|
La base material de la economía K
Productividad, ganancia y explotación
Por Marcelo Yunes
Uno
de los temas que curiosamente desapareció de las negociaciones de convenios
salariales entre empresarios y burócratas sindicales es el de la productividad.
Por eso mismo, conviene mirar un poco más de cerca ese concepto para entender
qué influencia tiene sobre las relaciones entre los trabajadores y la patronal.
Porque allí se origina una de las trampas más grandes y más ocultas de la
economía argentina bajo Kirchner.
Todos tenemos una idea más o menos intuitiva de qué es la productividad y cómo
se mide. Una definición muy general de la productividad es el rendimiento de
la actividad productora de bienes. La forma más usual de medirla es
establecer una relación entre la cantidad de bienes producidos y la cantidad
de trabajadores ocupados. Una fábrica que produce 10.000 autos por mes con
2.000 obreros tiene una productividad más alta que otras fábricas que
producen también 10.000 autos similares, pero con 4.000 obreros, o que ocupan
también 2.000 obreros pero producen sólo 8.000 autos al mes. Hay otras
variables, que veremos más abajo.
Este ejemplo no es casual, porque por lo general la productividad mide bienes
materiales (lo que se llama transables), es decir, no servicios.
Existen formas de medir la productividad en sectores que no producen bienes
tangibles, pero son menos directas y más aproximadas. En consecuencia, el sector
de la economía por excelencia donde se pueden conocer de manera más precisa
los cambios en la productividad es la industria (incluida la
agroindustria).
Y aquí llegamos al nudo del problema. En la economía capitalista, el motor de la
producción es la ganancia. Y el origen de la ganancia, desde el punto de
vista marxista, no es otro que trabajo humano no pagado, no remunerado.
Por eso, cuando aumenta la productividad –lo que significa que el rendimiento
del trabajo humano es mayor–, la primera pregunta que hay que hacerse es: ¿quién
se beneficia con ese mayor rendimiento del trabajo? ¿El capitalista, el
trabajador, ambos, uno más que el otro..?
Pues bien, aun con todo lo incompletas y a veces tramposas que son, las propias
estadísticas oficiales nos dan la respuesta. Veamos.
Un informe reciente del Ministerio de Economía señala que “la productividad
–medida por obrero ocupado– alcanzó el nivel récord de los últimos 15 años”
y que “la industria argentina registró [en 2005] un nivel de productividad
laboral media un 19% mayor [al de 2002]” (Clarín, 12-4-06). Bueno, esto
es curioso, porque nadie tiene ninguna noticia de que el salario esté “en
niveles récord”, precisamente, como resultado de una productividad también
“récord”.
Pero hay más. Según la Secretaría de Industria, desde 2001, hay un 11% más de
obreros empleados, pero el volumen de la producción industrial creció un 30% (Clarín,
20-6-06). ¡En esa diferencia está la “productividad récord”!
Salarios, costo laboral y ganancia
empresaria
Ahora estamos acostumbrados –gracias a Kirchner– a que en la discusión salarial
lo primero a tener en cuenta es la inflación. Lógicamente, con un 10-15%
de inflación anual –que para los trabajadores es más alta, porque consumen
productos básicos que aumentan más que el resto–, todo reclamo salarial debe
partir por compensar el costo de vida.
Pero eso es sólo el punto de partida. En particular en la industria, si no
se discute una compensación salarial por aumento de productividad, ese
aumento se le está regalando de hecho a la patronal. Ésa es la traición
escandalosa de Moyano y Cía.: encima que negocian un aumento que no compensa ni
siquiera la inflación pasada, a toda la burguesía industrial se le dona
graciosamente el incremento récord de la productividad de los últimos años.
Algunos quizá recordarán que, cuando empezó a dispararse la inflación (en el
2004), la patronal primero se negó a ajustar salarios por el costo de vida,
alegando que los únicos aumentos que podían conceder eran “por productividad”.
Pero resulta que los industriales hicieron bien las cuentas y descubrieron que
no les convenía para nada. Por eso, rápidamente metieron violín en bolsa
respecto de la productividad y se mostraron dispuestos a negociar
aumentos según la inflación, siempre que fueran “razonables”. Y ya sabemos
que a “razonables” y “prudentes”, a los burócratas de la CGT no les gana nadie.
