser muy imaginativo para saber cómo es la educación
en una escuela de La Banda, o del Chaco.
- Mantiene el
concepto tramposo de “equidad”, continuidad estructural de la liquidación del
criterio “igualitario” en la educación.
- Refuerza el
rol de la Iglesia Católica, en contra del principio de laicidad.
- Incorpora una
nueva espina en la fragmentación salarial, con la promoción de variaciones
salariales por mérito (a los “buenos docentes”, al decir de la UIA)
¿Cuál es la
gran medida “progresista” de Kirchner, Filmus y Puiggrós para enfrentar las
consecuencias nefastas de la LFE y la descentralización educativa de los 90
respecto de la población trabajadora? ¿Cuál es el “compromiso del Estado” con un
fin tan noble? Ante el mantenimiento esencial de la estructura educativa de la
LFE, lo que se propone es “igualar” a través de los “contenidos” y poner en
la picota a los docentes. Veamos.
Manual
estandarizado y competencia entre maestros para “mejorar” la calidad
La “innovadora”
medida que trae la ley del gobierno se reduce a lo siguiente: diseñar
“contenidos” entendidos como resultados “medibles” en pruebas al viejo estilo
“Odol pregunta” o al nuevo estilo “Pulsaciones”. ¿Qué significa esto? Dos cosas.
Por un lado, se
postula que el Ministerio de Educación sería el que se ocupe de los planes de
estudio con el criterio de que se enseñen iguales contenidos a lo largo y
ancho del país. El fin es muy “loable”, pero encierra una trampa: de no
cambiarse las condiciones sociales de acceso a la educación de los diversos
sectores sociales, evidentemente no puede haber contenidos iguales que alcancen
para elevar la “calidad” de la educación.
Por el otro, se
responsabiliza a los docentes de que los alumnos adquieran los nuevos
conocimientos, por la vía de “medir” los resultados que logran los maestros. Y
luego de esta “evolución” se les pagaría un sueldo... acorde a los resultados
que exhiban las víctimas, es decir, los alumnos.
¿En que
consisten esas diferencias de acceso a la educación? Hay coincidencia en que una
de las consecuencias más nefastas de las reformas de los 90 es la
fragmentación del sistema educativo, dividido en provincias con regímenes y
estructuras distintas, con salarios, contenidos, escuelas y expectativas
distintas. Hay escuelas privadas sin subsidio, escuelas privadas con subsidio,
escuelas religiosas y laicas, escuelas del estado con secundaria y escuelas del
estado con “primaria de 9 años”, escuelas con laboratorio y estufas y escuelas
sin puertas, sin vidrios en las ventanas; escuelas que tienen convenios con
supermercados y escuelas con convenios con universidades; escuelas confortables
y escuelas con los pozos rebalsados; escuelas donde los maestros cobran un plus
y escuelas aisladas en cuadras de barro, sin agua potable a las que se les ha
quitado el plus por zona desfavorable; escuelas con computadora e internet y
escuelas sin computadoras, ni cable, ni TV, ni borrador, ni tiza, ni lavandina;
chicos con celular y chicos sin lápiz ni cuaderno; escuelas donde los alumnos
estudian porque saben que pueden elegir “qué hacer cuando sean grandes” y chicos
que tiene la percepción de que estudiar no los va a salvar de un destino cierto
de desocupación o superexplotación.
Ésas son las
desiguales condiciones que el gobierno tendría la responsabilidad de
cambiar. Con estas desigualdades, que son desgarros, no hay manual ni maestro
que opere el milagro. Sólo puede ocurrir lo que meses atrás vimos en Chile,
cuando el ministro de Educación atribuyó la desigualdad educativa al rendimiento
desigual de los maestros de las escuelas estatales que no supieron transmitir
bien los contenidos. Otra vez, la escisión no es de la sociedad en clases
sociales antagónicas sino entre los maestros “buenos” y “malos” docentes,
mientras un inmenso movimiento de masas encabezado por los estudiantes salía a
las calles a decir Ya Basta!
Luchemos para
derrotar esta nueva trampa que es la nueva ley de educación nacional.
Nota:
1. Este cambio de una mera palabra (mantenido exactamente de la
misma manera en la “nueva” ley) encierra sin embargo un significado profundo. En
el caso de la vieja ley 1420, lo que se sancionaba era la perspectiva de una
educación que supuestamente debería ayudar a “igualar” las condiciones de
todos los habitantes del país, provinieran de la clase social que provinieran.
Con las actuales (contra) reformas educativas, en todo el mundo, se abandona la
“utopía” igualadora reemplazándola por el criterio de “equidad”, que
“realistamente” pretende darle a cada estudiante “lo que necesita” en función de
lo que “es” (el rico para seguir siéndolo, lo mismo que el trabajador para
continuar sometido a la explotación). En este esquema, obviamente, lo que se
abandona es cualquier perspectiva transformadora, aunque esa misma perspectiva
de “igualdad” que jalonó por varias décadas del siglo XX el sistema educativo no
tuviera condiciones para ser llevada realmente a cabo.
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