Por Roberto Sáenz, San Pablo, Buenos Aires, octubre 2014


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“y mañana va a ser mayor” (consigna cantada en las jornadas de junio del 2013)

 

El 26 de octubre se realizará la segunda vuelta de las elecciones en Brasil. En esta edición estamos publicando una declaración de nuestros compañeros de Praxis donde fijan posición por el voto nulo. Sin embargo, nos interesa aquí dedicarnos a algunos de los interrogantes más generales acerca de la dinámica del gigante sudamericano, cuestiones acerca de las que intercambiamos ideas con los compañeros en un reciente viaje realizado por el autor de esta nota.

 

Pronósticos fallidos

 

Brasil está frente a la ronda electoral más importante desde las presidenciales del 2002 que votaron a Lula; elecciones no sólo de impacto nacional sino regional como señaláramos en nuestra edición anterior.

En estos momentos es muy difícil hacer un pronóstico electoral; su resultado se está jugando en la cabeza de decenas de millones y nadie puede saber para qué lado pueda caer. En la decisión de voto se da tal entrecruzamiento de determinaciones complejas que hacen imposible prever para dónde se inclinará el electorado: Aecio Neves o Dilma Rousseff.

Y no se trata solamente del resultado electoral; sobre la mesa está la valoración de qué quedó de las inmensas movilizaciones juveniles de junio del año pasado, proceso que sería apresurado mandar al arcón de los recuerdos.

Es verdad que no hay grandes luchas en este momento en Brasil. Pero eso no deja de hacer apasionante el momento, donde entre amplios sectores se vive una importante politización alrededor de a quien votar, del balance de 12 años de PT, de lo que podría significar un nuevo gobierno del PSDB, de qué es lo que está por delante, de cómo podría ser la “mudanza” (cambio) que amplísimos sectores desean.

Tal es la complejidad de la traducción al terreno electoral de los procesos en obra, que seguramente más de una vez Dilma Rousseff, Aecio Neves y Marina Silva se han sentido en una verdadera “montaña rusa político-electoral” con sus dramáticas subas y bajas; el vértigo de un proceso electoral sobre el que nadie tiene realmente el control total.

Pruebas al canto: todos los analistas fallaron en la primera vuelta, todos (desde las cadenas de grandes medios de comunicación hasta los análisis de las organizaciones de izquierda). Luego de la muerte de Campos, primer candidato presidencial del PSB, Marina Silva ascendió raudamente en las encuestas, y si después cayó un poco, todo el mundo esperaba que fuera ella, y no Aecio Neves, la que fuera a segunda vuelta con Rousseff.

Además, en la valoración final se esperaban más votos para el PT de los que finalmente obtuvo y no el cachetazo que significó que aun ganando la primera vuelta, sufriera una derrota categórica en algunos de los bastiones obreros históricos del PT en San Pablo, donde una franja real de los trabajadores fue a parar a Neves. Esto puso a sonar todas las alarmas en dicho partido.

No vamos a llevar adelante aquí una descripción de todo este proceso; hasta por el hecho que se nos escapan muchísimos elementos que dejamos a nuestros camaradas en Brasil, mucho más calificados que nosotros para hacerlo[1]. Sólo pretendemos dar una explicación general del por qué de este “subibaja” electoral y las razones por las cuales a menos de dos semanas para la segunda vuelta, todavía puede haber varios vuelcos en el electorado.

En nuestro intercambio de ideas el pasado fin de semana, discutíamos que la conciencia obrera y popular similaba, en estos momentos, a un enorme “calidoscopio” donde se amontonaban una serie de sentimientos contradictorios que todavía no lograban una síntesis. Es que en el distorsionado terreno electoral cada una de las clases y fracciones de clase, y, dentro de ellas, cada uno de los votantes, deben “componer” un conjunto de determinaciones complejas e, incluso, contradictorias: la situación del país en los últimos años, los limitados “progresos sociales” vividos por parte de los sectores populares, el hartazgo con la corrupción del PT en el poder, el deseo de cambio, así como el impacto que todavía está en la retina de muchos de las multitudinarias movilizaciones de junio antepasado.