Así fue como los aumentos por productividad, misteriosamente, desaparecieron de
las negociaciones salariales.
Y eso tuvo un correlato inmediato en los costos laborales de los
empresarios, y por ende en las ganancias patronales. En la industria, el costo
laboral (para los empresarios) bajó casi un 30% respecto de 2001. El estudio de
la Secretaría de Industria que ya citamos muestra que, sobre 48 ramas de
actividad, casi todas bajaron sus costos laborales, y que las que
más lo bajaron fueron, justamente, las que lograron mayor incremento
de la productividad: siderurgia (¡un 50%!), automotores, agroindustria. No
casualmente, todas esas ramas tienen una producción orientada a la exportación.
Es decir, esas industrias gozan de triples beneficios: dólar caro, aumento de la
productividad... y no tener que pagarle a sus trabajadores esa mayor
productividad.
Así se entiende por qué las ganancias empresarias en ese sector
también son récord, y por qué la participación de la masa salarial
sobre el total de ingresos también es inédita... pero por lo baja. Es
esta estructura de distribución del ingreso entre las clases sociales
fundamentales (capitalistas y trabajadores) la que sostiene el actual
funcionamiento de la economía argentina, y es defendida a rajatabla por el
gobierno de Kirchner.
Jornadas y ritmos de trabajo
Pero, ¿dónde origina la productividad? Alguien podría decir que, después de
todo, si los capitalistas invierten en maquinaria y tecnología que mejora el
rendimiento del trabajo, tienen derecho a quedarse con el producto de éste.
Pues bien, resulta que, salvo en algunos sectores específicos (en general, los
orientados a la exportación), el grueso del aumento de productividad se debió
menos a una modernización del equipamiento industrial que a una mayor
duración e intensidad de la jornada promedio de trabajo. Lo que, en términos
marxistas, se denomina, respectivamente, aumento de la plusvalía
absoluta y relativa.
Pero no hace falta que acudamos a El capital de Marx, sino a la
Secretaría de Industria: en la reducción del costo laboral desde 2001 “impactó
la mayor intensidad laboral en la industria (...) El número de horas
trabajadas creció más que la ocupación industrial. O sea, cada ocupado
trabajó más horas” (Clarín, 15-3-06). Esto explica que la jornada
laboral argentina sea, en términos internacionales, una de las más largas. Según
el INDEC, hay 5,3 millones de personas que trabajan más de 46 horas
semanales, y por cada desocupado hay tres trabajadores “sobreocupados”.
Esto se debe, por un lado, a que los bajos salarios obligan a trabajar más horas
(plusvalía absoluta). Así lo demuestra el hecho de que las jornadas
semanales más extenuantes (más de 61 horas) se dan entre los
trabajadores de más de 40 años, es decir, los que tienen más
responsabilidades familiares. La otra razón es que la patronal obliga a producir
más con la misma cantidad de obreros (o, como vimos a nivel general, que un 11%
más de obreros produce un 30% más). Así, “la intensidad laboral subió en
promedio un 12,4% y se profundizó en casi todas las ramas manufactureras,
con picos del 45% en el sector automotor” (Idem).
Si a eso se suman los ritmos infernales de producción, obligados ya sea
por la arbitrariedad patronal, por el tipo de maquinaria a operar o por ambos,
tenemos la otra pata (la plusvalía relativa) del aumento de la
productividad del trabajo industrial.
Es esta mayor productividad, reiteramos, la que explica directa o
indirectamente, en última instancia, el aumento de la producción, del PBI, de
las exportaciones, del superávit fiscal... Es esta mayor explotación de los
trabajadores, de sus fuerzas, de sus nervios, de sus músculos, la que sostiene
el andamiaje de la economía K. Y es esta enorme masa de trabajo adicional no
pagado la que el gobierno, la patronal y la burocracia barren bajo de la
alfombra cuando deciden que de la productividad no se habla. Es hora
de que la lucha de los trabajadores vuelva a poner sobre la mesa este manjar que
los capitalistas devoran debajo de ella.
|
|