José Luís Rojo



Qué perspectiva frente a la quiebra empresaria

 


“Muchachos, compañeros trabajadores, no hay toma del Palacio de Invierno. Estamos en un mundo nuevo y el capital financiero ya no necesita explotar a nadie. A nadie le importa cuando cierran una fábrica” (Cristina Kirchner, La Nación, 1 de junio del 2014)

En el laboratorio de experiencias que se están dando en la actual coyuntura (Gestamp, Valeo, Emfer, Lear, Donnelley, Cerámica Neuquén y varias otras), se están expresando experiencias de ocupaciones de fábrica. Ocupaciones que muestran –de manera potencial- la capacidad de los trabajadores para dirigir los asuntos de la sociedad. Las mismas plantean el problema del destino ulterior de la empresa una vez que han sido mandadas a la quiebra por sus patrones, colocándose así cuestiones que tienen que ver con la propiedad y la gestión de las empresas.

 

La ocupación de fábrica

 

Está ocurriendo un fenómeno singular: ante suspensiones o despidos masivos o, más aun, la eventual quiebra empresaria, se están dando algunas ocupaciones de plantas. Dando pasos en el camino de quebrar el mito de la “inviolabilidad” de la propiedad privada, los trabajadores se aferran a sus fuentes de trabajo concientes de la “muerte social” que significaría quedar sin trabajo. Esto está redundando en experiencias como la de Donnelley, donde sus trabajadores han puesto a producir la planta y se está comenzando a plantear el problema de la perspectiva de su lucha: qué hacer con la propiedad de la misma.

Partamos del hecho que la ocupación de fábrica es un fenómeno inmensamente progresivo: coloca sobre la mesa el cuestionamiento al monopolio de la autoridad de la patronal: una situación de verdadero doble poder –o único poder, si la patronal ha abandonado la empresa- en el seno de la planta. Una circunstancia donde los trabajadores, más si ponen a producir la empresa, se dan cuenta de su poder: de que pueden llevar a cabo la producción sin los patrones.

Si la ocupación se resuelve exitosamente garantizándose la continuidad de la fuente de trabajo, el resultado es entonces que se frena la tendencia al despido en masa, que es uno de los subproductos de la crisis.

Es decir, la orientación capitalista a hacerle pagar la crisis a los trabajadores mediante el expediente de la creación de un enorme “ejercito industrial de reserva” que deprime los salarios y las condiciones de trabajo de toda la clase obrera dejando a un amplio sector en la calle.

Como está visto, la experiencia de la ocupación es estratégica: revela el verdadero poder que anida en la acción colectiva de la clase obrera cuando se saca de encima todas las telarañas mentales, jurídicas y de todo tipo y color que oprimen su conciencia.

Exige, por lo tanto, la decidida atención, seguimiento, aprendizaje y vuelco por parte de los revolucionarios para ir sacando las enseñanzas que las mismas comienzan a dejar.

 

¿Cooperativa o estatización?

 

Tres son –groso modo– las alternativas en materia de propiedad que se ponen sobre la mesa frente a la realidad de quebranto empresario.

a) Desde diversos sectores gubernamentales, patronales o sindicales, el programa que habitualmente se esgrime en estos casos –cuando no es el liso y llano cierre de la planta- es, en primer lugar, la búsqueda de un nuevo capitalista que se haga cargo de la empresa declarada en bancarrota.

b) Pero si no se consigue un nuevo patrón, una variante que levantan habitualmente sectores de la burocracia sindical es la cooperativa, la más de las veces, además, transitoria, sin la expropiación definitiva de su dueño capitalista.

Partiendo de la situación creada por la ausencia de la patronal, y del justo impulso de los trabajadores a tomar en sus manos la producción, esta propuesta entraña una grave contradicción: se pretende que el Estado se desentienda de toda responsabilidad sobre la situación económica de la empresa, a la que se deja aislada, sin una perspectiva de conjunto, sin financiamiento, bajo el inevitable imperio de las leyes del mercado capitalista –entre ellos, sus precios- que llevan a la auto-explotación de sus trabajadores para competir en él.

Es por esto que en muchas de estas experiencias rápidamente se comienzan a imponer criterios de “productividad” para garantizar los ingresos. Es decir: de “competencia” entre compañeros, lo que por añadidura lleva a una tremenda despolitización del conjunto de la experiencia, a un abordaje economicista de las cosas.

Se pretende, incluso, que los trabajadores pongan plata de sus bolsillos para sacar la empresa adelante, o para pagar una “indemnización” a los empresarios que se han fugado y han hundido la empresa…

En síntesis: la cooperativa somete a sus trabajadores a una ley de hierro de la cual no pueden zafar: el intentar “salvarse” admitiendo todas las leyes de la producción capitalista y dejando que el Estado se desentienda de toda responsabilidad en el financiamiento de la misma.

c) Por eso de lo que se trata es de luchar por otra perspectiva: la estatización sin pago de las empresas que pretendan despedir masivamente y/o cerrar bajo el control o la administración de sus trabajadores.

En este tipo de experiencias hay tres aspectos que remarcar. En primer lugar, la estatización y/o expropiación debe hacerse sin indemnización alguna al capitalista que ya se cobró de sobra mediante los años y años de explotación obrera.

En segundo lugar,se trata de hacer cargo al Estado de la bancarrota económica y de la responsabilidad por el quebranto de estas empresas. Al revés que en el caso de las cooperativas, el “embrete” de la estatización apunta a que el Estado se haga responsable del financiamiento de la empresa en cuestión y de todas las deudas contraídas por la misma. Responsable en la medida en que en su carácter de representante general de los intereses de los capitalistas (capitalista colectivo), es una trampa el que pretenda lavarse las manos de la situación.

En tercer lugar, el planteamiento de la estatización también es opuesto a la cooperativa en la medida que da a entender la necesidad de ponerse desde una perspectiva de conjunto: hacia el resto de las industrias y ramas de la producción.

 

La necesidad del control obrero

 

 

Pero hay que ser conscientes que con ser la estatización una medida justa e imprescindible, la pelea estratégica no puede terminar allí: tiene importancia si es el administrador del estado el que resuelve todo desde arriba, o si la empresa queda bajo control y / o administración de los trabajadores.

No se debe perder de vista que lo estratégico es acabar con la explotación de la clase obrera. La perspectiva consecuente con los intereses obreros es que la producción pase a ser controlada por los propios trabajadores y no por algún funcionario. La estrategia no puede ser que la producción sea organizada por el Estado capitalista que erigiéndose por encima de los trabajadores se quede con la parte del león de la producción u organice las cosas de tal manera improductiva que todo termine en un desastre con ocurre habitualmente con las gestiones estatales puramente capitalistas.

Por el contrario, se debe pelear para que la conducción económica de la planta esté verdaderamente en manos de los trabajadores. Esto es imprescindible, además, para luchar por criterios de solidaridad y cooperación entre los trabajadores y no de competencia, “productividad” o “guerra de todos contra todos” como caracterizan a toda empresa capitalista.

Los trabajadores por su voluntad conciente deben decidir qué parte de su trabajo queda para la acumulación de mejores condiciones para la modernización de la planta, qué financiamiento le exigen al estado y qué parte va a su propio consumo.

En definitiva: la perspectiva de la estatización debe ponerse sobre la mesa íntimamente ligada a educar en la necesidad del poder de la clase trabajadora como solución definitiva a sus problemas (no puede haber salida económica que por sí misma solucione los problemas de los trabajadores) y que el punto de apoyo principal para cualquier conquista siempre es la lucha.

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