¿Cómo se expresará todo esto desde el punto de vista de la resultante electoral? Si Aecio Neves y Dilma Rousseff se aprestan a llevar adelante medidas de ajuste económico muy similares, por otra parte es evidente que desde un punto de vista del análisis no será la misma lectura si gana una u otra candidatura, ambas patronales. Un triunfo de Rousseff señalizaría un continuismo con el curso “neoconservador progresista” que viene llevando adelante el PT; un éxito de Aecio Neves significaría algún tipo de giro al centro derecha neoliberal más pronunciado. Sería leído, en todo caso, como un “quiebre” en el curso progresista de la región, sin que, de todos modos significara, en sí mismo, una modificación más reaccionaria en las relaciones de fuerzas entre las clases; en ambos casos esto deberá medirse en la lucha de clases real del día después del 26.

 

¿Qué quedó de junio?

 

Más allá del resultado electoral, hay otro aspecto de mayor importancia aun a la hora de la evaluación de la situación en su conjunto: las jornadas de junio del 2013. El resultado electoral en primera vuelta ha impresionado a muchos analistas que las definieron como “un giro conservador” dando a entender que de junio no ha quedado nada.

Esto no es así: ninguna rebelión –¡y de semejante magnitud!- pasa sin dejar rastros; esto por más que la clase trabajadora, como tal, no haya entrado en escena; por más que la desigualdad entre la movilización juvenil masiva y su reflejo en la conciencia sea todo lo compleja que es en Brasil dependiendo de la dramática herencia “corruptora” dejada por los gobiernos del PT en esta materia.

Pero volvamos primero a lo que estábamos señalando. Sería apresurado por un resultado electoral desconsiderar la enorme importancia que tuvo la rebelión juvenil de junio del 2013. Fue la primera movilización realmente nacional en Brasil desde las Direitas Ya! de 1984 y el Fora Collor de 1992. Tanto la lucha por elecciones directas al final de la dictadura, como la pelea por echar del gobierno al corrupto Collor dieron lugar a movilizaciones nacionales de masas grosso modo con patrones parecidos a las jornadas de junio. En todo caso, en 1984 participaron sectores sociales de mayor espectro, y, en el caso de la pelea contra Collor, el movimiento también tuvo un amplio componente juvenil.

Pero hay que tener en cuenta que luego de la derrota de la histórica huelga de los petroleros en 1995 (abiertamente traicionada por Lula y el PT), se vivió en Brasil un bajón tenaz en la lucha de clases; se estableció una relación de fuerzas desfavorable para los explotados y oprimidos en el país que duró (y dura, en cierto modo), hasta el día de hoy.

Esto mismo, sumado a las dilatadas dimensiones de un país “continental”, amén del hecho que el mismo tiene varios “centros” por así decirlo, hace habitualmente dificilísimo el desarrollo de movilizaciones de masas realmente nacionales. (Brasil no tiene realmente tradición de huelgas generales; no recordamos del todo bien, pero una de las pocas que se vivieron en dicho enorme país fue la de 1988, que no dejó de ser parcial.)

Ese fue el valor de las jornadas de junio: ¡desencadenaron una inmensa movilización de masas nacional que llegó en su pico a alcanzar, simultáneamente, de 400 ciudades!

Sólo basta ver los videos y películas de aquellas jornadas para darse cuenta de la dimensión histórica de las mismas; para comprender que aquello que ingresa en la experiencia “por los pies” difícilmente no tenga algún tipo de expresión en la “cabeza”, en las representaciones de la gente; ¡cuando “el poder está en las calles”, al menos por algunos días, eso no se borra tan fácilmente!

Es verdad sin embargo que la movilización de junio tuvo limitaciones cruciales. La primera: no llegó a ingresar la clase obrera como tal. Atención: los trabajadores y las masas en general simpatizaron con la movilización, le dieron su apoyo. Pero, sin embargo, no se desató un proceso de movilizaciones y luchas obreras que acompañara las luchas de junio hasta por el hecho que, evidentemente, las direcciones sindicales del grueso de la clase obrera vinculadas al PT y a la CUT, es decir, el oficialismo del gobierno, hicieron todo lo posible por no mover un dedo en un proceso que iba contra su propio gobierno.

Esto remite a un problema más de fondo. En determinado momento la movilización adquirió un marcado tono “anti-PT” (¡se llegaron a quemar banderas rojas!); un sentimiento extendido entre franjas de las clases medias que fue explotado hasta el hartazgo por los medios de comunicación ligados a la derecha opositora. Sentimiento que se apoyó (y apoya, ver ahora la corrupción en Petrobras) en un elemento real: la dramática corrupción en el seno del poder de una capa social de “funcionarios” que llegaron al control del Estado vía el PT y se enriqueciendo ejerciendo sus funciones en el mismo.

Sectores enteros de la clase obrera quedaron por así decirlo “rehenes” entre “dos fuegos”: su comprensión creciente de que el PT no cumplió con sus promesas (las expectativas que históricamente había generado), al tiempo que el temor a retirarle su apoyo a un gobierno que hasta cierto momento consideraba como “propio”, aunque cada día se desprestigiara más a sus ojos por su no cumplimiento del grueso de las expectativas históricamente generadas.

Un tercer límite es que no se llegaron a constituir organismos de lucha y autodeterminación de los sectores en pelea; siquiera foros o ámbitos de frente único de las organizaciones que estaban en las calles, una crítica en la que insistieron, muy correctamente, nuestros compañeros de Praxis.

Luego de junio, sin embargo, ocurrió algo muy importante: la pelea se trasladó a porciones de la clase obrera, incluso llevándose a cabo algo que hace mucho no ocurría en Brasil: la salida a la lucha de manera independiente, desbordando a las direcciones tradicionales de la CUT, de sectores de trabajadores. Este fue el caso de luchas exitosas como la de los barrenderos en Río de Janeiro, San Pablo y otras ciudades; la pelea de los colectiveros de ambas ciudades; la lucha lamentablemente derrotada del subterráneo de San Pablo; la relativamente exitosa de los no docentes de la USP y otras varias más que se nos escapan aquí, las que de modo general fueron luego detenidas con la realización del Mundial y de la coyuntura electoral: “La lucha de clases en Brasil entró (…) en una nueva etapa política. A pesar de las contradicciones y desigualdades de la coyuntura actual, las jornadas de junio rompieron con la etapa anterior de la lucha de clases y dejaron como herencia viva una mayor polarización político-social, el inicio de la recomposición del protagonismo político de las masas, perdido en las décadas anteriores (…)” (Antonio Carlos Soler, “Un primer balance y perspectivas”, Revista Socialismo o Barbarie nº 28).

 

El debate sobre las relaciones de fuerzas

 

Así llegamos a la actual ronda electoral y la segunda vuelta que se avecina. ¿Alguien podría aventurar que no se verán más consecuencias de junio luego de las elecciones? Nadie en su sano juicio podría decir esto; más bien nos parece que de manera compleja junio marcó en Brasil el comienzo de la experiencia de lucha de una nueva generación que inevitablemente pasará por determinados vaivenes; se “transportará” de alguna manera de la juventud a sectores de trabajadores y populares (históricamente la juventud a sido la señal de “toque a rebato” para un ingreso a la lucha de clases sociales más dilatadas), pero cuando masas ingentes salen a las calles de la manera que lo vimos un año atrás, inevitablemente, sea cual sea el resultado electoral, eso no dejará de tener consecuencia y nuevos desenvolvimientos.  

Esto nos lleva a un desarrollo más profundo de lo que venimos señalando: ¿dónde han quedado las relaciones de fuerzas luego de junio? ¿Qué consecuencias tendrá el resultado electoral a este respecto? Este es un interrogante difícil de responder. Las jornadas de junio conmovieron hasta cierto punto la situación política reaccionaria imperante en el país en las últimas décadas. No parecen haber logrado, sin embargo, desembarazarse del todo de ellas (ver al respecto la saña represiva con que se sigue moviendo la Policía Militar; o el estado de semi-estado de sitio decretado en Brasil durante el Mundial).

Es que la estabilidad reaccionaria del Brasil tiene no sólo bases políticas, sino materiales también. Un factor legitimador es el hecho que este país es la séptima economía mundial (¡la “monumentalidad” de sus ciudades no son un chiste![2]); que de una manera u otra, con recetas más bien neoliberales, logró por una serie de mecanismos reducir el desempleo e incorporar al mercado a franjas de la población que antes estaban excluidos de estos accesos (por razones del propio desarrollo capitalista y en función del mismo); que el relato de Brasil como “potencia emergente” tiene cierto asidero (aunque la escenificación de este operativo fracasó en el Mundial); groso modo estos elementos le han dado una cierta base material a las relaciones de fuerzas desfavorables dominantes en las últimas décadas.

En el terreno político es obvio el peso que ha tenido que las direcciones del movimiento obrero y de masas (el PT y la CUT, por olvidarnos del algo más independiente, pero de todos modos oficialista crítico, MST[3]) hayan llegado al gobierno como factor expresamente preventivo para evitar, diez años atrás, que se desatara un proceso similar al de la Argentina a comienzos de esa década.

La confianza en lo que amplios sectores consideraban (y aun consideran, aunque de una manera mucho más “mellada”) “su” gobierno, sumado a los factores legitimadores materiales, son los que explican esta estabilidad reaccionaria.

¿Qué pasará ahora con las relaciones de fuerzas luego de lo que podría ser observado como un “curso contradictorio” entre las jornadas de junio y el eventual resultado electoral del 26? Es muy difícil saberlo por anticipado. Una prueba importante es que gane Dilma o gane Aecio, se viene un ajuste económico y se verá si la clase obrera logra enfrentarlo.

En cualquier caso, una cosa es evidente: junio abrió una nueva situación política más dinámica, que no esta terminada. Una situación política donde las elecciones presidenciales son una manifestación de importancia, pero no definitoria. Porque el alcance y el límite en la modificación de las relaciones de fuerzas se debe probar en el terreno donde las mismas se constituyen: la lucha de clases directa entre las clases. Y será esa lucha de clases en el 2015 la que tendrá, seguramente, la última palabra a este respecto.

 

La “corrupción” de la conciencia obrera

 

De las relaciones de fuerzas más generales entre las clases debemos pasar a la herencia del PT en la conciencia obrera. Esta herencia se debe medir en dos planos y no sólo uno como hacen los sectores oportunistas de izquierda que siguen en su seno.

Estos sectores se caracterizan por dos planos del análisis. El primero: extrapolar hasta el hartazgo las supuestas “conquistas” logradas bajo el gobierno del PT. La realidad es que estas conquistas son mínimas; un “reformismo sin reformas” como lo han definido varios autores (entre ellos, Valerio Arcary), en el cual descuellan la “Bolsa familia” (un típico plan de subsidios a la población más pobre); una baja tasa de desempleo vía la generalización del empleo precario; la extensión de la educación universitaria en forma masiva pero bajo pautas de instituciones privadas y de bajísima calidad; la administración masiva del crédito y las tarjetas para el consumo, instrumentos transformados en pingües negocios para la banca, que ha ganado más que nunca bajo el PT, e instrumentos de este tipo. Brasil, como la región toda, ha aprovechado el súper ciclo de commodities, el viento de cola de los últimos años, condiciones favorables que se están acabando a ojos vista y que pueden llegar a dificultar en grado sumo la gestión de estos países en los años venideros.

Pero cuando hablamos del papel corruptor del PT, hablamos de otra cosa. La llegada al gobierno de este partido, con sus decenas de miles de funcionarios heredados del “nuevo movimiento obrero” que se había constituido (y progresivamente burocratizado) en los años 80 significó el enriquecimiento y aburguesamiento masivo de este sector haciendo negocios desde el poder. El crecimiento económico del inmenso país capitalista renueva las olas de políticos enriquecidos a partir de su acceso a cargos en el Estado de una manera descontrolada y el PT no ha sido una excepción. El partido de “Trabajador vote trabajador” de los años 80 se transformó en una igual forma de gobernar a todos los demás partidos patronales. Esto ha producido un enorme retroceso en la conciencia clasista (reformista, pero clasista) de amplios sectores de la clase obrera desmoralizados o desilusionados con el gobierno del PT, un partido supuestamente “de trabajadores”[4]

Esto significa, también, que las nuevas generaciones trabajadoras y militantes no emergen a la vida laboral y política con este tipo de conciencia clasista elemental; muchas se forjan en el rechazo al “modo petista de gobernar” sin que necesariamente este desarrollo sea hacia la izquierda; esto hasta por el hecho que la izquierda revolucionaria sigue siendo muy pequeña para las dimensiones inabarcables de este país.

Desde ya que en la evolución de franjas de masas hacia la izquierda hacen falta, en primer lugar, acontecimientos objetivos de la lucha de clases que posibiliten estos “deslocamientos” (desarrollos en portugués). Todavía en el Brasil no ha habido tales desarrollos; los que no son sencillos en un país aun caracterizado por un enorme atraso cultural, por elementos masivos de analfabetismo, por la herencia maldita de la esclavitud: Brasil fue de los últimos países en salir de la misma[5].

Esto hace mucho más fácil la separación (un verdadero proceso de autonomización) entre la “capa ilustrada” de los sindicatos en lo que hace con sus relaciones con la base; mucha más contundente como fenómeno que en otros países, incluso, repetimos, en las filas de la izquierda. Es una de las presiones a la que se sometió, inmediatamente, la dirección reformista del PT y la CUT; pero también un fenómeno que presiona dramáticamente a la izquierda revolucionaria; de ahí los rasgos aparatistas y economicistas –amén de las verdaderas inercias conservadoras- que caracterizan a organizaciones como el PSTU.

En estas condiciones, la forja de una nueva conciencia política de clase es una tarea histórica de enorme importancia. Para esta tarea, deberán secarse las conclusiones del caso de los límites del “reformismo” del PT, esto acompañando la emergencia de una nueva generación obrera y juvenil.

 

Una nueva generación comienza a entrar en escena

 

Las jornadas de junio tuvieron como acontecimiento más revolucionario, esa promesa; promesa muy inicial, pero promesa a fin. Es que la generación de los años ‘80 vive, de alguna manera, de la “melancolía” de los acontecimientos de tres décadas atrás[6]. Pero ese proceso hace rato se terminó. Muchísimos de los integrantes de esa amplia vanguardia participes del PT y la CUT terminó cooptado por el aparato de estado, de las gobernaciones, de las intendencias, enriquecidos a partir de los negocios de las jubilaciones y mecanismos por el estilo.

Muchos otros terminaron desmoralizados en sus casas y una minoría hace parte, honorablemente, de las organizaciones de izquierda más o menos revolucionarias.

Claro que la mayoría son trabajadores que siguen en sus lugares de trabajo, conformando lo que es la franja generacional de edad promedio de los establecimientos, que no se caracterizan –al menos no todavía hoy- por una renovación similar a la que se puede ver en la Argentina, o en la otra punta del globo y con otra magnitud, claro está, el nuevo e impresionante proletariado rural chino.

Sin embargo, y como señalara Trotsky, el movimiento de la lucha se renueva por generaciones. La cuestión estratégica es el ingreso a escena de una nueva generación sin compromisos con el pasado. Esa es la anticipación y la promesa de junio; esa debe ser la apuesta de los revolucionarios en Brasil.

Esto nos lleva, final y someramente, a los límites de la izquierda revolucionaria en dicho país. El PSOL, que se acaba de alzar con un triunfo electoral, tiene sin embargo el límite de ser un proyecto abiertamente electoralista. La desigualdad entre sus votos y su construcción orgánica es mucho mayor que las corrientes de la izquierda en la Argentina y el “vértigo” que da ser diputado en Brasilia una experiencia sin parangón en otras latitudes (la separación con la base electoral es astronómica para cualquier parámetro; las presiones sociales, terribles[7]). Las presiones sociales son furiosas y el electoralismo es un malísimo consejero para enfrentarlo. Sin ir mas lejos, en no muchos países corrientes que se consideran del “trotskismo” (como varias de las tendencias de este partido), aceptan el financiamiento de grandes empresas como Gerdau, un monopolio si los hay en materia de construcciones.

Pero el caso más importante a analizar es el del PSTU, una formación a la izquierda del PSOL. El PSTU acaba de repetir una muy mala elección, reflejando no solo el problema de haber quedado excluido de los medios de comunicación (un problema real), sino errores de apreciación tácticos políticos de suma importancia. Por ejemplo: no fue convincente su pelea por un frente de izquierda en común con el PSOL[8]; esto más allá del hecho que no está claro que el PSTU haya logrado, en su construcción, tener un piso de votos propios, una identidad política definida.

Sin embargo, estos no son sus principales problemas, evidentemente. El principal es su dramática adaptación a los aparatos sindicales que dirigen, su lógica economicista de administración de los cargos sindicales conquistados, que los lleva a estar marcados por una falta de dinamismo y de reflejos a la hora de las luchas, dramático.

Esto requeriría un análisis que no podemos hacer aquí. Pero que en cierto modo plantea la necesidad de una suerte de relanzamiento del trotskismo brasilero que le permita sacarse de encima las inercias acumuladas en estas dos décadas reaccionarias acompañando la emergencia de la nueva generación militante, obrera y estudiantil.

 

 

[1] Se está preparando un texto más ambicioso respecto de todo el proceso en Brasil para después de la segunda ronda del 26, es decir, con los resultados electorales puestos que seguramente aclararan muchas de las “oscuridades” de la coyuntura actual.

[2] Podemos recordar que el arte -o la arquitectura- monumental han sido siempre una oda al poder. La monumentalidad de una ciudad como Brasilia –amen del fracaso que significó como idea de una ciudad “emancipadora” -diseñada para un “futuro mejor” en la cabeza de su famosísimo arquitecto, Oscar Niemeyer- hacen que cualquier movilización parezca regularmente mucho más pequeña que lo que normalmente pueda serlo, incluso para las dimensiones “continentales” de un país como Brasil.

[3] Nos referimos al Partido de Trabajadores, la Central Única de Trabajadores y el Movimiento Sin Tierras.

[4] La experiencia hecha con el PT tiene algo símil, aunque de menor envergadura evidentemente, a la caída del Muro de Berlín, en el sentido de una experiencia hecha con un partido y un gobierno considerado “de los trabajadores”; esta es otra tantas de las dificultades para desbordar esta experiencia por la izquierda; para refundar desde el punto de vista clasista consecuente a la clase obrera de dicho país.

[5] Es conocido que hasta hace poco tiempo y seguramente incluso hoy, la capa dirigente de los sindicatos solía hablar de la base obrera como de la “peoncada”; es decir, como si se tratara de otra categoría social respecto de ellos.

[6] Se trata del ciclo de luchas obreras más importante en la historia del país, el que no casualmente dio lugar a un nuevo partido y una nueva central sindical: el PT y la CUT, los que a comienzos de los años 80 eran organizaciones reformistas, incluso rápidamente con elementos de burocratización, pero rebosantes de vitalidad.

[7] Aquí se debe agregar un elemento de importancia que no podemos desarrollar in extenso en esta nota: Brasil se caracteriza por el fenómeno de “familias políticas” quizás mayor que en otros países; también, aunque este es otro fenómeno, por tener una “intelectualidad” digna de ese nombre cual una suerte de “capa político-social”, lo que no ocurre en otros países como la Argentina. Este último fenómeno, de por si, no tiene nada de malo (en muchos aspectos los contrario), pero contiene el peligro de la elevación de “mandarines políticos e intelectuales” que aparecen desde el púlpito como “dando cátedra” escindidos de la base social de trabajadores; es decir: los peligros en Brasil de la sustitución política de los explotados y oprimidos son, eventualmente, todavía mayores que en otros lugares. De todas maneras, señalamos esto de manera casi “intuitiva”; es algo que debería ser estudiado de una manera que no podemos hacer aquí.

[8] En una reciente nota de Ze María, su figura política, se ratifica que estuvo bien concurrir en soledad a las elecciones…

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